Lo primero es lo primero. No os confiéis. Las cacas de bebés siempre parecen un tema simpático. Para echarse unas risas. Hasta que te conviertes en padre. Y oye, uno tiene miedo a ese olor nauseabundo que has catado de alguna caca de un primo pequeño o te ha contado algún familiar cercano, pero luego nace tu bebé y resulta que su caca es especial. No huele. O si huele, el aroma es más que soportable. Yo me frotaba las manos. A veces eran aparatosas y te ensuciaban hasta la pared de la habitación, pero se llevaba. Todo es más llevadero cuando el olfato no sufre en demasía.
¿Había colaborado en la creación de la bebé perfecta? ¿Era Mara una evolución sin precedentes de la humanidad en lo que a aromas intestinales se refiere? ¿Podía una bebé cagar sin amargar el desayuno a sus padres? ¿Era esa bebé la mía? No. Por desgracia, no. Y de ahí mi primer consejo: No os confiéis. Todo parece bonito hasta que un día empiezas a introducir en la vida de tu bebé la alimentación complementaria y, como por arte de magia, sus entrañables cacas se convierten en plastas de una consistencia que ni el cemento. Y para rematar la faena, con un aroma a mil demonios. “¡Te comiste un cadáver!”, diría un uruguayo loco que se juntaba con mi grupo de amigos en nuestras lejanas noches de discoteca. Pero ese es otro tema.
Llegados a este punto, en el que ya os he abierto los ojos a la realidad, no me queda más que compartir con vosotros una serie de consejos de casi experto en la materia. Digamos que es una guía para sobrevivir a cacas radioactivas de bebés. A esas deposiciones que te tiñen la piel de verde y convierten a tus tripas en una montaña rusa que alcanza una velocidad que no conocieron tus intestinos ni en tus noches de borrachera.
1. Si sabes que tu bebé se ha hecho caca (y te juro que lo sabrás), antes de empezar con el proceso ten a mano un pañal de recambio y un paquete de toallitas húmedas.
2. Reza a lo que creas (si es que crees en algo), para que al bajarle el pantalón no te encuentres con un estropicio de dimensiones bíblicas. Hay algo peor que el olor. Y ese algo es que la caca de tu bebé se haya derramado por la espalda y las pantorrillas. La escena es para grabarla. Pero no voy a entrar en detalles. Mejor seguid viviendo en vuestros mundos de Yupi.
3.1. Si tu rezo ha surtido efecto, dale las gracias a quien hayas rezado. Arrodíllate ante él. Hazle un sacrificio. Ese ente superior se merece lo que quiera.
3.2. Si tu oración ha caído en saco roto y quien te tenía que echar un cable estaba en otras cosas, no desesperes. Que no cunda el pánico. El mal ya está hecho. Levanta al bebé e intenta quitarle el body causando el menor desperfecto posible. No te martirices si hasta el pelo se le llena de mierda. Las cartas venían desde el principio mal dadas. Eso sí, antes de pasar al siguiente paso, limpia con una toallita húmeda las partes más castigadas por la avalancha, generalmente la zona baja de la espalda. Intenta mirar lo menos posible para que no empiecen demasiado pronto las primeras arcadas. Descubrirás que puedes limpiar casi a ciegas.
4. Llegados a este punto, y ya con la espalda limpita si tu caso es el 3.2, tumba al bebé en el cambiador, la cuna o la cama (según preferencias de cada cual) y ponle un pañal debajo antes de proceder a quitar el manchado. Puedes prescindir de este paso, pero te aseguro que tus sábanas y colchas agradecerán tarde o temprano que tengas la delicadeza de prevenir antes de curar.
5. Con el nuevo pañal ya colocado, procede a retirar el infectado. Hazlo con sumo cuidado si no quieres acabar con caca de bebé hasta en los ojos. Mi recomendación es que a la vez que retires el pañal, levantes las piernas del bebé cogidas por los tobillos con una de tus manos. La explicación en sencilla. Cuando hay mierda de por medio los bebés, no me preguntéis el porqué, tienden a patalear, con el riesgo que eso supone para que se pringuen los calcetines y esparzan su creación por toda la habitación.
6. Una vez en posición (ya te habrán venido los primeros olores y tu estómago empezará a rugir pidiendo ayuda) coge una de las toallitas y, antes de empezar a limpiar el estropicio, pasátela por la nariz para adormecer a tu olfato. La escena seguirá siendo desagradable, pero os juro que atenúa el olor y reduce en un 75% (el dato tiene detrás una gran investigación empírica) el riesgo de sufrir arcadas. Palabra de papá en prácticas.
7. Ya sólo os queda gastar toallitas (nunca menos de cuatro o cinco, os lo aseguro) para acabar con todo los desperdicios. Es posible que os manchéis los dedos en el intento. No sufráis. Son daños colaterales. Os parecerá una minucia cuando tengáis a vuestro bebé otra vez vestido y listo para seguir dando guerra. Hasta la próxima caca. Prueba superada.