¡Hola a todas!
Entramos en la última semana antes de Navidad ¡síiiiiii! Eso quiere decir que nos quedan unos días apenas antes de nuestro viaje a NY, y me muero de ganas. Aunque estas semanas de tanto trabajo y trajín hacen que todavía no seamos conscientes de lo que nos espera!
Seguro que el titular del post os ha dejado un poco en shock y ya os adelanto que es el resultado de las ratos que me paso dándole vueltas a las cosas. Siempre he tenido épocas en las que me he vuelto más rebuscona, pero reconozco que desde que nació Valentina muchísimo más. No me gusta hacer las cosas por que sí, (os dejo aquí mi post sobre “así se ha hecho toda la vida”), y en el tema de la Navidad no podía ser menos.
Estaréis de acuerdo conmigo en que educamos a nuestros hijos en la verdad, y fuera de un entorno de mentiras. Es decir, queremos que nuestros hijos sean sinceros, que nos digan la verdad, que tengan esa confianza para hacerlo… Sobre todo en edades más avanzadas, pero también desde pequeños. Yo intento transmitirle a Valentina siempre la verdad aunque eso me conlleve una rabieta o un mal rato. Si llora porque se va su padre de casa a trabajar, no le digo que volverá en seguida, no le miento, porque sé que se calmará en el momento pero después estará todo el rato yendo a la puerta preguntando cuando viene. Y, cuando abusamos de estas “mentiras piadosas” perdemos toda la credibilidad.
¿Y entonces qué pasa con la Navidad? O mejor dicho, ¿Qué pasa con los reyes magos, papa noel y ya extendiendo a Ratoncitos, hadas de los dientes, y todos los seres mágicos que se nos pueden ocurrir y típicos de cada zona?
A lo mejor creéis que soy un poco exagerada, de hecho yo misma lo pensé, cuando hace unos años, una amiga que tiene una niña más mayor que Valentina me preguntó (en calidad de maestra) qué opinaba yo sobre mentirle a los niños con la Navidad. En ese momento, me pareció, como os he dicho algo exagerado, ¡qué más dará! Pero el hecho es que desde que me lo hizo, se me ha ido repitiendo a lo largo de todos estos años, e incluso me hizo recordar lo enfadada y engañada que me sentí cuando descubrí el gran secreto. Yo fui una de esas niñas que creyó durante muchísimos y muchísimos años. Incluso me negaba a creer que no existieran aunque mis compañeros de clase asó lo afirmaran. Es por ello, que me enfadé al ver que mis padres (¡MIS PADRES!) habían podido permitir eso. Así que yo hoy, y con el permiso de mi gran amiga Carol os lanzo la misma pregunta:
¿Hasta qué punto hay que mentirles a los niños? Evidentemente es algo muy personal y por supuesto cada uno en su casa y con sus hijos hace lo que le da la real gana, pero me ha parecido interesante compartirlo por si alguien, como yo, no se lo había planteado nunca.
¿Mi opinión? Ahí va: más que preguntarme si estoy mintiendo a mi hija, me pregunta hasta dónde intervengo yo para hacer que ella crea. Es decir, la imaginación y las alas de volar es innata y mágica para los niños, y además sanísima. Ahora que poquito a poquito voy entrando en el mundo Waldorf me doy cuenta de la importancia de ello sobre todo en la primera infancia. Así que lo que hacemos nosotros es dejarla creer, sin aumentar con lenguaje e ideas de adulto la magia de los personajes. Y por supuesto, el día que nos lo pregunte, decirle la verdad. Contarle que es una tradición muy bonita, en la que cada año, la gente prepara las fiestas para reunirse alrededor de la mesa y hacerse regalos.
Evidentemente tampoco lo usamos como moneda de cambio o chantaje con el fin de conseguir que nuestra hija haga o deshaga cosas. Y esto es más difícil de lidiar con la sociedad: “¡Uy! Si no te portas bien, los reyes no te traerán regalos o Si no dejas de llorar los reyes te verán y te traerán carbón”. Esto lejos de causar más miedo que magia, únicamente conduce a un buen comportamiento con recompensa y no porque el niño haya entendido que obra bien o mal.
Sí, es muy difícil y cada día vivimos situaciones muy difíciles de gestionar y hay semanas que parece que todo se junta. Por supuesto que no creo que haya que ser perfecta en todo momento, yo también fallo, ¡mil veces! Pero siempre intento tener presentes mis valores y principios; y recordármelo para que el día que caigo sea la excepción y no la norma.
También aprovecho ahora para contestaros a las muchas que me habéis preguntado por nuestro Tió, y por qué no tiene cara. El Tió es un personaje típico de la tradición catalana. Es un tronco mágico que despierta en diciembre y que “caga” regalos en nochebuena. Durante el mes de diciembre cada familia sale al bosque a buscar su Tió y hasta que llega el 24, le da de comer en casa y lo tapa con una manta. Así, los padres tenemos que ir retirando la comida (a escondidas) para simular que va comiendo, y el 24 esconder los regalos debajo de la manta para que ellos los encuentren.
Bien, nuestro Tió no tiene cara por dos motivos: el primero porque si lo que queremos es fomentar su imaginación, yo prefiero que Valentina se imagine en los trozos de madera una boca o unos ojos, que sea ella misma la que en su mente cree como es su personaje. Y segundo, porque nos parece “más real” que una cara pintada. La sociedad lo ponemos muy difícil con tantos Papa Noeles (algunos en muy malas condiciones) en todas las tiendas y centros comerciales. Realmente los niños no necesitan tanto para creer, de hecho no necesitan nada. Si una caja puede ser un tren, una rama un avión y piedras los mayores tesoros guardados en las manos durante horas.
Nosotros no le decimos cada día a Valentina que vaya a mirar si ha comido o no, cuando va, nos acercamos y lo observamos con ella y le preguntamos si quiere ponerle comida. Pero pasan días y días que no le hace ni caso. Así que lo dejamos ahí. Yo creo que el gran año de creer con brilli brilli en los ojos vendrá a los 3, así que ya os contaré entonces como lo lleva. De momento lo de señores con barbas que tapan la cara y extraños, más que causarle emoción, ¡le produce miedo!
Y vosotras, ¿qué opináis sobre la mentira de la Navidad? ¿Cómo lo gestionáis en casa?