¡Con cuantos cuidados, atenciones y desvelos fueron criadas! Impecablemente vestidas, de punta en blanco, eran las típicas nenas de apartamento. Bordados, puntillas, tejidos, crochet; todo lo que hiciera de ellas las princesas de la femineidad. Y así las llamábamos: las princesas.
Yo era una figura importante en sus vidas: era la abuela que las llevaba a pasear, tomar helados, Mac Donald, cine, y parque, si mi amigo metereólogo lo permitía. Fueron años hermosos, donde yo anotaba en un diario sus comentarios, preguntas, fecha de caída de dientes, etc.
Pero acercándose a los diez años se fueron separando de mí, y no querían usar lo que yo les tejía.. Ellas elegían su propia ropa, y me visitaban cada vez menos. - No les des importancia, mamá, están creciendo, tienen amigas, se visitan, empezaron con las "piyameadas". me explicaba mi hija.
Así como eran de iguales cuando chicas, fueron cambiando y diferenciándose una de otra. Elizabeth quedó flaca y larga, y Alejandra más baja y llenita. Ninguna estaba conforme con su físico, y buscaban entre sus ancestros de quién habían heredado esos genes. No importaba el color de sus ojos, ni la característica de su cabello. Una quería más busto y la otra empezó con las dietas, sin resultado alguno.
Ayer vinieron a visitarme con sus padres, se despedían porque se iban de vacaciones. ¡Mis princesas, mis reinas!
No pude llamar así a los esperpentos que entraron, mascando chicle, diciendo ¡hola!; Elizabeth toda de negro, incluso uñas y cabello, y botas ,( 37 grados a la sombra); Alejandra, con pelo rojo y mechones violetas, lucía pantalones descosidos hasta medio muslo, y debajo se veían unas lindísimas medias de red ¡rotas!
Mi mirada me delató, y su madre, medio en secreto me explicó:- dicen los psicólogos que es bueno, así afirman su personalidad y son más seguras de sí mismas.
Realmente, afirmaron su personalidad. Se convirtieron en rebeldes, independientes, y de actitud contestataria.
Los años pasaron ( más rápido de lo que hubiera querido), y corrigieron todas esas imperfecciones. Se enojan si las llamo "mis princesas",-¡ no seas cursi, abu!, y de sus nombres de reinas sólo quedan pequeños apodos: Eli y Ale.
Cada tanto escribo algo en el diario, pero ya no sé que poner, aparte de los resultados de sus estudios.
Cuando se casen les daré una copia a cada una.