No me di cuenta de lo que estaba pasando hasta 4 días antes de Halloween, o sea hasta el 27 de octubre, que fue el día de la celebración de esta fiesta en la oficina de papá. Llegamos muy puntuales y animosos, debo reconocer que el evento no defraudó. ¡Qué tal producción! No tenía nada que envidiar a Hollywood: fantasmas, calaveras, zombies, zombies-calaveras, zombies-novias, piratas y brujas espectaculares. Yo estaba fascinada, es más, en un momento pensé que la fiesta era para mí, y es que no paraba de sorprenderme.
Estaba feliz hasta que quise entrar a la oficina de “Guazón” (el malo de batman). El disfraz era de lejos el más realista, pero mi hijo no me dejó avanzar. “¿Qué pasa?” Pregunto: “No, mami. Ahí mejor, no. Mejor vayamos a la oficina de papá”. “¿Qué? ¡Pero si acabamos de llegar!” Todavía insisto -bien necia yo – cuando entonces, bajo la vista y veo a mi hijito mayor con una carita… además, comienzo a notar que las manos le sudan y sudan, lo cual solo pasa cuando está ultra nervioso. Volteo y veo a mi hijita la segunda (ahora ya de 4 años) tapándose la carita y mi bebé, que se escondía en las piernas de su nana.
Por supuesto, caí en cuenta que mis hijos se morían de miedo. Sobre todo los dos mayores y sobre todo el mayor. No se preocupen dije, es solo un disfraz, sólo un disfraz. Y el chico – que no sabía dónde meterse - se esforzó en hablar suavecito y ofrecerles dulces que ninguno de mis hijos aceptó. Seguimos avanzando, todavía nos faltaba un largo camino a la oficina de papá. Felizmente nos encontramos con súper héroes y algunas princesas. Pero, también con una Maléfica tan bien hecha que ninguno de los 3 quiso recibir dulces. Mis hijos no aceptaron dulces de: Maléfica, la madrastra de Blanca Nieves, el Guazón, un Furia (de Intensamente) muy bien disfrazado y la más chiquitita tampoco quiso aceptar de un pirata con pata de palo y de Darth Vader.
Durante todo el recorrido de dulces en la oficina de mi esposo me la pasé repitiendo como un loro que los personajes que veíamos eran falsos, que eran amigos de papá disfrazados, que la decoración era para “dejar volar nuestra imaginación”. Terminé con un dolor de garganta horrible y con otro dolor de espalda terrible porque tuve que cargar los 17 kilazos de mi bebé por todo el lugar, y cuando ya finalmente ella aceptó irse con la nana, ¡zaz! La segunda con sus casi 21 kilos encima de mí.
A pesar de mis esfuerzos por calmarlos, esa noche no dormimos (sí, nuevamente me incluyo acá) tranquilos. La menor se levantó gritando por una pesadilla antes de las 10:00 de la noche. Durmió sobresaltada todo el resto de la noche (lo sé porque dormí a su lado). Los grandes se pasaron a mi cama antes de las 11:00 p.m. (usualmente se pasan en la madrugada) y querían dormir dándole la mano a papá. Dormimos los 5 bien apretaditos (gracias a Dios por las camas King).
Después de ese día me quedó claro que mis hijos eran espíritus sensibles y altamente impresionables. Racioné las salidas Hallowinescas, prohibí los dibujos animados del tema y los acompañé yo misma a todos sus eventos que felizmente eran bien amigables. Por suerte, mis estrategias dieron resultado y la noche del 31 todos soñamos con los angelitos.