Seguramente muchos de mi generación e incluso un poco mayores, rozando los cuarenta o traspasándolos, recordarán aquellos simpáticos dibujos animados (¡en blanco y negro!) que aparecían en las televisiones de nuestros hogares, aquellas cajas de madera con dos o tres botones (¡y sin mando a distancia!) que invitaban a los niños a irse a la cama.
Ya no recuerdo si eran las ocho o las nueve, pero lo cierto que aquellos enanos de la familia Telerín avisaban que empezaban contenidos no aptos para los más pequeños de la casa. Y al menos, en la mía, se cumplía a rajatabla.
Es cierto que los tiempos han cambiado y hemos cambiado en muchas cosas a mejor. Pero en otras muchas cosas, creo, hemos ido a peor. Estos días en que aún se vive la resaca de uno de los mayores éxitos televisivos de los últimos meses, se está hablando mucho de su contenido y su público. Me refiero a La voz kids, ese formato infantil de otro programa para adultos. Un programa que, a pesar de tener a niños como protagonistas y estar dirigido en su mayor parte a público familiar, se alargaba hasta altas horas de la noche y en días laborables. Hecho que no ha impedido que casi seiscientos mil niños hayan permanecido pegados a la pantalla contribuyendo al éxito de audiencia.
Son muchas las noticias que se han dado sobre cifras de cuota de pantalla, de número de espectadores, desgranando su edad, sin ningún tipo de problema. Sin que nadie se escandalice. Será que yo soy un poco Rotemeier pero no creo que un niño tenga que estar mirando la televisión un martes o un miércoles a las once, ni a las diez de la noche. Y es que no sólo se han quedado a ver este programa ?especial para niños?, sino que otros datos aseguran que programas de contenidos más adultos, como El hormiguero, por ejemplo, tienen un amplio número de pequeños seguidores.
Y es entonces cuando todo el mundo se sacude la culpa y mira hacia otro lado. Porque ¿de quién es la culpa? ¿de la televisión que programa sus espacios? ¿de los padres que permiten a sus hijos ver la tele a altas horas de la noche? ¿de los niños? ¿de quién?
Para mí es muy sencillo. Dado que la televisión es un negocio y como tal, mal nos pese, mira por sus intereses económicos y estratégicos, no podemos escudarnos, los padres, en que, como lo hacen a esas horas, pobres chiquillos.
La tarea de los padres es remar constantemente contra corriente. Batallar cuando nos piden un móvil con diez años, cuando quieren un videojuego horas y horas sin descanso, cuando sólo quieren comer helados? No es fácil educar y enfrentarse a unos niños que, además, vienen cargados de mucha más información y muchas más tentaciones de las que nosotros teníamos en nuestra infancia. Pero eso no es excusa para delegar en otros nuestro papel como educadores de nuestros hijos.
Yo personalmente estoy totalmente en contra de que los niños se queden a ver la televisión hasta las tantas cuando al día siguiente deben enfrentarse a jornadas maratonianas de colegios, deberes, extraescolares. Los fines de semana se puede hacer una excepción, tampoco vamos a vivir amargados, pero hay que enseñarles desde bien pequeños que primero está la obligación y después la devoción.
Pero como digo siempre, esta es mi humilde opinión.