Los niños, a menudo, aprovechan situaciones en las que el adulto puede quedar en evidencia para lograr algo. Por ejemplo, en el supermercado, en medio de la calle, en el autobús… Si lo hace a menudo quiere decir que en esos contextos tiende a lograr aquello que se propone y que, probablemente, capte tu incomodidad y se agarre a ello para que sea más fácil que cedas. Por lo tanto, lo más importante no es lo que hace él en lugares públicos sino qué te pasa a ti como padre cuando tu hijo monta un número delante de la multitud.
No te convierte en mal padre no responder ante sus exigencias, dejándole patalear hasta que se canse. De hecho, lo más aconsejable es que se extinga ese comportamiento y la única manera de lograrlo es dejando de prestarle atención cuando se comporta de esta manera. Puedes decirle “Entiendo que te enfades, cuando te calmes hablamos”. ¡Importante! Es efectivo decirle esto UNA SOLA VEZ. Si en esos momentos dialogas con él y le prestas atención, estás autorizándole a que se comunique contigo de esa manera irrespetuosa y entenderá que su pataleta sí funciona a pesar de que te mantengas en tu lugar sin concederle lo que te pide.
Muchas veces, los padres nos enfadamos cuando nuestros hijos se enfadan. Lo más importante aquí es que diferencies tu enfado del del niño. Esta excesiva porosidad emocional no es buena. El padre debe poder contener las emociones del niño sin contagiarse de ellas.
Lo ideal es que te muestres empático. ¿Qué es la empatía? La capacidad de ponerte en la piel del otro. Muchas veces tememos ser empáticos porqué se confunde con permisividad y laxitud, pero no tienen absolutamente nada que ver. Que tú entiendas lo que tú hijo está sintiendo no implica que debas concederle aquello que te pide para que desaparezca la emoción que le paraliza. Por ejemplo, puede que se enfade cuando le dices que vaya a ducharse cuando está viendo los dibujos que más le gustan. Para él es injusto tener que priorizar esa obligación antes que quedarse viendo el final de ese capítulo tan interesante. Es normal que se moleste. Cuando vemos que se enfada, nos sentimos amenazados y puede que le digamos: “¡Como te enfades, mañana no vamos al parque!”, “¡Deja ya de hacer el niño pequeño!” o “¿Te enfadas? Pues mañana no hay dibujos”. ¿Te suenan?
En todos estos comentarios el padre desaprueba el enfado del niño, le amenaza y le ridiculiza por ello, lo que va a hacer que todavía se complique más la situación.
No es malo que el niño se enfade, la rabia es una emoción básica que aparece en situaciones que se perciben como injustas. Que se enfade en ese contexto implica que es un niño sano.
En esta misma situación, ser empático implicaría autorizarle a que se sienta como se siente: “Entiendo que te enfades, sé que te gustan mucho esos dibujos. Cuando acabes la ducha podrás seguir viéndolos”. No hace falta decir nada más, ni alargarnos en explicaciones para sacar al niño de su enfado, ni debatir con él, ni alzar la voz. El enfado requiere de tiempo para que se aplaque. No pretendas que con una sola frase tranquilizadora tu hijo se convierta en una balsa de aceite. No es que lo hagas mal, es que nuestras emociones no funcionan así.
Ser antipático implicaría agredirle por sentirse como se siente. De esta manera, el niño percibe que lo que siente no está bien e incrementará su enfado al ver que no se le entiende. A menudo, la antipatía de los padres nace de la falta de herramientas para hacer frente al enfado del niño. Como no sabemos qué hacer, nos enfadamos cuando él se enfada, poniendo en evidencia nuestra falta de contención emocional.
Tampoco hace falta que seas simpático, lo que implicaría ponerte en su piel y además concederle sus deseos: “Vale, cuando acaben los dibujos vas a la ducha, ¿De acuerdo?”. Para que el niño crezca sano debe ser frustrado. La vida es un sinfín de frustraciones y protegerle de ellas es desprotegerle e impedir un desarrollo emocional sano.
Te dejo un vídeo sobre la rabia si quieres profundizar sobre el tema. ¡Espero haberte ayudado!