¿Etiquetamos a nuestros hijos? ¿O lo hace la sociedad?
Son muchas las ocasiones a las que me he tenido que enfrentar a la pregunta ¿tu hijo es bueno o es malo? Como si de un coche se tratase la gente te pone contra la espada y la pared, antes de que puedas contestar ya se han dirigido al niño para recordar por enésima vez “tienes cara de cabrón, tu eres muy malo”. Y a partir de ahí da igual que comiences un monólogo sobre que los niños no son malos, son solo niños. Y sí, Vikingo hace travesuras, como cualquier otro o quizás no, puede que entre en esa “categoría” de niños aventureros, inquietos e investigadores. Pero eso ya da igual, porque ellos siguen repitiendo que el niño tiene cara de cabrón, es serio, tiene mal genio y es malo, lo de MALO se recalca por si el niño no lo ha entendido, el resto como coletilla.
Pero la gente no entiende, no quiere entender o no sabe que “etiquetar” a un bebé o a un niño es contraproducente ya qué cuando se denomina a un niño de una determinada manera, termina por asumir que eso es así.
Rosenthal y Jacobson (1968), lo pusieron de manifiesto con el llamado “Efecto Pigmalión (Profecía autocumplida)”. Lo que Rosenthal y Jacobson hicieron, fue elegir al azar a unos estudiantes, y aunque éstos habían sido elegidos azarosamente, dijeron a los profesores que unos tenían mayores capacidades intelectuales que otros. De esta manera, se comprobó, que efectivamente los resultados del grupo que se suponía poseían unas mayores capacidades intelectuales, fueron mejores que los del otro grupo.
Todo esto pone de manifiesto que nuestras expectativas afectan al modo en que nos comportamos ante determinadas situaciones, y así actúan las etiquetas que les asignamos casi de manera inconsciente a los niños.
Etiquetar a un niño, puede llevarle a comportarse según los dictámenes de esa etiqueta, puesto que la termina asumiendo. Somos una mezcla de genética y entorno, este último puede llegar a influenciarnos de una forma potencial nuestra personalidad y comportamiento. Por no hablar que el resto de personas que conozcan al niño por esta “etiqueta” serán susceptibles de caer en el sesgo de observar únicamente, los comportamientos que éste emita y que sean descriptivos de ella, volviendo así al tema del “Efecto Pigmalión” (o profecía autocumplida).
¿Cuántas veces esas “etiquetas” nos han marcado y acompañado toda la vida?
Hace unos meses hablando con uno de mis primos me dijo lo siguiente “Cada día me cuesta más el trato con las mujeres a las que considero una posible futura pareja. Siempre tengo la sensación de que voy a dañarlas y al final lo hago, o de palabra o de actos”.
Mi primo siempre ha sido muy apasionado, tanto que de pequeño al abrazarnos nos hacía crujir los huesos y a veces aquellas muestras de amor dolían. En algún momento mis tías le colgaron la etiqueta de “malo” y a partir de ahí cada vez que se acercaba a jugar con nosotras se nos advertía que tuviésemos cuidado. Mi primo era “malo, mordía y pegaba a las niñas, malo mu’malo” Seguramente él no tuviese intención de hacer aquello, pero al escuchar las voces de alerta que se activaban cuando se iba acercando directamente su actitud cambiaba y comenzaba a destruir todo lo que hubiese a su paso. Mi primo creció y dejó de pegar, sigue dando fuertes abrazos que hacen crujir los huesos, pero jamás aprendió a tratar con las niñas.
¿Nos definen las “etiquetas” con las cuales nos marcaron de pequeños?
Pienso en Vikingo, en que no quiero como madre etiquetar a mi hijo, en como salvar distancias de esto que la sociedad piensa “son solo niños, luego ni se acuerdan”. En cómo abordar este tema desde el positivismo e intentar que crezca libre de “roles marcados”, de personalidades impuestas, de un “tú eres así y te acompañará toda la vida”. Intento alejarme de todo esto, cambiar un “no seas bruto” por un “no juegues haciendo el bruto”. ¿Cómo educar sin dañar? ¿Cómo no etiquetar si entre los adultos nos pasamos la vida haciéndolo?
Mami Productions