Ésta es la última foto que tengo de mi segundo embarazo. Me la saqué cuando estaba tumbada de madrugada en la sala de monitores del hospital, con las correas para controlar las contracciones después de haber roto aguas en casa. En ese momento no sabía cómo iba a ser mi parto, pero sí tenía claras dos cosas: que iba a evitar por todos los medios que fuera un inducido y que pediría la epidural. En lo primero acerté, pero no en lo segundo.
He vivido un parto con epidural y otro sin ella, y las sensaciones son completamente diferentes. Tampoco tienen nada que ver la recuperación y el postparto más inmediato: tras dar a luz sin anestesia, y si todo ha ido bien, te sientes con fuerzas como para salir andando de la camilla (aunque no te dejen, por supuesto) y tampoco tienes que esperar para comer algo.Esto es algo a valorar, teniendo en cuenta que se puede estar sin ingerir sólidos horas o incluso días si el parto se alarga mucho.
Es curioso, pero en el primer parto tenía mis dudas sobre la epidural y pero terminé pidiéndola después de aguantar mucho. Salí del hospital pensando que era el mejor invento del mundo. La sensación de alivio fue inmediata: seguía sintiendo las contracciones, pero eran más llevaderas y durante los descansos entre una y otra conseguía relajarme tanto hasta llegar a dormirme. Pero no era un parto normal: era inducido con oxitocina sintética, mucho más doloroso y con contracciones más rápidas y fuertes de lo habitual.
Ahora veo que no podría haber dado a luz sin la epidural, sobre todo cuando tuvieron que ponerme varias inyecciones más de refuerzo (al menos dos, que yo recuerde) Me vino bien también para la episiotomía y para aliviar el dolor de que me sacaran la placenta a mano, después de que se hubiera quedado rota dentro.
Dar a luz sin epidural
Así que después de esta experiencia, no tenía duda en que volvería a pedir la epidural en mi segundo parto. Pero después de aguantar unas rápidas y dolorosas contracciones y llegar a la sala de dilatación ya de 9 centímetros, mi matrona me tentó con la posibilidad de olvidarme de la antestesia. “¿Seguro que la quieres? Porque va todo tan bien que podrías hacerlo sin epidural. Será un parto más intenso pero más rápido“, me dijo. En aquel momento no era capaz de tomar la decisión, pero terminó por convencerme al decirme que si había conseguido aguantar el dolor de esas contracciones, podría sobrellevar el expulsivo.
Al final echamos a la anestesista de la sala y casi de inmediato comencé a tener ganas de empujar. El expulsivo sin epidural es, efectivamente, más intenso, pero sentir tanto este momento hace que se pueda trabajar mejor: sabes dónde dirigir la fuerza de los pujos (no hacia la vagina, sino hacia el ano, como para hacer cacas) y cada empujón es más efectivo.
Pero el último pujo es lo peor de todo el parto: ese momento en el que pasa la cabeza del bebé. Lo llaman el aro de fuego y así es: sientes como si te quemaras, como si te rasgaras entera o te rompieras. Un dolor que te hace perder la cabeza, gritar sin ser consciente de lo que dices y que te lleva a cuestionarte si has hecho bien. Hasta que, por fin, sale la cabeza del bebé y le sigue el resto del cuerpo resabaladizo casi sin darte cuenta. Todo ha terminado, y el alivio es indescriptible. Nunca olvidaré esa sensación casi de placer por acabar de dar a luz.
Parir sin epidural te lleva al límite. Al salir del hospital me sentía eufórica, pero también viví algo parecido después del primer parto inducido, por haber conseguido llevarlo a cabo después de aguantar tanto dolor.
No soy capaz de comparar el grado de dolor de ambas experiencias: eran dolores diferentes e insoportables los dos. Pero sé que el primero hubiera sido imposible sin epidural y el segundo hubiera ido peor con ella: el alumbramiento se hubiera alargado y quizá habría terminado en una ventosa, porque al bebé le costaba salir y fue decisivo dirigir bien los pujos. Y esto no lo digo yo, me lo dijo la matrona al valorar cómo había ido todo.
Todavía no sé si en un tercer parto pediría la epidural o no. Ahora estoy más abierta a la decisión de dar a luz sin anestesia y creo que terminaría decidiéndolo en el mismo momento del parto, como he hecho antes.
Mi consejo para las primerizas es seguir nuestro instinto y afrontar este momento con valentía y ganas. Una cosa está clara, no se es más fuerte por hacerlo sin anestesia y cada parto es un mundo: cada circunstancia lo hace único. Pedir o no la epidural es una decisión muy personal que puede cambiar en el mismo momento del parto, aunque es bueno ir con una idea previa.
¿Habéis podido comparar experiencias? ¿Estáis de acuerdo?
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