¿Tus niños viven en una montaña rusa de emociones?

¿Si? Los míos también…. Los niños pasan el día de emoción en emoción. No saben gestionarlas todavía y necesitan de nuestra ayuda para aprender (o mucho mejor, nuestro ejemplo). Cuando los niños se sienten mal (o demasiado bien y eufóricos y se alteran tanto que acaban haciéndose daño jugando), decirles que dejen de sentir lo que están sintiendo sólo hace que aumente el sentimiento.

La mejor manera de tratar los sentimientos del niños es escuchándoles con empatía, aceptando sus emociones y enseñándoles válvulas de escape aceptables. Pero a veces nos encontramos que esto es complicado de aplicar con tanta emoción arriba y abajo, ¿verdad? Porque es complicado lidiar con un enfado pero no mucho más sencillo es apaciguar a dos niños eufóricos que no dejan de jugar y entran en aquella fase en la que alguno acaba chocándose contra algo o cayendo al suelo con tanto juego descontrolado, ¿verdad?

En el artículo de la semana pasada hablamos de tratar los sentimientos de los niños del mismo modo que nos gustaría que trataran los nuestros, aquí te dejo el enlace al artículo por si no lo leíste. Hoy vamos a ver con más detalle las habilidades que nosotros podemos poner en práctica para ayudarnos a sobrevivir a esta montaña rusa de emociones…

La empatía.

Una de las claves de la empatía es la escucha activa. Sabes la frase que dice: Me oye pero no me escucha… pues debemos evitar que nuestro hijo perciba que le oímos pero no le escuchamos.
Utiliza todos tus sentidos cuando escuches a tu hijo. Fíjate en su lenguaje corporal, no solo en el verbal. Después, expresa con empatía el mensaje TOTAL (incluyendo lo que te ha transmitido con su voz y su cuerpo) que tú has recibido del niño, para asegurarte de que has entendido bien y para demostrarle al niño que lo has escuchado.

Un método que funciona para empezar, es repetir lo que el niño te va explicando con tus palabras y hacerle preguntas sobre lo que te está diciendo para completar la información. Pero no en los qué y los por qué. Más bien son preguntas para asegurarnos de que hemos entendido bien, por ejemplo ¿Entonces, fue a la hora del patio cuando Juanito te quitó el balón?. En ningún caso se trata de que repitas como un loro o que acapares la conversación hablando más que el niño, en muchas ocasiones menos es más. El objetivo es entender su mensaje y mostrar que le estás escuchando activamente.

Es muy importante tu tono de voz y tu lenguaje corporal, si miras el whatsapp mientras él te explica algo, aunque le preguntes o repitas lo que ha dicho, te aseguro que no sentirá que le estás escuchando verdaderamente (¿o no te ha pasado que has estado hablando con alguien y éste estaba mirando el móvil y tú te has preguntado si te estaba escuchando de verdad o no? A mi si…y fastidia; luego lo gestiono pero si fuese una niña pensaría mil cosas y no me sentiría escuchada).

montaña de emociones


La aceptación de los sentimientos del niño.

Aceptar los sentimientos del niño es permitir que experimente sus emociones sin juzgarle. Negar sus emociones y no dejar al niño ser dueño de sus sentimientos no aportaba ningún beneficio, todo lo contrario. Eliminar las etiquetas es una muy buena ayuda para aceptar las emociones del niño, y ser conscientes de que todas las emociones son útiles y que no son ni buenas ni malas, también puede ayudarnos a aceptar las emociones.

Otro punto importante es aceptar nuestras propias emociones. Las emociones existen, las tenemos y es mucho mejor gestionarlas que reprimirlas. Cuanto más tolerante seamos con nuestras emociones más lo seremos con las de nuestros hijos.

Enseñar válvulas de escape aceptables.

Y aquí está el quid de la cuestión: ¿Cómo lo hacemos? Y, ¿hay que hacer lo mismo a cualquier edad? No.

Las emociones necesitan ser expresadas, si no, son como un globo que se hincha dentro de nosotros.  Necesitamos ofrecer a los niños válvulas de expresión de emociones para que no las acumulen dentro de sí.

Cuando saben hablar lo mejor que podemos hacer es animarles a que expresen sus sentimientos. Cuando los niños son pequeños y aún no pueden expresarse bien, podemos ofrecerles otras alternativas: saltar, pintar, salir a chutar un balón, contar números….. Pero animarle a expresar lo que siente le ayudará a comprender lo sucedido y le servirá de práctica para cuando sea más mayor. Sobretodo, es importante ayudarles a poner nombre a lo que sienten, cuánto más pequeños son o cuánto menos familiarizados estén con el lenguaje de las emociones.

Si utilizamos la empatía, escuchamos activamente al niño, si prescindimos de juzgar sus sentimientos y reacciones, si aceptamos sus emociones en lugar de negarlas y desterramos las etiquetas (eres un llorón, o siempre te enfadas por lo mismo)  poco a poco el niño se abrirá en la expresión de sus emociones y así en la de sus problemas y experiencias, porque sentirá que puede hablar contigo de manera segura…ganará confianza en ti.

Ante el enfado o la ira, emociones muy intensas, a veces no es suficiente con mantener una charla. Son emociones fuertes que pueden impulsarnos a actuar violentamente. Necesitaremos válvulas de escape que sean aceptables y no hagan daño a nadie ni rompan cosas. Que aceptemos las emociones de los niños no significa que permitamos la expresión violenta y dañina hacia los demás de esta emoción. Necesitaremos utilizar la contención emocional para limitar las formas de expresión inadecuadas (la semana que viene hablaremos de esto).

Después de poner nombre a los sentimientos del niño (Veo que estás enfadado)  y expresar que comprendemos cómo se siente (Entiendo que te sientas así…es normal enfadarse), podemos ofrecer al niño que haga un dibujo, que moldee arcilla o plastilina, que salga a chutar al jardín, que de saltos, que cante, o incluso ofrecerle un sustituto para el objeto de la ira (un muñeco o un cojín para que lo golpee). Todo dependerá de la edad del niño y de lo que a él le resulte más liberador de tensión.

Vamos a ver un ejemplo: Tu niño se enfada contigo. Tú expresas sus sentimientos y los comprendes. Aún así tu niño está tan enfadado que te pega. Puedes ofrecerle una almohada y decirle: No puedo permitir que me pegues, pero este en este almohadón puedes enseñarme cómo de enfadado estás. A ver, enséñame lo que te gustaría hacer. Otra opción es hacer lo mismo pero con hojas y colores y que el niño pueda pintar y escribir su enfado.

Con mi hijo mayor he practicado ambas cosas. Primero hablamos sobre los enfados, leímos sobre las emociones y le explique por qué no se puede pegar a las personas. Hablar sobre emociones y cómo expresarlas es algo que solemos hacer. Bien, le expliqué que podía golpear a un cojín cuando se sintiese tan enfadado con su hermano. Dijo que vale, pero cuando llegaba el momento en que se enfadaba y yo se lo recordaba, él no quería hacerlo…pero el simple hecho de decirle Veo que estás súper enfadado, ¿quieres pegar al cojín? le rompía los esquemas y se le pasaba el enfado aunque decía que no quería pegar al cojín (tampoco es el objetivo que pegue al cojín, a veces no llegan a necesitarlo porque el ofrecimiento que le hacemos les rompe los esquemas y los libera de la emoción).

Cuando aprendió a escribir, le enseñe la estrategia de escribir su enfado en un papel, lo que sentía, y esto sí que lo está utilizando. De momento escribe insultos (yo evito juzgarle) pero tan pronto como los escribe se siente mejor. Poco a poco irá aprendiendo la forma de desahogarse sin necesidad de escribir ni pensar estas palabras sobre otras personas, conforme crezca y acepte la responsabilidad de sus sentimientos.
A veces esto puede resultar complicado si no estamos en casa. En estas ocasiones podemos ponerle nombre a su emoción y mostrar que comprendemos su enfado e intentar hablar (a veces va bien retirarse del lugar del conflicto para hablar y ofrecerle un abrazo). Puedes explicarle que al llegar a casa podrá sacar a fuera la emoción y hacer un dibujo o escribir o lo que le vaya bien. Después, puedes recordárselo y quizás no le haga ni falta ya.

Ante la tristeza no hay mejor válvula de escape que el recogimiento, los abrazos reconfortantes, el descanso y el aceptar el dolor por la pérdida (por muy pequeña que a nosotros nos parezca). Cuando un niño pierde un juguete y llora desconsoladamente es una buena ocasión para enseñarle a gestionar esa tristeza….ya habrá momento para hablar de qué puede hacer la próxima vez para no perder el su muñeco. Te imaginas despidiendo a un ser querido, llorando, y que alguien de tu familia te diera un sermón de que tendrías que haber hecho más por aquel familiar, tendrías que haberlo cuidado más y quizás no ser habría ido….. ¿duro verdad en esos momentos? Para un niño perder un juguete también es así de duro y lo último que necesita es que alguien le sermoneé diciéndole que es culpable de haberlo perdido.

¿Y con la euforia? A veces están tan contentos que se pasan de excitación y juego y llegan a un punto en el que parece que vayan a hacerse daño. ¿Complicado también frenar a los niños verdad? En ese momento lo cierto es que no te escuchan y la mejor estrategia para ayudarle a gestionar su euforia es hablar sobre esa emoción en momentos de tranquilidad puesto que cuando ellos están tan felices que ni escuchan no están necesitando nuestra ayuda (si nuestra supervisión para que no se hagan daño o incluso nuestra distracción para que decidan frenar el juego y relajarse). Yo les digo a mis hijos que necesitamos relajarnos porque cuando nos ponemos tan contentos podemos perder la perspectiva de las cosas y hacernos daño.

Es un trabajo a largo plazo pero creo que también es necesario que ayudemos a nuestros niño a tomar conciencia de los momentos de sobre estimulación para que sepan que eso significa que se necesita frenar un poco y recuperar la visión de las cosas.

Hasta aquí el artículo de hoy. Espero que te haya resultado útil y como siempre te digo: Si lo compartes, me haces un regalo. ¡Muchas gracias!

Un abrazo,

Nuria.

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