Caminando cada día a la escuela pasamos por un parque que posee una fuente estupenda, una fuente que parece que baila sola con un ritmo propio, ajeno al mundo que le rodea. Los sentidos son las ventanas hacia el mundo. Los sentidos son las ventanas del cuerpo para mirar los elementos que provienen de la naturaleza, pero también los del medio ambiente que nos rodea. Hugo Assman (2004) profundiza sobre la curiosidad innata diciendo que los seres humanos somos seres biológicamente disponibles a explorar, conocer, buscar sentido y la calidad de los significados a través de la ludicidad humana y de los procesos creativos.
Nuestro experimento; entre todas las actividades realizadas y que aún se están realizando una de ellas fue la sentir la fuente. Así una tarde de sol salimos andando desde la escuela hasta la fuente del Parque de al lado del cole. Al llegar nos vendamos los ojos. Un niño guiaba al otro de la mano y con cuidado alrededor de la fuente, un oasis lleno de chorros arqueados alejado de su función original, la de abastecer agua, por una más decorativa, solitaria y tranquila. Murmura sus secretos. Salpica dulcemente su agua haciendo sonreír al que se encuentre lo suficientemente cerca. Al girar alrededor de ella en un dulce juego sensorial parecía que su sonido era más un arrullo produciendo un grato sosiego. Fresca y sonora descubierta con los ojos vendados pasa a ser mirada de otra manera. Poco después tocada, era necesario acercarse para averiguar aún más sobre sus reflejos. Una niña descubrió un arcoíris. Otro niño casi veía peces. Y no tardo en surgir un juego inevitable cuando intervenían los chorros de agua a pesar del invierno. Con la luz del día, mucha alegría, al borde de nuestra fuente. Vimos correr el agua y luego apagarse, esperando en el silencio. Vimos ondas tras ondas. El navegar de alguna hoja. Y algún deseo ya olvidado en forma de piedrecita cayó al agua. Un niño me decía este parque no tiene nombre se le conoce como el parque de la fuente.
Volvimos a la escuela. Con ganas de volver en verano me decían los niños. Ya en clase nos comentaron lo que habían escuchado. El sonido del aire, el pisar del césped, el sonido de las hojas de los arboles junto con el rumor del agua de la fuente. Junto con los sonidos de las bicicletas o de los coches que pasaban que curiosamente todo formaba un conjunto armonioso.
Con plastilina recrearon sus representaciones de sus fuentes y de otras nuevas inventadas con más chorros en ellas. Algunos más maravillados por el contenido de la fuente recrearon el agua como pudieron, ese sí que era un reto.
El diálogo personal de cada niño con su escuela quedará en la memoria como una huella afectiva de ese lugar donde estamos creciendo.
Texto completo en Blog sobre el III Encuentro Internacional de Educación en Arquitectura para la infancia y la juventud.