Sustos que dan los niños con los que aprendes una gran lección



Este fin de semana hemos estado en la casa de veraneo del abuelo, un paraíso para los niños porque allí pueden correr, jugar, bañarse en la piscina y disfrutar con total libertad.
Pero por alguna extraña razón cada vez que vamos nos pasa algo. Es como si irnos allí fuera un gafe, porque los niños pueden pasar meses sin ponerse malos, sin una décima de fiebre, y allí pillar una gastroenteritis, amigdalitis o cualquier -itis puñetera que nos fastidie la estancia. Tal cual. El único bote de ibuprofeno infantil que he comprado desde que nació Antía lo tuve que comprar allí el verano pasado.
Llegamos el jueves y parece que allí se para el tiempo. No hay conexión de internet, no hay horarios, no hay prisas ni agobios. El paraíso. Los peques se levantan por la mañana, desayunan y juegan en el jardín esperando que abra la piscina, cuando abre disfrutan a tope bañándose en ella y jugando con otros niños de la urbanización, sobre las 14:30h nos vamos a comer y después una buena siesta para recuperar energías; por la tarde otro rato de piscina, ducha y a dar un paseíto o a jugar al parque.
Iván se ha soltado a nadar solo, por cojones narices, porque al muy salvaje y kamikaze le ha dado por tirarse de mil maneras, sin manguitos ni cinturón flotador, y tras sumergirse sale a la superficie con una sonrisa de oreja a oreja. Nos ha costado hacerle entender que tragar agua de la piscina es de todo menos bueno, porque le había cogido gusto el niño, pero ya sabe que el agua de la piscina solo es para nadar.
Salimos a dar un paseo al caer la tarde pero entre que papá tenía un ataque de gota, Iván decía que le dolía la pierna y Antía "mamá, cógeme que no puedo má", nos dimos media vuelta porque así se le quitan a una las ganas de pasear. Al llegar a casa Iván, que es como un gato, buscó sitio, se arrebujó en el sofá y se quedó frito. Sería las 10 de la noche.
A las 12 de la noche, ya en la cama, se despertó a lágrima viva diciendo que le dolía la pierna. Yo le miraba y no tenía nada, ni moratón, ni inflamación, podía moverla con normalidad pero venga a llorar porque le dolía. Y él rara vez se pone malo, rara vez se queja, con esos llantos debía dolerle de verdad. Y yo que no tenía nada para darle, en la maleta me traje todo menos medicamentos. Con suerte conseguimos ibuprofeno infantil gracias a un vecino, y fue realmente milagroso porque nada más tomarse el chupito se quedó dormido ipso facto. Creo que si le hubiera dado agua con azúcar diciendo que es un jarabe hubiese colado.
El sábado se levantó como nuevo, dándome las gracias por haberle dado el medicamento que lo había curado. Este niño es un amor y agradece todo, absolutamente todo, hasta lo que no debe agradecer, porque los cuidados de una madre no esperan un agradecimiento de vuelta. El caso es que como ya no le dolía nada fue un día normal, de juegos y piscineo. O especial, porque por la tarde nos visitó un amiguito del cole con su madre y su hermana pequeña, que es de la edad de Antía.
Echamos la tarde en la piscina y luego nos fuimos al parque para que los peques siguieran jugando. Como a Iván le encanta el minigolf aprovechamos para ir a una terraza que tiene una pequeña pista y alquilan los palos muy baratito, así que papá se fue con los niños al minigolf y las mamás nos sentamos junto al parque infantil vigilando a las niñas, que jugaban en las casitas.
Cuando ya estábamos a punto de irnos llegó papá con los niños e Iván accidentado, se había llevado un palazo en el ojo. Digamos que su cabeza se interpuso en la trayectoria del palo mientras su amigo daba un golpe a la bola, pero el golpe se lo llevó, afortunadamente, la ceja de Iván. Digo afortunadamente porque faltó nada para que el golpe se lo hubiera llevado el ojo y no la ceja, y eso sí hubiera sido grave. Suerte que le dio de refilón y se le inflamó el párpado superior, nada escandaloso, aún así nos tuvimos que ir a la farmacia porque tampoco tenía arnica a mano, mientras le ponía hielo bajo un pañuelo para calmar el golpe.
El domingo lo tenía algo inflamado pero poca cosa, podía seguir haciendo día normal, así que fue otro día de relax, juegos y piscineo. Aunque amaneció nublado a medida que avanzaba el día iba abriendo el día y por la tarde hacía más calor que los días anteriores. Así que estuvimos casi toda la tarde en la piscina, alternando los chapuzones y baños con los descansos al sol en la toalla.
Al final de la tarde, a punto de irnos de la piscina, fue cuando nos llevamos el gran susto. Iván se estaba dando el último baño con su padre y yo estaba en la toalla con Antía, ya le había quitado los manguitos porque no se quería bañar más y la estaba secando. Estaba con otra mamá de la urbanización cuyas niñas tienen la misma edad que mis niños, y ella también las estaba secando. Ella se encontraba justo entre el cesped y la loseta blanca del borde de la piscina y yo estaba a un par de metros sentada en mi silla. Antía andaba jugueteando por allí, yo no dejaba de vigilarla a pesar de estar hablando con la otra mamá, y como su hija estaba con ella, la mía colocó justo detrás de su madre, en el borde blanco de la piscina, con lo cual la tenía perfectamente localizada.
Mi sorpresa fue cuando papá me pregunta por ella, le digo "está ahí detrás de M" y de repente veo que no está. No me lo podía creer porque estaba ahí mismo, la acababa de ver, pero no estaba. Así que al indicarle a papá él miró en ese lugar pero dentro de la piscina, y Antía estaba dentro, sumergida. En cuestión de segundos la había sacado y ya estaba fuera.
Yo sigo sin entender que pasó. Evidentemente se cayó, pero solo alcanzo a pensar que justo se cayó en algún movimiento involuntario mío, yo que se, mirar a los ojos a la otra madre o mover la cabeza por el sol, no lo recuerdo, pero fue un momento en el que se cayó sin yo verla.
Por fortuna cuando papá la vio en el agua ella estaba con los ojos abiertos, la boca cerrada y haciendo el esfuerzo por llegar a la superficie. El hecho de saber defenderse en el agua con los manguitos, de haberse sumergido antes con ellos y salir a flote, le ayudó a saber reaccionar. Ni siquiera tragó agua, conforme papá la sacó y la puso de pie en el bordillo ella se apartó el pelo de la cara y se vino a mis brazos.
Curiosamente durante esa tarde la otra mamá y yo habíamos estado hablando del ahogamiento secundario, ese artículo que circula de manera viral por las redes. Está claro que no se puede hablar de nada, porque pasa. El socorrista, que tampoco la vio porque estaba recogiendo la sombrilla, vino a observarla por si daba algún síntoma de ahogamiento, y tras pedirme disculpas por no ver la caída, me dijo que la niña estaba bien.
Así que, aún sabiendo que estaba bien porque solo había que verla, para ella fue una ahogadilla como otra cualquiera, me la llevé al consultorio para que la vieran, y allí me dijo la médico que estaba perfectamente, que su respiración era normal, no había agua en las vías respiratorias y que nos podíamos ir tranquilas.
Antía me contó lo que le pasó, se agachó para llenar de agua un muñeco de goma y se cayó, supongo que porque asomó la cabeza y ésta, con el contrapeso, le hizo perder el equilibrio. Ya sabe, y yo más, que nunca, pero nunca, debe acercarse a la piscina sin los manguitos. Aunque estemos nosotros delante vigilantes al 100%. Hasta en un pestañeo, un estornudo, puede suceder una desgracia.
Así que, con el susto en el cuerpo, y pese a ser unos padres vigilantes que estamos pendientes en todo momento y no nos confiamos del "no va a pasar nada", hemos aprendido una lección muy importante.
- No hace falta un largo tiempo para que suceda algo peligroso. Bastan unos cuantos segundos para que un accidente pueda ser una tragedia.
- Nunca hay que confiarse: siempre puede pasar algo cuando menos nos lo esperamos.
- Nunca hay que perder la atención: cualquier distraccion puede ser fatal.
- Nunca hay que dejar a los niños solos: jamás, bajo ningún concepto, somos su mayor protección.
- No está de más tener un analgésico-antitérmico a mano cuando se va a pernoctar fuera de casa, por muy sanos que sean tus hijos. Y más si no vas a tener una farmacia de guardia cercana.
- No está de más saber de antemano dónde están las farmacias más cercanas y su horario, porque suelen hacer falta en el peor de los momentos.
- Nunca, nunca, nunca, has de pensar que a ti no te va a pasar.
Es inevitable que los niños se caigan, se hagan daño, nos llevemos algún susto porque en su afán por descubrir el mundo, sus propias capacidades, posibilidades y límites, está el tropezar, el caer y el levantarse. Es parte de la infancia, del aprendizaje. Pero hay situaciones que sí se pueden evitar.
Somos conscientes de que lo que pasó pudo tener consecuencias muy graves, y aunque la niña ya no se acuerda, nosotros no lo olvidamos. Prefería que no hubiese pasado pero, como de todo se aprende, me lo tomaré como una sabia lección para que, mientras de mi, de nosotros, dependa, no vuelva a suceder.
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