Porque sí, nuestra casa es una España a pequeña escala. Hasta hace 20 meses, hasta nuestro 15M particular, sólo eramos dos. Los PSOE y PP a nivel doméstico. Hacíamos lo que nos venía en ganar sin tener demasiado en consideración a nada ni a nadie. Teníamos el poder y nadie nos lo iba a quitar. Entonces llegó al mundo nuestra pequeña indignada. Digamos que Maramoto es la Podemos familiar. Una revolución desde la base que socava los cimientos de lo establecido. Un huracán de carácter que viene a cambiarlo todo. A nosotros, que nos creíamos los reyes del mambo. Vaya por delante que nuestra reacción ha sido más propia de Izquierda Unida que de PP o PSOE. Nos hemos dejado absorver por la fuerza del cambio. Pero de vez en cuando, es inevitable, aún damos algunos coletazos sacando al PP-PSOE que llevamos dentro. Entonces se hace imprescindible recurrir a una política familiar de pactos. Acusadnos de chavistas si queréis, pero nosotros pactamos con nuestra peculiar Podemos. Perdonanos, Marhuenda. Por favor. Te juramos que no queremos acabar con la democracia occidental. Sólo pretendemos tener una vida más apacible y llevadera. Sin conflictos.
Es más, te diría, querido Paco, que nuestra casa es más democrática de lo que nunca hasta la fecha lo ha sido nuestro Parlamento. Maramoto, como Podemos, ha crecido en estos veinte meses y con ella su carácter. Su poder de decisión. Digamos que ya está en las instituciones. Ya hay que contar con ella para todo. Y eso conlleva escucharla, aunque apenas entendamos diez palabras de su vocabulario, negociar, pactar, ceder, olvidarse de autoritarismos. Una nueva forma de hacer política (familiar), al fin y al cabo. A veces, las menos, nuestros programas políticos están en sintonía y llegar a entendimientos, a puntos de encuentro, resulta increíblemente sencillo. Por regla general, sin embargo, las negociaciones son arduas y es necesario tirar de paciencia y de voluntad. Hay que estar predispuesto a ceder, a romper con las ideas y los horarios preestablecidos, a asimilar que las cosas ya no siempre serán como uno quiere que sean.
En casa llegamos a pactos tras negociaciones de todo pelaje. Hay veces en que cambiar un pañal se traduce en media hora de tira y afloja. En otras ocasiones, volver a casa sin pasar por el parque implica llegar a compromisos futuros que se deben saldar el día posterior. En casos extremos, vestir a nuestra bebé puede llegar a implicar una negociación que se alarga durante casi tres horas. Tres horas de correr tras una niña desnuda, de darnos unos minutos para reflexionar, de ceder todo el poder para la elección de la vestimenta, de volver a sentarnos, de volver a correr, de volver a reflexionar… hasta llegar a un acuerdo. También entablamos diálogos para subir al coche, para comer, para dormir… Todo se negocia en nuestra casa. Todo se pacta.
No os voy a engañar, la vida es terriblemente difícil desde que nuestra pequeña Podemos llegó al mundo. Todo se ha complicado. Todo se ha eternizado. No hay nada (comer, dormir, bañar, vestir, salir) que haya sido fácil desde entonces. Y, sin embargo, ahora somos mejores. Más transparentes, más pacientes, más dados a escuchar, más empáticos, más solidarios y más dialogantes. Señores políticos y contertulios televisivos, entrad en nuestra casa, entrad en la casa de cualquier familia respetuosa con las necesidades de sus hijos, y aprended lo que significa una verdadera política de pactos. Al menos en el entorno familiar, pactar nos hace mejores.