1. La falta de sueño
No poder dormir de un tirón durante los primeros meses, o años, es algo que se echa desesperadamente en falta durante la maternidad. Sí, hay madres tocadas con una varita mágica que paren bebés que duermen seis horas seguidas desde el primer día, pero es algo excepcional. Para el resto de mortales, las ojeras y el cansancio se convierten en compañeros de viaje inseparables.
Y, además, desengañémonos, será casi imposible recuperar esas mañanas en la cama hasta las tantas. Cuando eres madre, no hace falta usar despertador, tenemos un hijo que funciona mejor que un gallo. Llega un momento en el que empiezas a dormir mejor, pero en cuanto te confías, vuelven las noches de llantos, cambios de pañales o pesadillas. Si no está enfermo, son los dientes, y si no, es que no puede coger el sueño. Faltan horas de descanso por todos lados.
2. Echas de menos tiempo para ti
Tener tiempo para arreglarse, desarrollar una afición, leer o simplemente estar mirando a las musarañas se convierte en el gran deseo de las madres. Yo aspiro a ducharme algún día sin tener a un pequeño mirón asomado a la bañera y supervisando la tarea. ¿Es mucho pedir que en los cinco minutos de ducha diarios no me estén cayendo tractores o muñecos a los pies?
Desayunar tranquila, por ejemplo, sin tener a alguien que trate de quitarme los cereales para hacer trasvases a otros vasos de par de mañana, estaría muy bien, para variar. ¿Qué madre no envidia en secreto (o a gritos) a las amigas sin hijos que se van a cenar, al cine o a espectáculos cada fin de semana?
3. Te conviertes en la reina del caos
Durante los primeros meses, tu casa no se rige por el reloj, se duerme cuando se puede y con las horas de la comida, pasa parecido. Después, conforme el bebé va creciendo, sus juguetes colonizan los pocos rincones que quedaban de adultos en la casa. Tu salón parece más un parque infantil de juegos y encuentras pelotas, juguetes, chupetes y toallitas por toda la casa.
Los adornos van pasando poco a poco de los estantes más bajos a los más altos y los cristales no se mantienen sin huellas de dedos ni babas ni cinco minutos. ¿En qué momento el salón vuelve a ser un lugar para adultos y de descanso? Las mañanas nunca han sido una mayor locura y, para no llegar tarde a la guardería y al trabajo vas con la lengua fuera y de cualquier manera. Salir de casa nunca costó tanto y una hace malabarismos con las horas.
4. No te libras del sentimiento de culpabilidad
Si le llevas a la guardería y vuelves a trabajar porque necesitas hacerlo, te sientes mal por ello. Si, por el contrario, tienes la suerte de cogerte una excedencia, habrá días en los que eches de menos una vida de adultos. Somos contradicción pura. Te sientes mal si tienes que dejarlo al cuidado de alguien cuando está enfermo, cuando te vas una noche por ahí con tus amigas (una cada demasiado tiempo, me temo) o cuando las obligaciones te absorben y no puedes dedicarle todo el tiempo que quieres… ¿Por qué hagamos lo que hagamos, siempre tenemos el sentimiento de estar perdiéndonos algo?
5. La vida en pareja cambia drásticamente
Es pulverizada, más bien, y hay que reconfigurarla cachito a cachito. Si no te escapas cada cierto tiempo, es imposible volver a hablar sin interrupciones, ver una película de adultos o pasar un rato con otros amigos. A pesar de que durante el embarazo dices que todo va a seguir igual, cambia, y mucho. Es genial ser tres (o más), pero la pareja cuesta mucho más esfuerzo mantenerla. Y de la vida sexual, mejor ni hablamos.
¿Incluiríais algo más? ¿Qué es para ti lo peor de ser madre o padre?
Imágenes de Danielle Guenther sacadas de este blog.
La entrada Las cinco peores cosas de la maternidad aparece primero en Y, además, mamá.