Una de las cosas que influye significativamente sobre el éxito o fracaso de las estrategias de disciplina que intentamos aplicar es nuestra gestión emocional. He podido ver en la consulta a padres desesperados porque no pueden lograr que sus hijos sean obedientes o colaboradores. Entonces, cuando hacemos una revisión de su forma de actuar ante los hijos, la gestión emocional no está presente. Es así como la impaciencia, la impulsividad, los gritos, la mirada llena de ira o desesperación, la improvisación, el llanto, la manipulación, el chantaje, la hostilidad y la lucha de poder se apoderan de las situaciones de crianza, debilitando profundamente el rol parental.
La gestión de nuestras emociones es la clave para lograr que nuestros hijos respeten nuestro rol y nos vean como figuras guías, puesto que, al gestionar las emociones, proyectamos seguridad y confianza en nosotros mismos, al igual que determinación y firmeza sobre nuestro proceder ante la situación. Cuando colocamos una norma, un límite o expresamos desaprobación por alguna conducta de nuestro hijo, éste entenderá que estamos hablando en serio si nos observa firmes, confiados y controlados. Por el contrario, mientras más afectados y descontrolados nos mostremos ante su conducta, más propicio será el momento para la confrontación, la confusión y para el reforzamiento de conductas negativas.
Sé que el manejo emocional no es cosa fácil y que mantener la paciencia en algunos momentos puede convertirse en una tarea colosal. A veces los hijos pueden llegar a hacer o decir cosas realmente desesperantes o intolerables y es en estos momentos donde debemos decidir si nos detenemos a respirar y pensar en la mejor respuesta o si nos dejamos llevar por las emociones, para terminar de impulsar una batalla que puede llegar a ser agotadora, infructuosa y dolorosa.
Pero no sólo la gestión emocional sirve para mantener nuestro rol de padres y ejercer mejor la disciplina. También es una potente forma de enseñar a nuestros hijos a gestionar sus propias emociones, lo cual trae ganancias para las relaciones familiares que se construyen en un clima de confianza, comunicación y respeto por el otro. Es decir, a través de la gestión de las emociones promovemos la crianza positiva de los hijos.
Empecemos conociendo las emociones
Todos tenemos una idea de lo que son las emociones, pues todos las hemos experimentado a lo largo de nuestra vida. No obstante, siempre es bueno hacer un repaso. Por ello, en este enlace aparte he desarrollado brevemente algunos aspectos importantes sobre las emociones, para aquellos que deseen saber más.
Cómo gestionar las emociones
La gestión de las emociones implica un proceso de autoconocimiento y autorregulación que demanda de nosotros la constancia para mirarnos, evaluarnos y aceptarnos de forma continua. Gestionamos nuestras emociones cuando nos encargamos de aquello que sentimos para así orientarlo y dirigirlo a conseguir algún resultado (aclarar un malentendido, resolver un problema, definir metas futuras, establecer acuerdos, liberarnos de tensiones, etc.). A continuación comparto algunos pasos que pueden seguir para desarrollar esta habilidad:
1. Haz consciente la emoción
No se trata de controlar, negar o ignorar la emoción que estamos experimentando, sino más bien de sentirla, identificarla y comprenderla. Lo primordial es saber qué estás sintiendo: rabia, tristeza, miedo… Luego escuchar lo que la emoción te dice. Como mencioné arriba, la emoción nos brinda un reporte de cómo estamos interpretando la experiencia y de cómo nuestro cuerpo reacciona ante ella. Es importante estar atento a estas señales, que te permitirán saber qué tan afectado te encuentras, para así decidir si posees los recursos para afrontar la situación en el momento o si es mejor esperar equilibrar la intensidad de lo que sientes, pensando en la mejor forma de atender lo que ocurre. Ejemplo:
Identificación de la emoción: Me siento molesta porque mi hijo no hizo la tarea.
Interpretación: Pienso que no se está tomando en serio sus responsabilidades y que está siendo grosero.
Respuesta del cuerpo: Me estoy poniendo tensa y me están dando ganas de gritar.
2. Busca la calma
Si sientes que estás a punto de estallar o que no sabes cómo atender la situación lo mejor es detenerte y relajarte. Aléjate un momento del lugar donde está ocurriendo la situación que te afecta. Si estás en tu habitación, sal al patio de la casa; si estás en la calle o lugar público, ve a un lugar más tranquilo o despejado. Respira varias veces de forma pausada, refréscate la cara o toma agua si es necesario. Si hay otra persona que pueda encargarse de la situación mientras te calmas, pídele ayuda. En este paso se vale decir:
Necesito calmarme y pensar mejor las cosas.
Vayamos a un lugar más tranquilo y dame tiempo de respirar.
En este momento no estoy dispuesto a hablar; luego resolvemos esto.
No deseo discutir; espera que me calme.
3. Analiza la situación
Una vez recuperas la calma es importante analizar lo que sucede o sucedió para poder abordarlo efectivamente y tener soluciones a la mano. En muchos casos, cuando analizas la situación te podrás dar cuenta que hubo factores ajenos a ti o tu hijo que intervinieron o que hubo factores que pudiste controlar o evitar. En este paso es recomendable plantearte preguntas, haciendo un recuento de lo que sucedió antes y durante la situación e incluso en situaciones pasadas similares. Algunas preguntas que podrías hacerte son:
¿Hice algo para empeorar la situación?
¿Antes he permitido que esto suceda sin reaccionar así?
¿Realmente fui claro al hablar?
¿Mi hijo escuchó y comprendió lo que le pedí?
¿Pude haber evitado esta situación? ¿Cómo?
¿Algo pudo haber influido en la conducta de mi hijo?
4. Traza un plan de acción
Una vez has analizado la situación debes trazar un plan de acción sobre cómo atender o resolver la situación. En este plan debes considerar qué vas a decir y cómo, en qué momento y lugar atender la situación, qué medidas vas a aplicar o proponer, quiénes estarán involucrados, qué beneficios y consecuencias traerá tu plan, cómo lo puede a asumir tu hijo y con qué otras alternativas cuentas por si debes negociar. Ejemplo:
Podría empezar preguntándole a mi hijo qué piensa de lo que pasó y cómo cree que podemos evitar que esto se repita. Le explicaré que me sentí molesta cuando me dijo que no hizo la tarea y que me resultó desagradable la forma en que alzó la voz. Es importante que sepa que no es necesario ser irrespetuoso al momento de plantear su opinión, que debe ser responsable con sus notas y con sus actividades escolares si desea contar con el privilegio de salir a jugar más tarde con sus amigos.
5. Escucha, comunica y acuerda
Este es el momento para escuchar las emociones de las personas involucradas en la situación y para expresar las emociones que tú sentiste. Siempre es mejor permitir a tu hijo que diga cómo se sintió y luego decir cómo te sentiste tú. Cuando se trata de niños o adolescentes, es posible que necesiten de tu ayuda para expresar lo que sintieron y comprender el cómo reaccionaron. A veces los chicos se muestran confusos sobre sus emociones y les cuesta darles un nombre u ordenarlas. Si les ayudas con esto podrán crear un clima de confianza y comunicación que será útil para establecer acuerdos y resolver el problema. Una vez hayan comunicado lo que pensaron y sintieron, llega la ocasión para hablar sobre las consecuencias que traen ciertas conductas y de establecer acuerdos para el futuro. En estos acuerdos debe quedar claro qué hará cada uno y cuál es la mejor forma de reaccionar la próxima vez que suceda algo similar.
Mis recomendaciones finales para los padres
Ten en cuenta que los niños o adolescentes muchas veces reaccionan mal o emprenden conductas indeseables por factores de inmadurez o porque antes esa conducta fue reforzada con atención o beneficios. Lo importante es que como padres debemos ser modelos de madurez al momento de reaccionar ante situaciones conflictivas o indeseadas y enseñarles a actuar de forma más eficiente.
Es importante ajustar los pasos mencionados arriba a la edad de tu hijo. En el caso de niños pequeños, es necesario ser concreto al momento de hablar y explicar las cosas usando un lenguaje claro, preciso y comprensible.
Deshazte de la necesidad de controlar todo y de atender los problemas que tengas con tu hijo en el momento que están sucediendo; a veces es mejor esperar a que todos estén calmados.
Cada conflicto o situación que suceda con tu hijo es una oportunidad para aprender el uno del otro y para detenerse a establecer acuerdos de cómo evitar o repetir la experiencia vivida. Cuando hacemos esto improvisamos menos y somos más eficientes.
Sé que este artículo ha quedado largo, pero el tema lo requiere. Es posible que todavía tengan dudas al respecto. Si es así les invito a plantearlas en los comentarios y a estar atentos sobre los demás artículos que estaré escribiendo sobre crianza positiva.
Archivado en: Criando-Creciendo Tagged: Comunicación familiar., Control de las emociones, Crianza positiva, emoción, Emociones, Gestión de emociones, manejo de emociones, Padres e hijos, Paternidad