Hoy he madrugado más de lo normal y he visto amanecer. Dicho así suena muy bucólico, pero he de reconocer que soy peor que los niños el día de reyes: me he levantado a las 6 de la mañana para abrir mi regalo de cumpleaños. Ya tengo 31. He abierto el regalazo de Mr. Cute, hemos desayunado y, aún de noche, me he asomado a la ventana con una manta por los hombros. Me ha dado por pensar en lo que es hoy mi vida y, pese a mi inconformismo patológico, creo que no debería pedir mucho más. Creo que soy feliz.
Os advierto que es muy complicado que yo diga esto. Hasta para hacerlo he tenido que estar un rato "escaneando" mentalmente lo que es mi vida hoy. Estaba mirando la luna, que empezaba a despedirse entre las nubes, y me he dado cuenta de que, en lugar de admirar ese momento, estaba pensando en el dinero que estamos gastando últimamente y el que estamos dejando de ganar por mi excedencia. Un pensamiento recurrente en mi. ¿No es absurdo estropear así ese momento?
Lo es. Y como éste, creo que estropeo a diario otros muchos. No seré yo, doña hormiga, quien reste importancia a tener un "colchoncito de seguridad", pero este tipo de preocupaciones me empañan a veces lo verdaderamente importante.
Tengo un bebé maravilloso que da sentido a todo y me necesita como nadie. Tengo un marido que me adora y se desvive a diario por arrancarme sonrisas. Tengo un padre joven que no soporta verme sufrir y me ha ayudado siempre en todo.
Tengo un trabajo (mientras nadie diga lo contrario) que me permite tener una vida fuera de él, algo que no podría decir si no me hubieran dado una carta de despido en el periódico en el que trabajé. Tengo una casa que poquito a poco vamos pagando y que es nuestro refugio del mundanal ruido. Tengo personas con las que, pase el tiempo que pase sin vernos, siempre puedo contar. Scully no me niega nunca una caña y, por supuesto, yo tampoco a ella.
Solo me falta mi madre. Si me paro a pensarlo, el pellizco duele. Y seguirá doliendo siempre. Pero es algo que tuve que asumir de golpe, muy rápido y demasiado pronto, y no la recuerdo con tristeza, aunque me dé mucha pena su ausencia.
Estas personas son mi familia, la mía. ¿Son pocas? Son las que yo quiero. Y las que me quieren. Y dicho todo esto, creo que sería muy injusto no ser feliz.