Sé que este post va a gustar mucho a los incondicionales de “esa niña lo que está es enmadrada”, la frase de manual que analizamos hace algunas semanas. Lo sé y les voy a dar el gusto. Para que luego tengan algo sobre lo que cuchichear:
- ¿No ves? Si ya te lo dije yo. Todo el día con la madre. Esa niña al final va a estar enmadrada.
- Se veía venir. Pero bueno, ya se apañarán ellos. No será que no se lo estamos diciendo…
O algo parecido.
Desde hace unas semanas, cuando llega la noche, y en concreto cuando llega la hora de acostarnos, la pequeña saltamontes empieza a mostrar una dependencia mayor de la mamá jefa. Cosa que al papá en prácticas le parece absolutamente normal, ya que Maramoto cada vez es más consciente de la importancia que tiene su madre como fuente de alimento y ayuda en la conciliación del sueño. Durante el día, por el contrario, nuestra peque sigue mostrando una actitud de lo más normal. Nunca rechaza mis brazos (ni los de nadie), me la puedo llevar de aquí para allá sin necesidad de que esté viendo a su mami, y siempre tiene una sonrisa guardada para derretir un poco más a su papá.
Cuando llega la hora de irse a la cama, sin embargo, la peque no puede separarse de su mamá. Si está ella en la cama, no hay problema. Mama un poquito, se gira con su sonrisa picarona esperando que su papá en prácticas le diga cualquier tontería, retorna a la teta, vuelve a buscarme con su mirada… Y así entramos en un bucle hasta que por fin se duerme. Pero como a Diana se le ocurra moverse, las sonrisas cambian de forma inmediata por unos pucheritos que me tengo que contener para no comérmela. Así que la mamá jefa no tiene más remedio que lavarse los dientes en la habitación, para que la peque no la pierda de vista. Y si es menester, nos vamos a acompañarla mientras se enjuaga y hace pipí. No habrá intimidad para las madres.
Antes de escribir este post, por mera curiosidad, he buscado por la red algún tipo de información al respecto. Y aunque la mayoría de resultados de la búsqueda son algo confusos, he encontrado un artículo en la web Dormir sin llorar que habla de una supuesta fórmula que ellos han bautizado como “Plan Padre”, en un juego de palabras que engloba a la figura paterna y a la acepción mejicana de padre como sinónimo de muy bueno. Allí dan unas pautas para que los bebés asuman con más normalidad la figura paterna durante la noche, ya que al parecer lo que le pasa a Mara, como ya me imaginaba yo, es algo bastante habitual entre niños lactantes y que practican colecho. Os resumo a continuación las cuatro claves de este “plan padre”, aunque podéis consultarlas con más detalle si queréis en la web que os mencionaba.
Implicar al papá en las tareas propias del día a día como cambiar pañales, el baño, el juego o los mimos. En nuestro caso esta primera clave está superada.
Llevar esa implicación al momento del sueño. Es decir, que una vez comido y con la barriga llena, sea el papá el que se encargue de dormir al bebé en sus brazos. Esto, en lo que a mi respecta, lo he conseguido en contadas ocasiones, ya que en la mayoría de los casos la peque prefiere la teta de su madre para encontrar el sueño.
Intentar probar, poco a poco y cuando el bebé esté confiado en presencia de los dos, que la mamá abandone la habitación. Para ir viendo sus reacciones.
Todas estas claves, por supuesto, hay que llevarlas a cabo respetando en todo momento los ritmos del bebé. Es decir, que si llora estando en brazos de su padre o pone pucheros al quedarse a solas con él, es importante que la madre intervenga de inmediato para tranquilizarlo.
Yo os las copio aquí porque me ha parecido curioso y creo que igual pueden servir a alguien, aunque en mi caso de momento no tengo prisa ni me preocupan estas reacciones de la pequeña saltamontes. Como os he comentado antes, me parecen de lo más normales. Bendita mamitis.
Y a vosotr@s, ¿os ha pasado lo mismo con vuestros bebés?