Hoy se celebra el Día Mundial del Niño, un día en el que se conmemora la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño el 20 de noviembre de 1989.
Un momento para recordar que la infancia se debería entender como el pilar de una humanidad sana, feliz, satisfecha y alejada de la violencia, la corrupción y el odio. Los niños felices serán adultos felices. Los niños violentos, serán adultos violentos.
Dado que a veces el ser humano por sí sólo es incapaz de darse cuenta de algo tan sencillo pero fundamental como es la transmisión de valores a nuestros hijos, las Naciones Unidas tuvieron que crear una declaración oficial para defender los derechos básicos de los niños. Ya en 1959 se había aprobado una Declaración de los Derechos del Niño que incluía 10 principios fundamentales, entre ellos el derecho a la alimentación, a tener un hogar o a recibir el amor de sus mayores. Un primer paso que no fue suficiente. Fue por eso que en 1978 se volvió a poner sobre la mesa y años después se aprobó el texto definitivo. Fue aquel 20 de noviembre de 1989. Ratificado y aceptado por casi todos los países del mundo, solamente Somalia y los Estados Unidos se han quedado al margen.
Los niños son seres vulnerables, inocentes, puros, cuyas vidas dependen única y exclusivamente de sus padres o tutores. Su existencia física, su supervivencia, pero también su manera de ser en la vida. Son seres que aprenden por mimetismo, no conocen nada más que el entorno en el que han crecido. Así que ese entorno, las actitudes que observen y las experiencias que vivan serán la raíz de una vida plena o de una existencia manchada por el dolor, los traumas o la desesperación.
Es una responsabilidad de todos los seres humanos, y sobretodo de aquellos que somos padres, velar porque ninguno de esos derechos de los niños se vean nunca vulnerados.