Muchas de las que me leéis sois madres (con vuestros bebés en brazos o todavía no), pero seguro que lo que os cuento hoy os despierta sentimientos vividos. Desde que te conviertes en madre todo nuestro mundo cambia, eso está claro a simple vista, pero algo en nuestro interior también lo hace.
Cambian nuestras prioridades, nuestros valores, cambia nuestro modo de ver la vida, nuestra manera de comportarnos ante las mismas situaciones… Podríamos decir que hay un antes y un después. Digamos que ser madre es la representación más clara de aquella expresión “no sabes lo que es hasta que lo vives“. Y es tan cierto, que aún estando en contacto directo día a día con niños y familias por mi profesión, nunca pude llegar a entender según qué reacciones, miedos o comentarios de los padres. Ahora sí.
El cuerpo el sabio, y prepara a la mujer para este estadio durante el embarazo. Recuerdo unas semanas antes de nacer Valentina, paseando con el amore por el centro, cogidos de la mano, besándonos tanto, tocándonos tanto, nuestro universo era sencilla y únicamente eso… que me entro un miedo inmenso. Me di cuenta de que aquello se terminaba, no sabía cómo ni de qué manera, pero tenía claro que aquella manera de amarnos se terminaba. Y recuerdo que me puse a llorar y llorar, y él, pobre (lo intentaba) pero me entendía poco. Sufrí como un “mini duelo” de una parte de nuestra relación que terminaba. Y no me equivoqué. Convertirnos en padres, creo que ha sido lo más grande que nos ha pasado jamás, pero también (o al menos de momento) también ha sido un gran cambio en nuestra relación. Ni mejor ni peor, pero sí diferente. Recuerdo esos sentimientos durante el posparto, ese miedo a si sería suficiente esa nueva relación para ambos.
Este segundo embarazo ha sido muy distinto, en muchos aspectos (en tranquilidad, en consciencia, en conexión con mi bebé, en preparación, en lecturas…) pero ese miedo ha vuelto a aflorar. Y no hacia Ramon, si no hacia Valentina. Durante estos meses he escrito mucho en su diario, contándole cómo me he ido sintiendo a medida que pasaban las semanas. La cantidad de emociones encontradas ha sido infinita; no sólo por el hecho de sentirme “culpable” de quitarle esa exclusividad que ha gozado desde que nació, si no también por esa sensación extraña, como de rechazo, de tener mucha menos paciencia, de querer estar sola y descansar, de no tener energía para todo… Sin duda el primer embarazo se caracterizó por vivirlo con unas expectativas muy altas y este segundo con los pies en el suelo.
Cuando me preguntan si tengo ganas de que Julieta nazca, siempre contesto que tengo ganas pero no tengo prisa. Porque aunque no me puedo llegar a imaginar (hasta que lo viva) como será, sé que lo que ahora tenemos va a cambiar, se va a terminar. Al menos durante un tiempo. Pero lo que sé seguro es que los momentos que vivimos ahora Valentina y yo tardarán mucho en volver…
Y sí, solo puedo sentirme afortunada de haber vivido en exclusividad sus casi 3 primeros años de vida. Con todas, absolutamente todas sus cosas buenas, pero también las difíciles (que no malas). Estas últimas semanas las hormonas están a tope, y revivo esos sentimientos de “algo termina“. Así que estos días, aunque por la tarde ya estoy para el arrastre y solo deseo estar en horizontal, intento estar presente y consciente de cada uno de “nuestros momentos”. Intento mirarla muy fuerte cuando se despierta de la siesta y nos quedamos media hora en la cama tumbadas, a veces calladas, a veces ella contándome de manera desordenada y divertida todo lo que le pasa por la cabeza. Intento disfrutar de dormirla sin nada más en la cabeza, escuchando su respiración. De mirarla mucho y ver todo lo que ha crecido. De ducharnos juntas por las tardes, poniéndonos todos los potingues en el pelo y después cremas y masajes. Intento leerle muchos cuentos (aunque a veces esté agotada a la quinta vez que me pide el mismo). Y hay veces que cuando la miro así, tan consciente, tengo la sensación de que ella también lo sabe. Ella sabe que algo cambia, no sabe el qué, pero también siente que yo estoy menos. Y así me lo expresa. Llevamos unas semanas que quiere que todo se lo haga yo, que cuando estamos caminando o fuera de casa me pregunta si cuando lleguemos a casa me tumbaré y la abrazaré, si cuando nos despertemos estaremos las dos en la cama… Lleva unos días que aunque se sienta segura en sus espacios de referencia, separarse de mi le cuesta. Y qué duro es vivirlo ahora que además de llorar tiene la capacidad de expresarlo con palabras. ¡Y qué orgullosa estoy de que sea capaz de hacerlo! Qué duro resulta a veces acompañar estas emociones cuando nosotras también estamos así…
Sé que todo va a ir bien, confío plenamente en nuestra familia, en la capacidad de amar; y que aunque no vaya a ser fácil, todo habrá valido la pena como pasó hace casi 3 años. Pero saberlo no quita que deje de sentirlo, y me doy permiso. Me doy permiso de llorar por esta “perdida” sin sentirme culpable; sabiendo que en pocas semanas estaré viviendo de nuevo la magia de dar vida y empezar de nuevo otra vez. Con la experiencia de una salvaje y la inexperiencia de una bimaternidad. Me apoyo y escucho mucho a mis amigas que han pasado o están pasando por ello, y a eso me aferro. Y sobre todo al consejo que me dio una gran amiga cuando me dijo: mírala y abrázala mucho. Así que aquí estoy haciendo fotografías mentales, de esas que guardamos (poquitas) a lo largo de nuestra vida. Aquellos momentos en los que cierras los ojos y notas, hueles y sientes todo de aquel momento para poder guardar un recuerdo completo y retomarlo en momentos duros.
Estoy preparada Julieta, llega cuando lo necesites, no tengas prisa. Te espero en el otro lado de la piel.