Enciendo la cámara de fotos para captar nuestra maravillosa primera vez, y esto es lo que ocurre. No sé si el resultado son los fotogramas del trailer de una comedia o de un drama, pero desde luego no de una peli de acción.
Tras unos prolegómenos que desesperan al nene, abro por fin las pinturas. A los cinco segundos descubro que al pequeñín le impresiona mancharse de pintura. Embadurno mis manos para dejar las huellas en el papel y enseñarle cómo se hace, pero él decide que no quiere hacerlo. Por más que le animo a pintar, no hay manera, él prefiere meter sus pequeños deditos en los botes y suplicarme con la mirada que le limpie. Cada dedito manchado, una toallita fuera, con alegría.
Llega el momento en el que le pongo el paquete de toallitas al lado para que se limpie con facilidad, pero esto no hace sino empeorar las cosas. Al sacarlas, se manchan todas. Armada de paciencia le voy ayudando, y entonces él decide limpiar el suelo con las toallitas y quitar las pequeñas manchas de pintura.
Tanto le gusta limpiar que termina pasando la toallita por encima del dibujo, destrozando nuestra creación artística y embadurnando todo de pintura. Para lo cual, necesita aún más toallitas.
Resuelta a acabar con el derroche intento pensar rápido una solución, pero él ya se ha cansado, ha dado la tarea por concluida y se acerca a por su nuevo tractor. Como no hay mejor sitio para hacerlo circular que el papel manchado de pintura y toallita, lo pasa por encima y de ahí al resto del suelo de la habitación.
Mi cabeza, en plena ebullición, resuelve que esto no habría pasado si hubiera comprado antes una brocha para pintar. Empiezo a cavilar cómo conseguir una en cinco segundos para poder seguir con la actividad. Se me ocurre entonces ir a por bastoncillos de bebé para usarlos como pequeños pinceles.
Al peque le encanta la idea, aunque los desborda, mezcla los colores y termina igual o más manchado que antes. Seguimos derrochando toallitas como si no hubiera un mañana. Al poco tiempo, se levanta para marcharse a jugar con su cocina.
Conclusiones del experimento artístico:
10 minutos de preparativos y otro 15 para limpiar el estropicio (incluyendo fregar el suelo) para 5-10 minutos de actividad. Terminamos sin pena ni gloria la actividad y queda aún una larga tarde por delante que llenar con otras diversiones.
Material y recursos empleados:
Un paquete entero de toallitas
Media caja de bastoncillos para los oídos de bebé
Un paquete de seis pinturas pequeñas de dedos que quedan mezcladas e inservibles
Un periódico entero a la basura
Un pijama de niño directo a la lavadora
Un mechón de pelo verde en la cabellera de su madre (algo sorprendente, porque me había recogido el pelo)
Si una cosa he aprendido estos dos años con mi hijo es que nada es lo que parece. Da igual cómo plantees un juego o una tarde, el resultado siempre es otro diferente, porque aquí mandan ellos y juegan a su manera.
¿A alguien más se le da así de mal la pintura de dedos? La próxima vez seguro que mejora
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