Aunque en su portada aparezca un futbolista a punto de golpear un balón, no estamos ante un libro de fútbol. Y aunque en el trasfondo todo gire alrededor de un partido del deporte rey, tan decisivo para un equipo de segunda división que aspira a subir a primera como para el protagonista (por motivos diversos), no estamos ante una historia que hable sobre el fútbol. Entre otras cosas porque su autor, el escritor, comediante, cantante y compositor italiano Giorgio Faletti, no tiene ni idea de fútbol. Y así lo confiesa en los agradecimientos finales, en los que no faltan palabras para gente del calcio italiano que le ayudaron a ambientar su historia.
Porque en ‘Tres actos y dos partes’ el fútbol no es más que una excusa, un microcosmos que sirve al autor para hablar de la corrupción imperante en la sociedad, de esa juventud que sumergida en la crisis se ha quedado sin futuro, de un padre (que podríamos ser tú o yo) que ya ha pagado por sus errores del pasado y que lucha con las pocas herramientas que tiene a su disposición para que su hijo no cometa los mismos y, de esa forma, pagar la deuda que aún tiene pendiente con su propia conciencia.
Así, Giorgio Faletti entrega la voz del narrador a Silvano Masoero, un boxeador retirado de 60 años que aún no ha superado su viudedad y que pasó unos años en la cárcel por amañar un combate, ausencia por la que su hijo aún le sigue castigando. Ahora, como utillero del equipo local, en el que juega su hijo, una estrella emergente, tiene que ver cómo éste es tentado por el dinero fácil de las apuestas y pone en riesgo su carrera profesional. Desde ese punto de partida, Silver, como le conocen los amigos, nos acerca a su vida con un estilo directo y contundente, seco como los golpes dados y encajados sobre el ring, y poco a poco nos va ganando para su causa hasta que conocemos al final el sorprendente desenlace de esta pequeña y breve joya de la literatura italiana.
‘Tres actos y dos partes’ enamora desde su frase inicial (La ciudad espera, siempre. Es el ritmo lento de la provincia, en la que todo sucede con morosidad, todo llega de fuera. En otro tiempo fue el ferrocarril, luego llegaron los automóviles, la televisión, la autopista, y ahora llega internet. Pero la sensación es la misma. Simplemente la espera se ha hecho un poco más ansiosa, el orgasmo, un poco más precoz) y nos deja para el recuerdo más de una reflexión sobre la paternidad que sería delito no compartir: Elena me había dicho siempre que los hijos son las únicas personas que pueden hacernos aceptar la idea de la muerte, porque ningún padre ni madre quiere sobrevivir a aquellos a quienes trajo al mundo.
100% recomendado como lectura de verano
*Artículo publicado originalmente en el quinto número de Madresfera Magazine. Si aún no lo habéis leído, no os lo perdáis, porque viene cargado de contenido del bueno y con un dossier central de más de 20 páginas dedicado a la obesidad infantil.