La muerte perinatal se da entre la semana 22 de embarazo y los siete días de vida de un bebé, de acuerdo con la matrona especializada en muerte perinatal, Cristina Triviño.
Aunque su bebé había fallecido, para Lorena, lo que seguía era dar a luz, y lo que los médicos le recomendaron fue un parto natural, pues está comprobado que la recuperación es más fácil a la de una cesárea, además de que el riesgo es menor.
“Pasé una noche horrible. Y al mediodía comenzó el parto”, cuenta Lorena, a quien la posibilidad de ver a su bebé y tener una despedida le ayudó a sobrellevar la situación; no así para su esposo: “Mi marido no quiso verlo, pero a mí me ayudó que no se lo llevaran inmediatamente”, explica Lorena.
Además de su duelo, Lorena tuvo que enfrentar los problemas administrativos en su trabajo, pues para tramitar su licencia por maternidad, le pidieron el certificado de nacimiento de su bebé, cuando su hijo había nacido muerto.
Aunque se le aconsejó acudir al psicólogo, ella prefirió pasar más tiempo con su hijo. “Una profesora me propuso que acudiera a clase con él. Estar rodeada de niños me hizo bien, fue mi terapia”, dice Lorena.
Pero lo que ella más lamenta es la falta de información y el tabú social que existe alrededor de la muerte perinatal, pues cuando decidió contarlo, se dio cuenta de que había muchas mujeres que también lo habían vivido, incluso una tía de su marido.
“Los niños dan vida, por eso queremos tenerlos. Y yo lo quiero volver a intentar”, finaliza Lorena, quien dice que actualmente tiene más motivos por los que vivir que por los que estar triste.
*Este testimonio fue tomado de El País