Feliz día de la mujer, madre y trabajadora que no concilia

Otra vez estamos a 8 de marzo y con él en el día dedicado a la mujer. Hasta hace no mucho se usaba el apellido de "trabajadora" para designar tan magna celebración, pero hoy por hoy el protagonismo es la mujer, tal cual.


A mi es que casi me da risa lo de "mujer trabajadora" porque vale, habrá mujeres vagas como hombres vagos hay en el mundo, no lo voy a decir. Pero para mi decir "mujer trabajadora" es un pleonasmo: porque si la mujer trabaja fuera de casa -y esta expresión se ha utilizado para reivindicar la incorporación de la mujer al mundo laboral- la que se queda en casa, y más si es madre, ¿no trabaja?. La primera trabaja el doble probablemente, porque hasta donde yo se el Estado aún no financia la asistencia doméstica y aún queda mucho por andar en la igualdad dentro del hogar, pero la segunda también trabaja lo suyo, que no está en casa mano sobre mano.

Creo que como mujer he pasado por casi todas las facetas laborales, solo me falta ser funcionaria o meterme a pilingui. Estoy en ello, en lo primero, obviamente. Lo segundo, cuando pasas un ERE y te vas a la calle sin un duro y con el rabo entre las piernas, o cuando intentas emprender y te encuentras que te la pegan por todos lados, pues casi que lo sientes.

El caso es que he tenido trabajos muy diversos, buenos trabajos, trabajos de mierda, de corta duración, otros más largos, a comisión, por cuenta ajena, por cuenta propia. He sido muchas cosas y alguna hasta os sorprendería -pero eso no os lo voy a contar ahora-, trabajo desde que me independicé o me independicé desde que trabajo, no se si fue antes el huevo o la gallina porque lo uno fue con lo otro -llámese trabajar a tener un contrato oficial-, a mis 23 años.

Y fui (soy) madre. Éste último es el trabajo más exigente, agotador, motivador, desestabilizador, el que más horas me ocupa, para el que más he tenido que formarme, en el que intento mejorar cada día. Puede que haya mujeres no trabajadoras en el sentido estricto del concepto, pero dudo que haya madres no trabajadoras.

Viví dos maternidades de lucha por conciliar mi vida familiar y personal, de enfrentarme a mi empresa, a mis compañeros, de reivindicar mis derechos como madre trabajadora sin apoyo de mis otras compañeras madres, de conseguir pequeños logros de los que se beneficiaron mis compañeras madres que no me apoyaron, que se puede decir que fue para casi nada porque un ERE dio al traste con todo pero, como se suele decir, fue bonito mientras duró. Al menos aprendí que la pérdida de derechos en favor de otros que no te lo van a agradecer en la vida es la mayor gilipollez que puedes cometer, y que merece la pena luchar por ellos, o al menos intentarlo.

En mi búsqueda por el Santo Grial de la supuesta conciliación hasta me dio por emprender con ilusión un proyecto maravilloso.
Abro inciso. Hay que ver lo que revoluciona la maternidad que hasta te motiva para darle un giro de 360º a tu vida profesional. Y no lo digo por mi, lo digo porque es increíble la cantidad de madres que gracias a su maternidad y a un despido durante su embarazo, o tras el parto, a conciliar mal o directamente no conciliar -es que esto de conciliar no entiende de medias tintas, o concilias o no concilias-, o descubrir facetas nuevas en su vida dignas de explorar y explotar, se han reinventado laboralmente. Un aplauso a todas, a las que seguís y a las que os habéis quedado por el camino, que ya sabemos que en este país emprender no es fácil y si eres madre -que no mujer- menos. Cierro inciso.Como decía, en mi búsqueda por el Santo Grial de la supuesta conciliación y tal y como la maternidad revolucionó mi vida, decidí emprender un proyecto precioso, con el que he aprendido mucho, lo bueno, lo malo y lo peor, que a priori me permitía conciliar, contribuir con este Estado que sostenemos -porque él nos sostiene bien poco- y con suerte hasta llevar un sueldito a casa. Lamentablemente, lo último ha sido y es lo más difícil de todo por múltiples razones, pero prefiero no ahondar que lo mismo le prendo fuego al portátil de la mala leche que me entra.

En todo este tiempo ha coincidido que mi santo además ha estado desempleado, y aunque se puede decir que yo conciliaba -entiéndase por conciliar cerrar mi tienda cada vez que era necesario para ello, con sus consecuencias, pero bueno, al menos podía atender a mis hijos enfermos, llevarlos al médico, ir a sus actividades escolares, sarna con gusto no pica- la realidad es que yo estaba en mi tienda, y él en casa, con la casa y con los niños. Yo me hubiera cambiado por él, prefiriendo estar con los niños que atendiendo un negocio, y él se hubiera cambiado por mi sin duda.

Como una no para de maquinar sigo intentando reinventarme laboralmente, adaptarme a las circunstancias, intento mejorar o al menos salvar las dificultades e intento darme un tiempo para probar cómo sería trabajar desde casa, y en un futuro cercano volver a abrir mi tienda física como de verdad hubiera querido desde un principio, solo de portabebés, con espacio para mis hijos, espacio para acoger a las familias, espacio para dar talleres. Un espacio que me faltaban en los 16m2 que tenía mi tiendecita. Trabajar desde casa, ahorrar costes, probar una nueva experiencia y ver si estaba más cerca de la conciliación real tan anhelada.
Aquí hago otro inciso. Que sepas que cuando digo por ahí que "trabajo en casa"o "desde casa" la gente piensa que me toco el moño con las dos manos. Vamos, que es sinónimo de no trabajar. Hasta mi madre ha llegado decirme "mira, ahora que no trabajas...", ¿¿¡¡¡Ahora que no qué??!!!. Un toro de miura bufa menos que yo.Voy y me quedo embarazada. Al menos trabajo en casa o desde casa y podré criar a mi bebé, y lo de abrir de nuevo la tienda física ya se antoja como plan a largo plazo. Y mi santo empieza a trabajar después de la época más dura de nuestras vidas, porque cuando falta trabajo durante tanto tiempo -casi 4 años-, y lo que entra en casa es el subsdio por desempleo y los ingresos de autónomo -JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA uys, perdón, mi subconsciente me traiciona-, la cosa se pone muy jodida (prefiero reservar la expresión "la cosa se pone muy dura" para menesteres más agradables), tanto que tengo claro que no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Empieza a trabajar fuera de casa, fuera en distancia y fuera en tiempo, y entonces paso de ser mamá que trabaja en casa o desde casa e intenta conciliar a ser mamá fulltime en modo monoparental, es decir, como si no hubiera padre, a efectos prácticos. Lo que viene siendo sola para todo, con dos niños y una barriga pero, como alguna vez me han dicho, me jodo por haberme preñao. Y como digo yo, pues oye, mejor eso que una enfermedad.

Entonces vino la conciliación que unas reclaman como derecho innegable, pero para sí mismas. Esa conciliación que perece a antojo de quien debería empatizar contigo y que reclama para ella misma. Esa conciliación de quien se pega golpes de pecho porque es madre, pero pone el grito del cielo porque no entiende que a escasas semanas de dar a luz, con tu marido a varios cientos de kilómetros de casa y con dos hijos que atender, no puedas responder a un email, al teléfono, al whatsapp un jueves a la 1 de la madrugada o un domingo a las 8 de la mañana, no puedas atenderle personalmente o entregar un pedido con puntualidad británica. Eso no es ser una madre de dos embarazada, a punto de dar a luz, agotada hasta la extenuación y sin ayuda. Eso es simplemente ser poco profesional.

Se me cae el velo de la realidad y mis ganas de intentar conciliar trabajando desde casa desaparecen al darme cuenta del nivel de empatía de quien, como yo, es madre. Y no puedo más. Me rompo porque no puedo llevar la carga de la recta final de mi tercer embarazo casi en solitario, a mis hijos y cumplir efectivamente en mi trabajo.

Viene el parto, una vida más en mis manos, una crianza más que afrontar. Y una experiencia vivida en la más aboluta soledad.

Aquí es cuando viene mi momento de reflexión profunda o de desahogo. Pasé el final del embarazo sola, parí sin el acompañamiento de quien debía estar a mi lado, no tuve puerperio y todo eso lo arrastro como una pesada losa. Jamás me he sentido más sola y desamparada en mi vida, con más necesidad de ayuda, cariño y protección no recibidos. Parí, llegué a casas con mi bebé y seguí con mi vida, mis rutinas y mis tres hijos, como si no hubiera pasado nada, sin tiempo ni posibilidad de recuperarme del parto, sin descansar ni un solo día, hasta hoy y lo que me queda. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Desde que soy madre he buscado incansablemente la manera de trabajar, conservar mi independencia económica, criar y disfrutar a mis hijos, cada vez que siento que lo tengo cerca parece que se me escapa como pompas de jabón entre las manos. Y me doy cuenta de cuánto se nos exige a las madres.

Mi marido puede estar trabajando fuera y venir a casa un día a la semana, básicamente para deshacer la maleta y rehacerla con ropa limpia. Pobrecito, está trabajando fuera. Que no le quito méritos, oye, pero no le cuesta, primero porque económicamente es necesario y con tal de trabajar va a Marte, si hace falta; segundo, porque no hace renuncias, lo que le mata es no trabajar. A pesar de que eso suponga no ver nacer a su hijo ni conocerlo hasta una semana después. Lo triste es saber que quien lo aboca a esta situación es una mujer y madre. Otra mujer y madre que probablemente busca no se si conciliar pero sí ganarse la vida para mantener a sus hijos, pero vuelta a lo mismo, por mi conciliación MA-TO, por la tuya... Te jodes.

Sin embargo yo, que dada mi situación actual es casi impensable plantearme trabajar fuera de casa, nunca hago suficiente, o eso parece. A mi me toca lo fácil, estar en casa con los niños. Con dos cojones. Y da igual que logre estar efectivamente para todo, nunca es suficiente.

El caso es que, llegados a este punto y en este momento de mi vida, me veo renunciando a conciliar y a trabajar ya no solo fuera de casa sino también desde aquí. O sí, por fin conciliaré, pero la conciliación pasar por renunciar a trabajar, directamente. Porque la única oportunidad laboral de mi marido surge a cientos de kilómetros de casa, trabajar fuera me supondría que alguien tuviera que hacerse cargo de mis hijos y sus necesidades, y lo que no puedo es dejar la labor de criar y educar a mis hijos en manos de otras personas.

De momento sola con los tres "trabajar" es casi una utopía. Esta es mi realidad de mujer, madre y trabajadora. Porque puede que no trabaje fuera de casa, pero os aseguro que si computo mis horas de trabajo de madre, me salen jornadas de 26 horas como mínimo, sin descanso. En teoría "no trabajo", pero es cuando siento que trabajo más que nunca, sin descanso, en turnos de 24/7, porque todo lo que yo no haga no se hace, porque solo estoy yo para mis hijos, porque un bebé no entiende de horarios.

Aún así soy tan tonta que no quiero perder la esperanza. Sigo atendiendo a gente en la medida de lo que el tiempo y mis hijos me lo permiten. E intento estudiar y prepararme unas oposiciones a ver si trabajando para el Estado logro, si no conciliar plenamente, al menos un sí poquito y ganar tranquilidad económica. Lo de pilingui, es un estatus que espero no alcanzar en esta vida, ni lo siguiente.

Pero por encima y a pesar de todo, pese a que me cueste mi futuro laboral, crío y disfruto a mis hijos, o al menos lo intento. Puedo criar a mi bebé a tiempo completo, algo que no pude hacer con los mayores, y estar siempre presente para mis hijos mayores que me necesitan tanto o más que mi bebé. Dentro de todo lo negativo, al menos puedo decir que lo positivo compensa muchísimo.

Así que Feliz Día de la Mujer. Espero que algún día podamos celebrar por fin un día justo, equitativo, sin desigualdades, sin renuncias, sin reproches, sin sentimiento de culpabilidad. De momento, creo que sigue siendo una utopía.

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