¿Sólo me pasa a mi?

Yo no sé si las cosas que a mi me pasan son normales. Tengo que reconocer que soy muy despistada, que me olvido hasta de mi cumpleaños. Pasar un día conmigo es de lo más entretenido con tanto despiste. Ya veréis ya....

En el coche

Lo primero decir que para mi el coche es un ser extraterrestre, como una nave espacial podría decir. Un habitáculo con ruedas y volante que me lleva y me trae del trabajo. Punto pelota. El resto del coche no tiene ningún significado para mí. Mal, muy mal ya lo sé, por eso me pasan las cosas que me pasan.

Resulta que dentro de la nave hay una palanquita así como bastante fea, que por lo visto se llama freno de mano. Y también por lo visto cuando aparcas, sobretodo en el Ikea y en una cuesta, tienes que levantar. Si no lo haces tendrás que correr detrás del coche, engancharte a la puerta como una lapa intentando abrirla, hasta que lo consigues con medio cuerpo dentro y medio fuera y pones hacia arriba esa palanquita tan útil. Cuando has terminado, muy digna, te metes en el coche y te vas a la otra punta del parking esperando no encontrarte con nadie de ese público por cierto tan poco amable, que no se ha dignado a echarte una mano. Ya cuando has aparcado en la otra punta, ahí ya sí te aseguras de poner la palanquita hacia arriba. Te bajas temblona después de la emoción y por fin te vas a comprar lo que ni te acuerdas que ibas a comprar.

Las luces del coche, ahora ya no me pasa porque se apagan solas, pero con mi primer cochecito cuantas veces me he dejado las luces puestas, puff, incontables. Recuerdo una vez un camionero venga a pitar y yo toda chula pensando y ¿este de qué va?, cuando el pobre hombre estaba avisándome porque me había dejado las luces encendidas. 

Las llaves

Lo primero de todo es encontrar las llaves. Mi desorden mental va en paralelo a mi desorden en casa. Soy de las que llega a casa y suelta las llaves por cualquier sitio. Ahí está el tema. Luego nunca sé donde las he dejado. Llega la mañana siguiente y me vuelvo loca buscando las llaves del coche, del trabajo y las de casa. También he de decir que mis llaves tienen personalidad y vida propia con patas andantes que las llevan de un sitio a otro silenciosas ellas y sin que yo me entere de nada.

Recuerdo un día de colegio con los niños ya preparados, chaqueta puesta y mochila en mano y yo no encontrar las llaves del coche. Todo esto estando ya en el garaje, como loca mirando el reloj y mientras los niños exigentes como ellos solos saben hacerlo con la cantinela del "vamos mamá". Hasta que por inspiración divina me da por mirar dentro del coche. ¡¡¡¡Premio!!!! Sí, ahí estaban, las llaves, ¡puestas!. Mi mañana se desmorona. Yo venga a mirar el reloj. Busco el móvil, que ese no le pierdo nunca, por qué será, y llamo al padre de las criaturas sin miedo ninguno porque él es todavía si cabe más despistado que yo y le cuento la película. No muy contento él, tiene que venir al rescate familiar en plan bombero poniendo no sé que excusa en su trabajo y abrir el coche con su llave. Todo esto con cara de "ainss la que has liado pollito".

Luego está la pérdida total de llaves del coche con recuperación. De repente me doy cuenta que no tengo las llaves del coche, días después creyendo que la pérdida ha sido definitiva, un día sin saber cómo ni por qué aparecieron detrás de un mueble. No me preguntéis cómo llegaron ahí. Y mucho menos como llegué a la conclusión de que podían estar ahí. Pero aparecieron igual que se fueron. De ahí mi teoría de que tienen patitas.

Como no también está la perdida  de llaves del trabajo, ojo del trabajo, con recuperación. Sí, sí, del trabajo. Os podéis hacer una idea de lo que supone perder las llaves del trabajo. Bien tempranito llama al jefe y cuéntale la historia. Menuda gracia. En fín, al cabo de los días aparecieron enredadas debajo del asiento delantero del coche. Igual, no me preguntéis como llegaron allí,  me remito a la misma teoría.

Unido a las llaves está el tema de cerrar las puertas. 

La mayoría de las veces tengo que volver atrás a comprobar si he cerrado la puerta del trabajo. Cuando ya estoy en el coche, me toca volver a bajar para asegurarme que he cerrado las 2 puertas. Nunca me acuerdo antes, siempre cuando ya he llegado al coche.

Cerrar el coche, no podía ser menos. Ahora tengo un coche más chuli con mando no con llave como mi primer cochecito y me paso el día dando al botón para asegurarme que lo he cerrado. A gastar pilas en el mando no me gana nadie.

Cerrar la puerta de casa por la noche. Uff cuantas veces cuando ya estoy en la cama, o mi marido, o yo, nos acordamos que no hemos cerrado la puerta. Que nunca es así, siempre la ha cerrado alguno pero como nuestras cabezas son así y no nos acordamos nos toca levantarnos. Y en invierno te da un gustirrinín salir de la cama para ir a ver si has cerrado la puerta que no veas. Eso después de ocho horas discutiendo con mi marido  -"ve tú, no tú, no que vayas tú, que yo fui ayer"-. Y así casi todas las noches. Lo nuestro no tiene precio.

Y la más gorda de todas, dejarme puestas las llaves por fuera de casa y echar la llave por dentro. Genial para los ladrones, puerta con llave puesta. No sé como todavía no me  han entrado.

Esta ya no tiene ninguna gracia pero la voy a contar. Puse la thermomix encima de la vitrocerámica y encendí la thermomix y la vitro. Me fui a hacer cosas hasta que me dio el olor a chamusquina. ¡¡La thermomix quemándose!!. Yo con mi peque en casa. Lo saqué fuera. Y ya en plan bombera torera agarré como pude la thermomix y la saqué a la calle. Vivo a pie de calle. Un show. No se llegó a hacer fuego, solo humo negro y el plástico derretido de la thermo. Con este despiste sí que me temblaban las piernas.

Tengo muchas más historias de mi día a día, pero para otra vez. Si no me olvido claro jejeje

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