Ayer, Julieta cumplió 12 semanas. ¡12 semanas! ¿En serio? De verdad os digo que se me han pasado volando. Me salen de dentro las típicas frases de “que el tiempo se pare, me parece increíble que ya tenga 3 meses” , frases y comentarios que cuando estaba en mi primer postparto no me representaban para NADA.
En mi primer postparto llegué a vivir los cambios de semanas como una semana menos, tachando, restando en vez de sumando. Sí, es muy duro decirlo y escribirlo, pero son los sentimientos puros que tenía dentro. Recuerdo pensar si estaría viviendo una depresión postparto de aquellas que había leído, recuerdo de no entender nada de nada lo que me estaba sucediendo, de no controlar la situación, de estar completamente anulada, de dar el 250% de mi ser y ver que aquello no era suficiente. Durante meses (MESES) , conviví con un bebé que únicamente lloraba, mamaba (con dolor) y dormía (encima de mi).
Siempre que escucho a alguien decir aquello de “Ay si pudiera volver a los primeros meses” yo pienso que “ni de coña”. Fue a partir del año cuando empecé a vivir todas estas situaciones, a sentir que el tiempo se me iba de las manos y que quería apretar el botón de pause.
Este segundo postparto ha sido (y está siendo, porque los postpartos duran mucho más que 40 días), algo completamente diferente. Y antes de que me digáis o que penséis “claro, es que ahora tienes experiencia, con el segundo TU ESTAS DISTINTA Y PROYECTAS DISTINTO…” os diré que no. Que basta ya de darnos la culpa a las madres. Que ahora resulta que si el primer año de Valentina fue tan duro era por culpa mía. Seguro que las que habéis tenido bebés difíciles (que no malos) me entenderéis, y que las que os habéis atrevido a repetir y vivir una segunda maternidad y comprobar que existen diferentes tipos de bebés, más todavía.
Si de algo me ha servido esta segunda maternidad ha sido para reconciliarme conmigo misma. Para darme cuenta de que no estaba haciendo nada mal, que no tomé malas decisiones ni condicioné a mi hija a que fuera un bebé tan complicado. Era así y punto. Por supuesto que cuando nosotras estamos mal, el día no va como la seda, ¡claro!, nuestra visión de los hechos es mucho más distinta; pero por favor, no os atreváis a afirmar que eso puede condicionar y marcar el carácter de un hijo, ya que de verdad os digo que hace muchísimo daño. He recibido comentarios de amigos, familiares o incluso lectoras que me han escrito afirmando que Julieta era mucho más tranquila porque yo estaba más tranquila. O que era más buena porque ahora no me estaba por “tantas tonterías”.
Puedo afirmar con tan solo 12 semanas que he hecho exactamente lo mismo, lo mismo. Y no podrían haber respondido de distinta manera. Por supuesto que intentaba que Valentina estuviera en la hamaquita, o en el carro, o en el sofá, o en una colchoneta… Pero a la tercera vez que lo intentaba y la respuesta siempre era la misma, llorar como si no hubiera un mañana (no pucheros no… llorar a grito pelao señoras. Llorar roja, con las venas de la cara hinchadas, con apneas, llorar como si le fuera la vida. LLORAR), y veía que me tenía que pasar media hora o una hora más durmiéndola, estaréis conmigo cuando os digo que a la tercera vez de probarlo me la dejaba encima y dormíamos las dos.
Por supuesto que intentamos salir a tomar algo fuera. Pero el llanto de grito pelao seguía ahí, non stop, 24 horas, sin parar. Y la verdad, a una se le quitan las ganas de tener que estar con la niña llorando por la calle arriba y abajo mientras el otro está sentado (en el mejor de los casos) solo en una terraza, o dando explicaciones a los demás.
El primer día que tenía en brazos a Julieta sentada, sin hacer nada, despierta, flipé. El primer día que la dejamos en la hamaquita y se durmió flipamos. El primer día que la pusimos en el carrito despierta y se pasó un buen rato mirando, flipamos. Y cuando cerró los ojos y se durmió durante horas flipamos.
Sí, porque nosotros no habíamos vivido aquello. Nos lo habían explicado y lo habíamos visto, pero no lo habíamos vivido. Es muy duro decirlo, pero yo no tengo recuerdo tranquilos de los primeros meses de Valentina. No tengo casi fotos de ella. Tengo fotografías dándole el pecho, tengo fotos (miles) de ella porteada, tengo fotos que salimos el amore y yo con una cara que todavía se me aprieta el corazón. Y no entendíamos NADA. Le dábamos a nuestra hija todo lo que un bebé puede necesitar: comida, calor, brazos y no era suficiente. La sensación es horrible y de verdad os digo que quien no la ha vivido no sabe lo que es. Te genera un estado de alerta y de ansiedad altísimo. Recuerdo ducharme siempre con el llanto de ella de fondo, levantarme a media noche para ir al lavabo con el mismo llanto de fondo, engullir la cena en dos minutos mientras el amore la sostenía llorando en brazos, siempre con el mismo sonido de fondo, siempre… fue realmente durísimo. Lo fue porque la situación en sí lo era y porque no entendíamos nada. Creo que siempre nos quedó la espina de que algo habíamos hecho mal.
Y entonces llegó Julieta y nos enseñó que no, que no habíamos hecho nada mal. Que cada hijo es distinto, y que como me dijo Míriam Tirado, “los padres no éramos tan importantes”. Refiriéndose en que no teníamos tanto poder para condicionar cosas que vienen marcadas desde el nacimiento. Y es que fue así, desde el mismo momento de nacer ya noté que algo era distinto.
Le tengo mucho que agradecer a mis hijas, mucho. Valentina me enseñó que a los bebés hay que tenerlos cerca, tocarlos mucho, olerlos mucho. Si no hubiera sido por ella, Julieta hubiera pasado muchas horas solas. Coged a vuestros bebés, os lo juro, no os van a manipular, no os van a esclavizar. La demanda de Julieta es bajísima y si no fuera por que sabemos lo necesario que es, pasaría muchas horas sola. Si no supiéramos los beneficios del porteo, seguramente no la portearíamos tanto. Ahora mismo la tengo encima mientras os escribo, cuando perfectamente se estaría en la hamaquita durmiendo, pero es nuestro ratito de exclusividad y la quiero tener bien cerquita mientras trabajo. Que distinto es portear por practicidad y beneficios, que portear por supervivencia. Ese porteo que te dobla la espalda y que revienta tu suelo pélvico…
Valentina nos enseñó la intensidad de la vida, de agarrarla fuerte, de no perdernos ningún segundo (ni de día ni de noche). Nos enseñó a valorar las cosas más básicas de la vida. Nos enseñó incluso a valorar y amar lo que teníamos entre manos, ya que por encima de todo aquello tan duro, teníamos salud. Y aquello tan oscuro que vivíamos simplemente se curaría con el tiempo…
Julieta me ha enseñado a confiar más en mi, a perdonarme, a valorarme como madre pero también como mujer. Me ha permitido un postparto de tenerme a mi en cuenta, de cuidarme, de ponerme cremas, de mirarme en el espejo y de abrazarme.
Julieta me ha enseñado que el amor todavía tenía más etapas por descubrir, que todavía existen más formas de amar. Me está enseñando a querer exprimir todavía más los días, ahora que parece que pasan más rápido.
Si, los hijos llegan para ponerlo todo patas arriba, para desmontarnos todas las creencias que teníamos hasta el momento. Llegan para enseñarnos tanto, que aunque el postparto sea una etapa que me saltaría, una vez pasado y mirando hacia atrás, solo puedes que agradecer todo lo que han enseñado y en lo que te has convertido.