En el fondo sabría que sería así, llevaba ya varios días en los que mi cuerpo acusaba demasiado el embarazo, mi movilidad era muy limitada, me notaba cansada y dolorida, así que sabía que el momento no se alargaría mucho. Y no me equivocaba.
Pase todo el día del sábado limpiando y recogiendo mi casa con un síndrome del nido horroroso. Más que síndrome del nido en sí era la angustia de saber que podía dar a luz en cualquier momento y estando mi marido fuera iba a ser muy difícil que alguien se hiciera cargo de mi casa mientras yo estaba en el hospital. No quería ni imaginarme llegar a casa con mi bebé y encontrarme todo manga por hombro, así que quise dejarla lo mejor posible por si llegaba el momento.
Como llevaba varias semanas sola con mis niños, el mismo viernes mis padres decidieron quedarse a dormir en mi casa, por si acaso, no fuera que me pusiera de parto en plena noche y me pillara sola con los peques, y el sábado por la mañana se llevaron al mayor, yo me quedé con la peque que en solitario es más tranquila, y así fui adelantando cosillas. Un no parar en todo el día, creo que perdí la cuenta de lavadoras que puse.
Al menos pude dejar todo lo del peque preparado, ya que no tenía ni un solo cajón destinado para él. A las 8 de la tarde por fin sentí que ya podía llegar cuando quisiera porque al menos tenía todo recogido y lo imprescindible preparado. Eso sí, a falta de montar el cochecito, la minicuna, la cuna... Pero me daba igual, tenía mis brazos y mi cama, no le iba a faltar de nada.
Papá llegaba esa tarde de su último viaje pero apenas contaba con dos horas para vernos, pues tenía que irse directamente a otro. Y lo que iba a ser una cena en familia tras recoger a los niños al final acabó en casa, empecé a encontrarme mal en el coche y llegando a donde íbamos a cenar le pedí que nos fuéramos porque no iba a aguantar sentada en una silla.
Se marchó a las 10 de la noche sabiendo que probablemente su hijo nacería en unas horas. Yo me quedé en casa acostada en el sofá, con mis niños cuidándome mientras llegaban mis padres, sabiendo que probablemente mi bebé nacería en unas horas.
Como una ya tiene experiencia en estas lides sabía qué tenía que hacer. Me dolía mucho la parte baja de la espalda, toda la zona lumbar, y la pelvis, con unos calambres que por momentos se irradiaban a los muslos y en casi ninguna postura estaba cómoda. Decidí tomarme un paracetamol para aliviar el dolor y como prueba de parto-no parto. Yo funciono así, si con el paracetamol remite el dolor es que aún no ha llegado el momento, si no remite... Mejor ir pensando en irme al hospital.
Llegaron mis padres, los niños se durmieron pronto y yo me fui a la cama a eso de las 12 de la noche. El dolor se había atenuado, me acosté y conseguí dormir un poco, aunque no estaba nada cómoda, ni siquiera de lado con el cojín de lactancia mi lumbago, mis riñones y mi pelvis conseguían encontrar un poco de relax, pero al menos me dormí rápido.
A las 3 de la madrugada me desperté. Habían vuelto los dolores y ya no podía estar acostada de ninguna manera, así que me senté en el borde de la cama con el cojín de lactancia hecho un ovillo sobre mis piernas para poder apoyar los brazos sobre él y descansar un poco la postura. Me había tomado el último paracetamol a las 10 de la noche y esperé a que fueran cerca de las 4 de la madrugada para tomar el siguiente, mientras balanceaba la cadera de un lado a otro porque sentía que ese movimiento me aliviaba.
No sabía si tenía contracciones. Es difícil cuando llevas semanas con dolor en la zona de los riñones y cuando estos no desaparecen. Sí, había momentos de dolor más intenso pero no podía contar duración y frecuencia ya que el dolor nunca desaparecía, así que lo de contar las contracciones de nuevo fue misión imposible.
Mi mayor se despertó, se vino a mi cama y al verme sentada se puso a mi lado, dándome la mano. Él también sabía que aquello era signo de que su hermano vendría pronto, estaba algo nervioso y se sintió muy responsable del momenot. Me daba ánimos, me decía que no me preocupara, que él estaba allí para cuidarme y que estaría vigilante para avisar a los abuelos y llamar al 112 si me ponía de parto. Mi niño, estaba viviendo un momento inolvidable.
Cada vez el dolor era más intenso y yo le decíaa mi hijo que se durmiera, que era muy temprano y debía descansar pero él no quería, temía que me fuera al hospital sin avisarlo. Consiguió dormirse a eso de las 5 de la mañana, yo iba notando que tenía picos de dolor muy muy fuertes y que bascular la cadera ya no me ayudaba tanto como antes, y viendo que el dolor iba a más a las 6 de la madrugada desperté a mi madre para decirle que nos íbamos al hospital.
Pero no me fui corriendo. Primero me duché, una ducha tranquila, relajada, dejando caer el agua caliente sobre la zona lumbar, aquello me relajaba y atenuaba el dolor, así que no miré la hora y me dejé llevar debajo del agua. No tenía prisa, así que al salir de la ducha me sequé, me eché mi crema corporal, me vestí eligiendo bien la ropa -cómoda y práctica-, hasta me sequé el pelo. Acabé de meter las cuatro cosas que faltaban en mi maleta del hospital, hasta cogí una botella de agua grande de la nevera y un paquete de galletas por si acaso, llamé a un taxi, di un beso a mis niños durmiendo y a las 7 de la mañana salimos mi madre y yo de casa, sabiendo que probablemente la próxima vez que entrara allí lo haría con mi bebé en brazos.