Creo que éste es de los posts que más me ha costado escribir. No solo por todo lo que remueve en mi, si no por lo que pienso que quizás puede remover a quien lo lea. Es por ello, que antes de nada, quiero dejar muy claro que lo que voy a escribir a continuación son las vivencias de mi propia experiencia, como así lo he sentido, y para nada pretende ser una afirmación general.
Ya sabéis que no existe una única manera de maternar, y que cada madre vive la suya como quiere, siente y puede. A menudo, las tres cosas no van en la misma dirección y nos toca pasar por situaciones que quizás no hubiéramos escogido. A menudo (más de lo que nos gustaría) aparece la culpa en las madres: por aquello que deberíamos de haber hecho, por aquello que deberíamos haber sentido…
A medida que han ido creciendo mis hijos ese sentimiento de culpa se ha ido haciendo cada vez más pequeño y yo me he ido empoderando más como madre y como mujer. Torpemente pensaba que con esta tercera maternidad la cosa iba a estar un poco más a mi favor, ni que fuera por la experiencia de pasar por tercera vez por lo mismo. Y es verdad que en muchísimas situaciones ha sido así. Pero como siempre la vida nos tiene preparadas millones de sorpresas y cada hijo llega para enseñarnos algo distinto. Y Món no iba a ser menos, por supuesto.
En dos IGTV que os subí en mi Instagram, os conté los problemas de lactancia que sufrimos, primero por las condiciones físicas de ambos y después por una bronquiolitis que fue el detonante en el final de nuestra lactancia materna. En un post que os subí en Julio os conté cómo había decidido terminar con la lactancia materna. Para mi fue una decisión muy difícil de tomar (no me voy a extender porque ya lo hice en su momento, si queréis podéis leer el post en el link que os he dejado), y hoy me gustaría contaros como han sido para mi estos primeros 9 meses de vida con mi bebé y las diferencias que he tenido entre maternar con biberón y maternar con teta.
Quizás esto pueda servir para una futura madre que me lee, y pueda hacerse una idea borrosa de lo que le espera, quizás le pueda servir para alguien que ha pasado exactamente por lo mismo que yo… pero sobre todo me sirve a mi. Mi manera de sanar las heridas es escribiéndolas, vomitándolas desde dentro, poniéndoles nombre, ordenándolas dentro y fuera de mi cuerpo.
Desde los 6 meses alimento a mi hijo con leche de cabra porque la lactancia que yo deseaba y que podía sostener, no era posible. A mi me hubiera gustado poder darle de mamar hasta los 2 años, pero esta vez el precio a pagar era demasiado alto para mi. A día de hoy sigo estando convencida de la decisión que tomé y no me arrepiento. Cada vez, los sentimiento de pena se van esfumando. Y no porque lo que ahora yo vivo sea triste, o peor, nada de eso… Sentía pena porque sabía que había cosas que no viviría de nuevo, momentos y conexiones únicas que se establecen mientras dar de mamar a tus hij@s.
Para mi, alimentar con biberón a mi tercer hijo ha sido lo mejor para mi tercera maternidad. Me ha aportado la calma que necesitaba, la seguridad de satisfacer una necesidad vital para cualquier ser humano y que ponía fin a la responsabilidad de mi cuerpo de cubrirla.
Si algo tengo claro es que la responsabilidad y el desgaste que sufre el cuerpo de la mujer cuando amamanta a un hij@ es enorme. Es muy grande. Es tan grande que a veces no hay espacio para nada más. Evidentemente el premio es muy alto también, tan alto que condiciona la manera de maternar. No ha habido tanto contacto piel con piel (por una razón lógica evidentemente) aunque hemos hecho todo lo posible porque las tomas de biberón fueran lo más parecidas a las tomas de pecho, bien juntos nuestros cuerpos, abrazados y mirándonos a los ojos.
Pero evidentemente no es lo mismo, mi cuerpo no es su alimento. Tanto para lo duro como para lo bonito. Con él no he tenido tantos y tantos momentos en la cama, entre tomas y siestas. Me ha dado la sensación como si su época de bebé hubiera sido mucho más corta que la de sus hermanas.
El biberón me ha aflojado carga, tensión y el desgaste corporal que hubiera tenido amamantando a un bebé y criando a dos hijas más. Evidentemente cada bebé es un mundo, y la demanda que tenga condicionará mucho esta situación, así como las dificultades para dar de mamar. Es por esto que en nuestro caso, no era viable.
Alimentar a mi hijo con biberón me ha hecho ser primeriza de nuevo, experimentar otro tipo de sensaciones, y ver también la otra parte. Si algo tiene el pecho es la tranquilidad de saber que siempre hay alimento, que si tu estás, todo va bien. Salir de casa pensando en todos escenarios que puede haber para que no te falte leche para tu hijo, el agua caliente, los biberones… El pánico el día que se te caen los polvos al preparar el biberón y no tienes más, dejarte la bolsa con los biberones en casa y pillar un tráfico increíble y tardar más de lo previsto… Está claro que nada es de color de rosa, y que todas las opciones tienen sus dobles caras, pero sin lugar a dudas, puedo afirmar, que el desgaste en el cuerpo y la responsabilidad que recae en la madre cuando se decide dar el pecho, no tiene comparación. Y es aquí donde la sociedad tendría que dar apoyo, con leyes y permisos para que todas las mujeres que quieren dar el pecho a sus bebés los pudieran hacer con unas garantías dignas.
Agradezco haber dado el biberón después de haber vivido dos lactancias prolongadas con mis hijas. Lo agradezco porque pude vivir lo importante que es la díada entre madre y bebé, y la importancia de estar juntos el máximo de tiempo posible durante los primeros meses de vida. Si algo tiene el biberón es que permite (para lo bueno y lo no tan bueno) que la madre se pueda separar del bebé. Es fácil hacerlo, y vas viviendo microexperiencias de separación que te van normalizando el poder hacer cosas más allá del bebé. Esto, evidentemente es algo MUY personal. Habrá quien lo viva como un alivio y de manera positiva. Para mi, ha sido algo que he tenido que tener muy presente y ponerle mucha consciencia para que el piloto automático de una familia numerosa no hiciera que Món y yo nos separásemos más de lo que yo quería.
A medida que han ido pasando los meses desde que dejamos la lactancia materna he ido confirmando que tomé una buena decisión. Nuestra logística familiar con tres peques más una lactancia complicada hubiera sido una piedra demasiado grande en el camino. Estoy segura que si Món hubiera sido primer hijo la cosa hubiera sido distinta, pero ha sido el tercero, con todo lo bueno que ello conlleva (una familia más experimentada, más tranquila, más segura y dos hermanas que lo quieren con locura).
La leche materna es el mejor alimento para un bebé, de eso nadie tiene ninguna duda. Pero a veces, la lactancia materna no es la mejor opción. Para mi, obcecarme en conseguir una lactancia exitosa me hubiera comportado mucho más estrés, más cansancio, más mal humor… Todo el contrapeso hubiera hecho que no pudiera estar para atender otras cosas que para mi eran igual o más importantes que seguir amamantado después de esos 6 meses.
Así que ya veis, no existe la fórmula ideal, pero sí que hay una fórmula para cada tipo de familia. Así que escucha a tu corazón, mira como es la situación que te toca vivir, lo que puedes sostener o cambiar y toma una decisión. Y una vez lo hayas hecho, disfrútala al máximo, la etapa de bebé pasa muy deprisa y no vale la pena vivirla con culpa.