Mis padres que viven en Lima, Perú, han estado conmigo desde antes del nacimiento de mi segundo hijo Gabriel. Decidieron tomarse unas “vacaciones” para venir y ayudarme en la recta final del embarazo y para cuando naciera el bebé. Los tres meses de su estadía se acaban. Se me termina “el chollo”, como dicen por aquí. Han sido y son de gran ayuda. Mi madre me limpia la casa, me cocina, me ayuda con Andrés (mi hijo mayor), con el pequeño Gabriel. Mi padre se va con el grande al parque, juega con él, etc. Pero más que ayudarme, han venido a cuidarme, ha llenarme de mimos y de amor. Hoy se van, vuelven a su casa, a 10 mil km. de la mía y no saben cómo los voy a echar de menos, no solo por la grandísima ayuda que me han dado en estos tres meses, sino porque me he sentido niña otra vez con todos sus cuidados y sus palabras. Qué gran bendición es tener a los padres y más aún si están cerca para echarte una mano cuando lo necesitas, para aconsejarte y hasta para reñirte.
Mañana vuelvo a mi realidad, sola con mis dos pequeños, mi marido, la casa. Les vamos a extrañar muchísimo, mi casa ya no será la misma. Ellos se van con la alegría de haber visto nacer a su nieto (se perdieron el nacimiento de Andrés), nosotros nos quedamos con la tristeza de su partida. Nos queda la esperanza de que en un año nos volveremos a ver.
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