Entre las múltiples tipologías de comentarios, preguntas y afirmaciones de la más originales que las sufridas madres, sobre todo si no primerizas, hemos de sortear, capear o lidiar, existen unas que yo las catalogaría como las "preguntas competitivas".
Pongamos algunos ejemplos:
¿Tu niño aún no gatea? pues el mío ya corre.
¿Mi niña ya come sola? y la tuya...
¿¡Aun no le has quitado el pañal!?
Y no sigo porque imagino que ya habréis entendido a qué me refiero. Vamos que, nada más salir de nuestra barriguita, empieza una carrera contrarreloj para ser el más rápido en hablar, comer y gatear.
Todas estas dudas existenciales sobre el momento evolutivo en el que nuestros pequeños deben alcanzar una u otra meta se ven alimentadas por infinidad de libros, manuales, guías y de más que prometen fórmulas milagrosas del tipo "quítele el pañal en diez días" o "siga este método y su hijo dormirá como un lirón desde el primer día durante tropocientas horas".
He de reconocer que en mi librería durante un tiempo tuvo alguno de estos ilustres títulos hasta que decidí lanzarlos por la ventana. ¿Por qué? Porque después de sufrir ansiedad con mi primer hijo viendo que no gateaba justo el día que cumplía no sé cuantos meses y si no lo hacía algo iba mal, o estresándome sobremanera cuando me empeciné en quitarle el pañal, sí o sí, cuando el pobre aun no estaba preparado, decidí que no, que las madres hemos de ser más flexibles y antes de guiar a nuestros hijos (y digo guiar en vez de imponer) hemos de observarlos, escucharlos, analizarlos para ver si necesitan más tiempo del que las tablas y calendarios estandarizados exigen.
Es cierto que las pautas son necesarias para detectar posibles problemas. Es evidente que un niño de tres años ya debería caminar y comer sólido, por ejemplo. Pero los márgenes de error de días o meses no deberían ser motivo de agobio para las madres que ya suficientes cosas tienen en la cabeza.
Además, creo sinceramente que los hábitos prendidos a la fuerza, en el momento que padres o "expertos" creen que es conveniente y no cuando el niño está preparado pueden acarrear dos fatídicas consecuencias. La primera, el desquiciamiento total y absoluto de los padres que no hacen más que darse de cabezazos contra una pared. La segunda, los niños que terminan aprendiendo porque sí, tarde o temprano sufren las consecuencias. El ejemplo más claro es el sueño. Un niño que aprende a dormir en un ambiente de paz, seguridad y siguiendo los pasos que necesita (aunque sea en brazos de su madre o durmiendo acompañado, para escándalo de los "metodistas del sueño") puede que no aprendan en dos días, pero cuando aprenden, lo hacen de verdad, porque ya están preparados, ya han madurado lo suficiente.
Así que, este mensaje va para todas esas madres primerizas obcecadas y angustiadas por cumplir los tiempos marcados. Disfrutad del momento que, por otro lado, es un periodo muy breve en la vida, pasa demasiado rápido.
Mejor que protejamos a nuestros hijos el máximo tiempo posible del mundo de los adultos cebado de prisas, competitividad y carreras para todo.