Pero, el uso excesivo de la tecnología (para entretenimiento y educación); la necesidad de los padres de laborar extra para sobrevivir; las pocas conversaciones anecdóticas. Todo ello hace que los adultos disfruten menos y, de hacerlo, lo quieren reflejado más en una cámara, que en su corazón y memoria.
Las fotos son activadores de recuerdos, pero nada puede captar mejor que la conexión de corazón, memoria, lágrimas, risas, emociones encontradas y de algarabía, proveniente de ver a sus hijos realizar lo que les gusta o comportarse tan inocentes como son.
Por ende, no es una foto, un video, un TikTok familiar lo que debe prevaler. Sino el proceso, el resultado, los recuerdos.
El saber que ese hijo crece día tras día. Que no hay nada rutinario en ellos, que sorprenden y reaniman de maneras insospechadas y, que lo más que se pueda estar con ellos, sin ocuparles su tiempo y personalidad, resultarán para ambos los momentos más maravillosos, constructivos y reales de la vida.
La inocencia infantil
Un niño es un superhéroe o un chef; una bailarina o una nadadora; el guardián de su mamá, la que cela a su papá.Quien ayuda en la cocina y quien acompaña a ver televisión emocionado. El que aprende las canciones o a ejecutar instrumentos; la que baila y saca a bailar.
En la inocencia infantil, un charco es un reto, no suciedad; deslizarse por un tobogán es ir a máxima velocidad; columpiarse es tocar un pedacito de cielo.
A la inocencia infantil no se le ataca con el resentimiento que se le tenga a la Navidad, sea ésta representada por el Niño Jesús, Santa Claus o los Tres Reyes Magos.
Se le dice que sí se puede volar por los cielos o llegar a la Luna, con el estudio suficiente y con el poder de imaginar para crear.
A la inocencia infantil no se le transgrede de ninguna forma, porque acelerar su adultez so excusa de que se valga por sí mismo, es quitarle mucho, creyendo que se le está dando.
Todo balance es progresivo. Todo es necesario. Pero borrar a la inocencia, la imaginación, los sueños, la cordialidad y empatía, eso no es de adultos, mucho menos de padres.
El perfecto balance es vivir de todo, para cumplirse y cumplir. Para innovar y romper paradigmas sin transgredir al orden y creencias ajenas.
En fin, a los niños se les enseña a amar lo que les gusta, sacar el mejor y más decente provecho para que sean personas de bien y que sepan buscar su sustento sin tanta traba. Y sobre todo, a convivir, ser entes sociales que sepan en la mayor forma posible, distinguir al bien y el mal.
No pretendo con esto
No, no soy padre y no puedo enseñar a nadie a serlo. Incluso, eso se aprende día tras día. Pero sí sé de amor, de buena crianza, sé ser hijo y seguir siendo un niño grande, que sabe cumplir con sus funciones de adulto, visualiza el futuro de la vejez y fue rebelde en su juventud.Pero todo eso tiene propósito; porque sin un cauce, hasta la inocencia infantil se diluye por sí sola.
Que la lucha sea por la alegría, la nobleza, la moral y buenas costumbres, el trabajo fecundo y creador y la solidaridad.
Para eso se requieren corazones nobles, equilibrados, que no exageren, pero tampoco se escondan a la hora de extender una mano amiga.
Y eso requiere de la inocencia infantil que no juzga, sino que actúa para que la gente pueda sonreír tal cual nos han criado. Eso es ser unos adultos con alma de niño.
Por eso, jamás les quiten las ilusiones a los niños y, en contraste, que no vivan en un mundo de colores.
El equilibrio es difícil, pero gradual es menos traumático. De esa forma se reduce el estoicismo forzado y la beligerancia que ha criado a cientos de personas con el fatuo mantra “yo primero, yo segundo, yo tercero”.
Recuerda a la inocencia infantil
No sólo tenemos alma infantil cuando compramos aquellas figuras o cosas que no tuvimos de niño o seguimos viendo eso programas.La tenemos cuando entendemos al mundo sin prejuicios, para así mejor evaluar a las personas. Que el instinto nos guie de manera pura, nos alejará de quienes son lobos con piel de oveja.
Disfrutar las fiestas, los momentos, crear más y mejores recuerdos, enseñar nuestras anécdotas y valorar las ajenas. No es vivir en el pasado, sino recordarnos cuánto nos enseñó y cómo se puede adaptar y mejorar al presente y futuro.
La inocencia infantil sólo muere en los indiferentes, materialistas y ruines. Seguro estoy que, quienes lean esto, distan de serlo.
Sólo quería recordarle a su niña o niño interior y cuánto quiso, soñó e hizo; cuánto le queda por hacer, demostrar y ser.
Eso quizás aliviane la carga de una adultez trepidante, impulsada por las necesidades, carencias y/o carreras para llegar a donde tal vez, no sabemos.
Eso nos alejará de aquello y aquellos que causen mal y nos harán más fuertes para seguir cargando los fardos de problemas, pero de a uno a la vez, para resolverlos confiados y eficaces, lo que terminará construyéndonos en nuestra mejor versión de vida y no en la destrucción psicofísica, política y socioeconómica a la que se ha empecinado trastocarnos la existencia.
La inocencia infantil no es compleja, sólo siéntate a buscarle, ella te hablará.