Pese a que sé que alrededor de este blog se ha formado una comunidad bastante amplia y molona de padres y madres de bebés de alta demanda, hace tiempo que dejé de tratar el tema de forma directa. No es que Maramoto haya dejado de ser de repente una bebé de alta demanda, ni mucho menos. Digamos que intencionadamente lo dejé de lado. En su día descubrir el concepto me sirvió para conocer mejor a nuestra hija y entender lo que estaba pasando en nuestra casa. Y ahí se quedó. Ahora dos factores me han hecho recuperar el hilo. El primero es una “llamada de auxilio” que Mamá en Bulgaria hizo el otro día en un grupo de Facebook que reúne a muchas familias con bebés de alta demanda. Me sentí tan identicado con ella… El segundo es que necesito desahogarme. Como habréis comprobado, últimamente ha bajado el ritmo de mis publicaciones. No os voy a mentir, no tengo energías, ni fuerzas, ni motivos que me animen a escribir sobre cosas alegres y bonitas. Estoy superado. Totalmente superado. Creo que la alta demanda ha dado paso a una demanda extrema. Y esto no hay ser humano que lo soporte estoicamente. Por más voluntad que uno le ponga.
Porque sí, os prometo que me levanto cada día (por regla general tras noches de aquí te espero) con las energías renovadas y la sonrisa puesta, mirando con optimismo el horizonte. Por la noche, cuando por fin, poco antes de la medianoche, conseguimos que se duerma Mara, ya no queda ni rastro de la euforia matutina. Lo más habitual es que sólo nos queden ganas de llorar. Os parecerá exagerado, pero os aseguro que no lo es. A veces tengo la sensación de que vivo en un infierno. Creo que sólo otros padres de bebés de alta demanda podrán entenderme, saber los sentimientos tan ambivalentes que generan estos niños a los que quieres con locura pero que a la vez te provocan estrés, ansiedad y una necesidad constante de huír, de buscar una salida, de escapar de su jauría de gritos, frustraciones y lloros.
Características en constante intensificación
Si a los tres, cuatro o cinco meses de vida de tu bebé empezaste a buscar información sobre bebés de alta demanda pensando que tu hijo podría ser uno de ellos, te puedo asegurar que los 20 no te quedará ninguna duda al respecto. Mara es una bebé de alta demanda de manual. Cumple todas y cada una de las características que mencioné en un post publicado un ya lejano mes de mayo de 2014. Todas esas características se han ido intensificando con el paso de los meses. Mara es más intensa, más absorvente, más impredecible, más activa, más incapaz de calmarse y relajarse. Y a todo ello hemos ido sumando otras nuevas particularidades que tiene en común con otros bebés de alta demanda, como esa sensación permanente en los padres de tener entre manos niños infelices. Seres continuamente insatisfechos. Todo es susceptible de generarles frustración y estrés, todo son rabietas, todo son gritos, todo son llantos desgarradores. En su afán por descubrir, por hacer las cosas ellos solos, topan con límites (en la mayoría de las ocasiones naturales) que les provocan una frustración que ellos, que todavía no tienen la capacidad para gestionar sus emociones, traducen en gritos y llantos. Y os puedo asegurar que es muy difícil mantener la calma cuando por mucho que hagas para evitarlo, por más apoyo que les brindes, las horas se suceden entre chillidos, berrinches y lloros. Bienvenidos al maravilloso viaje a la locura.
Con Mara hemos aprendidos que no, que no todos los niños son iguales. Ahora, cuando me dicen esa frase, me entra la risa. Sin más. Y también, como ya comenté en el primer post que escribí sobre el tema, que los bebés de alta demanda nacen, por más que algunos se empeñen en creer que son niños caprichosos cuyo comportamiento es fruto de haber sido muy consentidos. Eso no tiene nada que ver con un bebé de alta demanda. Absolutamente nada. En casa hemos interiorizado, aunque a veces nos siga costando trabajo aceptarlo, que todo va a ser difícil. Que ponerle un pañal va a ser difícil, que vestirla conlleva una sobredosis de entereza, que moverse en coche es delicado, que dormirla cada noche es una tarea titánica (que se lo digan a la mamá jefa…) y que descansar una noche del tirón es algo que queda fuera de nuestro alcance; que salir a comprar o a comer fuera nos va a generar estrés, inevitablemente, y que comer en casa, debido a su infatigable actividad, a esa imposibilidad de estarse quieta, es una acción que conlleva tiempo y paciencia, mucha paciencia. Escucho a madres que dicen que sus hijos se duermen muy fácil. Otras que dicen que duermen del tirón. Otras que son muy tranquilos. Otras que comen muy bien. Nosotros no podemos decir nada de eso. Todo es difícil. Todo es intenso. Todo es agotador.
Con Mara, y más concretamente con su imprevisibilidad, hemos aprendido también que las rutinas no existen. Que cada día tiene sus propios ritmos y que el día de hoy no va a tener nada que ver con el de mañana. Que aquello de ducharla siempre a la misma hora, cenar a la misma hora e intentar dormirla a la misma hora no sirve para nosotros. Que cada día es una aventura nueva y, por tanto, irrepetible. En estos 20 meses hemos comprobado en primera persona que la pareja, los padres, tienen que tener una relación muy fuerte y muy sólida y tener ambos la misma idea de crianza para poder remar juntos en la misma dirección. No dormir, no parar ni un segundo, no dejar de escuchar gritos y lloros, que tu hija se duerma tarde (cuando ya no te quedan fuerzas ni para hablar) y se despierte pronto, sin apenas dejarte tiempo para pensar, para escuchar el silencio, para degustar la calma, lleva a las personas al límite. Y también a la pareja. A eso hay que unir que los bebés de alta demanda suelen absorver a las madres, especialmente en los momentos en que más alterados están, por lo que los padres nos sentimos impotentes sin saber cómo actuar/intervenir. Una siente que carga con todo. El otro que no hace nada. Empatía. Puede que esa palabra encierre el secreto del éxito y sea nuestra mejor arma de resistencia como pareja. Entender los momentos bajos del otro, no dramatizar las malas contestaciones, apoyarnos para no caer por el precipio.
Con Mara también hemos aprendido que cosas tan sencillas como cocinar, limpiar o ducharse se convierten en una auténtica odisea. Y no es una exageración. Hemos entendido porqué se dice que los bebés de alta demanda son niños cuco. Dicen que donde entra uno ya no entran más. Y no me extraña. Después de pasar por esto, por más que a uno le gusten los niños, una persona en su sano juicio se replantea lo de tener más hijos. Mucho. La posibilidad de repetir la experiencia genera ansiedad. Y Mara nos ha hecho asimilar que los bebés no son como queremos que sean, que tienen su propia personalidad, sus propios deseos e inquietudes y que hay que respetarlos y apoyarlos. Mara es así porque ha nacido así y lo mejor que podemos hacer por ella es respetarla, acompañarla cuando disfruta, apoyarla cuando se frustra y saciar la demanda que ella necesita y pide. Con todo el cariño del mundo. Con todo el amor que se merece.
Objetivo sobrevivir
No os vayáis a pensar que todo en nuestra vida es así. La mayor parte del tiempo sí, para que os voy a engañar, pero Mara también se ríe (con la misma intensidad con la que llora) y tiene momentos en los que está agusto y se siente realizada. A veces, muy puntualmente, incluso algún día se duerme pronto y nos deja tiempo para resetear y cargar pilas. Diariamente, en el tiempo que va de un berrinche a otro, nos brinda todo tipo de cariños y gestos amorosos. En el fondo creo que es feliz, sólo que es una bebé inconformista. Al parecer todo le parece poco. Siempre quiere más (“ma, ma, ma” que dice ella). A esos buenos momentos que nos deja el día nos agarramos la mamá jefa y yo para levantar el ánimo. El objetivo ahora es sobrevivir a estos meses con la esperanza de que el habla traiga un poco de sosiego a nuestras vidas o, como mínimo, un canal para disminuir la frecuencia de las rabietas. Eso ya sería un avance.
Considero que lo más importante es aceptar la realidad, nuestra realidad. A nosotros nos costó, pero leer sobre bebés de alta demanda nos ayudó mucho a entender nuestro día a día. Al contrario que otras personas, no lo considero una etiqueta. Yo no le digo a mi niña que es una bebé de alta demanda, pero sí me sirve a mí para entenderla mejor y para intentar hacerle la vida más fácil. No sé si lo estamos consiguiendo, pero sé que al menos lo estamos intentando. Con nuestros momentos de bajón y de desesperación, por supuesto, pero sin renunciar a salir, a tener proyectos, a hacer cosas en familia, a mirar el futuro con optimismo. Dicen que las cosas difíciles se valoran más, aunque lo cierto es que con un poquito menos de dificultad se apañaría uno…
El otro día leí que todos los atributos asociados a los bebés de alta demanda que hoy vemos como negativos tienen una percepción positiva cuando se hacen más mayores. De los jóvenes y adultos que un día fueron bebés de alta demanda se dice que son entusiastas, profundos, apasionados, ingeniosos, dominantes, porfiados, resueltos, persistentes, perspicaces, justos, sociables, compasivos, empáticos, inquietos y afectusos. No sé si Maramoto tendrá alguna de estas cartacterísticas en un futuro, pero sé que ahora, pese al agotamiento que conlleva, me enamora cada día con su personalidad arrolladora, con su persistencia, con esa capacidad tan suya de no rendirse, con esa vena kamikace de quien no tiene miedo a nada, con esa facilidad para transmitir emociones y sentimientos, con sus abrazos repletos de cariño, con su sociabilidad y con esa sonrisa que, a veces, cuando excepcionalmente se relaja del todo, se le escapa mientras duerme. Sobreviviremos.
PD: Si yo, que trabajo fuera de casa, estoy desesperado, os podéis imaginar cómo está la mamá jefa, que se pasa 24 horas al día con Maramoto. 20 meses así. Ella tiene un mérito terrible. Una paciencia digna del Princesa de Asturias de la Concordia. Yo en su lugar ya estaría camino de un manicomio…