¿Habéis oído alguna vez aquella frase que dice "cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla"? Es una de esas frases que no entiendes muy bien su significado hasta que la sufres en tu propia piel. Cuando tienes un bebé total y absolutamente dependiente de ti deseas a menudo que ese tiempo pase para poder recuperar parte de su autonomía como persona. Lo malo es que cuando te das cuenta de que ha llegado ese momento... no lo disfrutas tanto como creías.
Cenando hace unos días, mi pequeño gran hombre tenía alguna que otra dificultad cortando el trozo de carne. El tenedor chirriando contra el plato y el cuchillo acercándose peligrosamente a su manita mientras que el lomo ya frío estaba a punto de salir volando cual frisbi en la playa.
- Cariño, ¿quieres que te ayude?
- Nooooo. Tranquila mamá, que yo "m"apaño".
Y entonces, como por arte de magia, a lo ábrete sésamo, se me presentó ante mi una persona diferente. Un niño que ya no es un bebé. Un niño que empieza a ser una persona independiente. Que es capaz de cortarse la carne, abrocharse la camisa o ducharse sin mi ayuda. He de decir que visto fríamente es un lujazo esta época en la que puedes llegar a casa y no tenerte de preocupar de desatarlo del cochechito, cambiarle el pañal y darle de comer, todo sin haberte quitado siquiera el bolso del hombro. Pero también he de confesar que me cogió un ataque de nostalgia viendo como mi pequeñín ya no lo era tanto.
Cuando por la mañana lo dejo en el cole y ya no me permite acompañarlo hasta el patio donde están sus amigotes mayores, tengo la misma sensación.
Me alegro muchísimo ver que crece y evoluciona como se espera que lo haga un niño de seis años pero cuando estos pequeños gestos me recuerdan que el tiempo pasa me entra un qué-me-sé-yo o un yo-qué-me-sé y me doy cuenta que voy camino de convertirme en una de esas madres de las que en la tierna juventud nos cachondeábamos cuando trataban a sus hijos de cuarenta como sus niños pequeños. Aix, que voy por ese camino...