Este inverno la Princesa comenzó a ir a clase de patines. El entusiasmo por esta afición se la hemos tratado de inculcar nosotros por tres motivos fundamentales. El primero porque haga ejercicio. Excepto la natación (media hora a la semana) y la educación física del cole (hora y media a la semana) no practica ningún otro deporte. Como hija de deportista profesional que soy (os aclaro que he salido a mi madre) considero fundamental la práctica del deporte en los niños. Ya lo deje claro en la entrada en la que hablaba de este tema. El segundo es por mi deseo de que aprenda de manos de un profesional y no de un aficionado o, incluso, de sus amigos. Con 11 años aprendiendo a patinar de manos de mis amigas me rompí el radio. Desde entonces puedo doblar mi muñeca en un ángulo de 45º y muy de vez en cuando se me encasquilla y tengo que pedir ayuda para que me tiren de la mano y la muñeca vuelva a su estado natural (Mi Otro Yo y el Santo ya son expertos). Y la tercera es fruto de la proyección de mi deseo en mi hija. Después de la caída nunca me volví a poner unos patines y me da mucha envidia la gente que sabe patinar.
Después de mi mala experiencia, no daba un duro por la Princesa. Así que antes de lanzarnos a comprar todo el kit se lo prestó su primo y probamos una primera clase. Nos aconsejaron que, aunque llorara, no fuéramos a auxiliarla. Para eso estaban los monitores. Si os digo que lo pasé bien, mentiría. Traté de no mirarla y solo lo hice de reojillo y en dos ocasiones se me rompió el corazón al verla llorar desconsoladamente, una tras un culetazo y otra por pura desesperación de estar otra vez en el suelo. Al terminar la clase estaba totalmente convencida de que no iba a querer continuar, pero todo lo contrario. Salió entusiasmada, emocionada y encantada de que llegara la siguiente clase. Ya han pasado varias semanas y la Princesa ya patina y lo hace muy bien y disfruta mucho.
Una vez más me he dado cuenta que por una superprotección o porque muchas veces subestimamos a nuestros hijos les privamos de actividades y experiencias que son muy beneficiosos para ellos.
Ya me pasó con el pañal (para mi nunca estaba preparada, se lo quité muy tarde pudiéndolo hacer antes) y menos mal que me he dejado llevar por la osadía y no he juzgado por ella lo que le gusta o no.
Está claro que ser padres es un aprendizaje continuo y que nuestros pequeños nunca nos dejarán de asombrar.¡¡¡FELIZ LUNES!!!
* La foto es el kit de patinaje de la Princesa que, como no podía ser de otra manera, es rosa. Todo comprado en Decathlon