Sin lugar a duda, es la frase que mejor define lo que es para mi la lactancia. Las que estáis aquí desde que nació Valentina recordaréis los meses de cruzadas que tuvimos para consolidar la lactancia. Fueron realmente unos meses muy duros, diría que los meses más duros de mi vida unidos a un postparto muy heavy del que os hablé el lunes. Al final, conseguimos una lactancia exitosa que duró más de 22 meses. Así que mirándolo objetivamente y sobre el papel podríamos afirmar que se trató de una buena decisión. Del mismo modo que podemos afirmar sin lugar a dudas que a nivel nutricional y hablando en parámetros de salud, la lactancia materna es la mejor opción para los bebés.
Dicho esto, también tengo que añadir, que aunque viví momentos preciosos y llenos de luz, nuestra historia con la lactancia estuvo llena de sombras. ¡Y ya no solo por esos 4 meses del inicio! Valentina siempre ha sido una niña (y por aquel entonces un bebé), muy demandante, inquieta, incluso exigente, que me requería el 200%. Las tomas con ella nunca fueron de 3h, ni de 2h. Me pasé muchos meses dándole el pecho cada media hora. Me pasé un año dando el pecho a demanda de una manera que a menudo se me hacía agotadora. Ya no hablo únicamente de las noches, si no durante el día la demanda que me hacía era muy muy elevada. Y aunque a menudo me planteaba si dejarlo o no, siempre terminaba pensando que aquella etapa pasaría, que bajaría la intensidad, y aquella frase que tanto repetimos las madres de “bueno, aguanto un poquito más”. Y aguantando, aguantado llegamos a los 22 meses, donde, sí que puedo afirmar tuvimos un destete precioso y bonito para ambas.
Los inicios fueron tan y tan duros, que siempre me quedó la espinita de si hice bien, o si quizás para nosotras hubiera sido mejor otras opciones. Supongo que viene de serie con ser madre el pensar que hubiera pasado si hubiéramos actuado distinto. Ahora ya está, y aunque no me arrepiento de nada, los meses de dolor, de llantos de ambas, se me quedaron grabados y para nada ha sido algo que como mucha gente me decía “tranquila que luego se olvida”. No, eso no se me olvidará jamás.
Me quedé embarazada de Julieta, y os puedo asegurar que uno de mis grandes miedos era volver a pasar por ello. Con Valentina salí de la sala de partos con una grieta en el pezón, así que podéis imaginaros. Cuando nació Julieta y se agarró al pecho y noté ESE DOLOR, la aparté en seguida. No quería revivir otra vez lo mismo, me negaba en rotundo. Julieta nació tranquila y sin llanto, a las 4 de la mañana, así que decidí esperarme a que fueran las 8 para que le amore pudiera ir a comprar una pezoneras y por lo menos, evitar empezar con heridas.
Al día siguiente, incluso con pezoneras el dolor estaba ahí. Le veía el mismo labio inferior echado para dentro, la misma lengua puntiaguda, la misma boca que no se abría… y me empezaron a entrar todos los males. ¿Por qué? ¿Por qué me pasaba eso a mi? Yo deseaba con todas mis fuerzas poder dar el pecho, pero tenía muy claro que no a cualquier precio. Ahora sí, ahora sabía que el pecho NO TENÍA QUE HACER DAÑO, ni tan siquiera un poquito. Que no tenía los pezones demasiado sensibles o que yo era muy floja. Tenía claro que la lactancia cuando es dolorosa es que algo no va bien. Las respuestas del hospital eran las mismas que con Valentina “no, no tiene frenillo, bueno, quizás un poco…” todo muy ambiguo. También tenía claro que no iba a volver a pasar por la intervención de cortarle el frenillo con el método que utilizamos. Una cosa era cortarle el hilo de manera totalmente ambulatoria, y la otra utilizar el método rombo y tener que estar abriéndole la herida durante un mes cada vez que le daba de mamar para que la herida cicatrizara de manera abierta y de este modo ganar más centímetros de lengua. No, no estaba dispuesta a ello.
¿Que si funcionó? Sí, Valentina fue capaz de mamar pero para mi fue un precio demasiado alto. Y ahora tenía claro que no quería volver a pasar por ello.
La experiencia también fue un grado, así que desde el mismo hospital, sin tan siquiera 24 horas, llamé a Moviment Nat y pedí cita en casa para que la viera la fisioterapeuta y le hiciera una sesión craneosacral (os conté la experiencia y los beneficios aquí), y también una visita de la asesora de lactancia.
Lo pongo en grande y en negrita, porque creo que es el mejor consejo que puedo daros: SI QUERÉIS DAR EL PECHO Y NO PODÉIS, OS DUELE O ALGO NO FUNCIONA BIEN, PEDID AYUDA AHORA. AHORA. No dejéis pasar más tiempo. No se va a solucionar solo, y cada día que pasas con dolor y con llantos es algo terrible de lo que no te vas a olvidar nunca. Así que si queréis dar el pecho pero os está resultando difícil pedid ayuda. Podéis ir vosotras mismas a la consulta o pedir que vengan a casa (que para mi es la mejor opción y el dinero mejor invertido). Para nosotras, fue la clave y os recomiendo 100% los servicios de Moviment Nat porque son los que nosotros hemos usado siempre. Anna, la fisioterapeuta llegó 2 horas después de que nosotros llegaremos del hospital. Trató a Julieta en el salón, la descontracturó del parto e hizo técnicas para que la mandíbula no estuviera tan hundida.
Neus llegó al día siguiente para observar cómo mamaba Julieta. Me recolocó la postura (mis pechos ahora no son los mismos que antes, ni con la subida de la leche, así que había que readaptar la postura del bebé). Me enseñó en casa cómo colocarme, cómo poner los cojines para que fuera cómodo, tanto en el sofá, en la butaca como en la cama. Por eso os digo que una primera visita así vale mucho la pena que se haga desde casa porque os puede ayudar de manera práctica e inmediata. ¡Incluso conseguimos dar una toma sin pezonera!
A la semana estaba dando pecho sin dolor… No me lo podía creer. Al fin, estaba disfrutando de aquellas lactancias que yo había leído en blogs y RRSS. Aquella lactancia tranquila, serena, conectada con mi bebé, con hormonas a tope flotando entre nosotras. Ahora entiendo a aquellas mujeres que defendían la lactancia materna a capa y espada. Os puedo asegurar que si yo hubiera tenido una primera lactancia así, también se me llenaría la boca con frases idílicas y defendiéndola a toda costa.
Pero no, Valentina me enseñó que no existen dos bebés iguales ni mucho menos dos madres iguales. Que no podemos juzgar, que es decisión de cada madre, tenga los motivos que tenga. Para mi es tan lícito que una madre decida que no quiere dar el pecho porque no se siente ni a gusto ni identificada, como aquella madre que aunque lo desea se siente sobre pasada por todo lo que comporta dar el pecho a demanda.
Ahora, después de 3 años, y con toda la experiencia de madre y de haber dado el pecho durante tantos meses, sé que con Valentina confundí dar el pecho con el vínculo. Pensé que si no le daba el pecho no podría tener la relación que tengo ahora con ella. Pensé que dar el pecho era el inicio y el final de todo. Y me equivoqué, porque el vínculo no tiene nada que ver con eso. Influye mucho, muchísimo, y condiciona. Pero si tienes claro el tipo de relación que quieres con tus hijos no tiene que ser algo incompatible.
Podría haberle dado únicamente yo el biberón, podría habérselo dado de manera consciente, mirándola a los ojos, tocándonos. Podría no haberla dejado con nadie hasta que yo viera que estaba preparada, aunque pudiera darle de comer otra persona. Porque la necesidad de alimento es muy grande, sobre todo en el primer año de vida, pero no es el único. Los bebés necesitan de la seguridad, del calor, y de los brazos de su cuidador principal, son su referencia y su casa. Y eso lo sé ahora. Como todo en la vida, hay que pasar por ello, vivirlo en las propias carnes para conseguir entenderlo profundamente.
Y yo cuando nació Julieta lo sabía. Sabía que quería criarla y quererla como hice con Valentina, y que si el pecho no se solucionaba YA, no estaba dispuesta a sufrir de nuevo a esos niveles. Quería disfrutar de ella YA, desde el primer día, desde la primera semana. No sabéis lo doloroso que puede resultar no tener casi recuerdos bonitos de los primeros meses, que las imágenes que te vengan a la cabeza sea momentos de llorar en la cama y en el sofá, de pensamientos muy muy oscuros.
No, yo quería vivir otra maternidad. Siempre digo que no sé si será el último bebé que tenga en brazos, así que no pensaba dejar pasar esa oportunidad. Y mira por donde, la vida me ha regalado una segunda oportunidad en la que disfruto de cada toma que le doy, que no existe dolor. Si que existe el sacrificio, porque todo lo bueno en esta vida cuesta, pero no a costa de llevarme a mi por delante.
Y es por eso que nunca, jamás, juzgaría a una madre, tome la decisión que tome. Porque nunca sabré el dolor que está sintiendo, porque nunca sabré la situación que tiene en casa, ni las personas que la acompañan. Nunca sabemos cómo es exactamente su bebé, cómo está siendo su lactancia. Si el lunes os decía que no existen dos bebés iguales, tampoco existen dos lactancias iguales. Así que cuando una amiga os cuente, sea la versión que sea, su historia, escucharla ya abrazarla. Y si os pide ayuda, acudid a un profesional, no tardéis, hacerlo ese mismo día, no lo dejéis para mañana. No dejéis que algo tan bonito se convierta en una pesadilla.
La vida me regala una segunda lactancia con muchas más luces, y pienso aprovecharla todo lo que pueda.