Hoy os voy a contar una historia que sucedió el Día 2 DM (Después de Maramoto). Una historia que os hemos ocultado hasta ahora. En parte porque es tan ridícula que el papá en prácticas y la mamá jefa habíamos decidido borrarla de forma selectiva de nuestra mente. Y en parte porque, ahora que lo pienso, me da hasta vergüenza contarla. Pero los tejemanejes de la mente son muy caprichosos y la semana pasada, nueves meses después, volvimos a recordar esta andanza de padres primerizos. Y oigan, la mamá jefa y un servidor nos reímos mucho rememorando nuestra extrema palurdez. Así que he decidido compartirla con el mundo. Para que os riáis con o de nosotros. Y, sobre todo, para que no cometáis llegado el momento tonterías como las nuestras.
Digamos que cuando decides tener un bebé, te pasas nueve meses informándote sobre determinados temas (lactancia, cuidados, primeros auxilios…) y que, llegado un momento, te piensas que ya eres un padre titulado que lo sabe todo. Pero señores, eso es sólo la teoría. Lo difícil llega cuando hay que ponerlo en práctica y te das cuenta de que los libros están bien, pero que la realidad los supera con creces. Algo así sentimos cuando nació nuestra pequeña saltamontes. Fue un momento único, increíble. De aquellos que te hacen flotar como si estuvieses cabalgando un globo de helio. La matrona te explica cosas, pesa a tu bebé, lo mide, le presta atención… Todo está bajo control. Pero entonces alguien decide que hay que pinchar el globo y te suben a la habitación. ¡Y te dejan a solas con tu bebé! Y lo normal entonces es que los padres primerizos se miren sin decirse nada y piensen: ¿Y ahora qué? ¿Qué se hace con este muñeco que no para de llorar? Para tranquilidad de los futuros papás en prácticas os diré que las mamás jefas tienen el instinto tan desarrollado que pronto toman el control de la situación. Ay, amigos, si dependiese de nosotros…
En fin, que las primeras horas en la habitación del hospital son el fiel reflejo de lo que podría ser el primer día de un becario en una multinacional. Te pierdes por todos los pasillos, no encuentras nada, no sabes qué hacer ni cómo hacerlo, no quieres ser pesado preguntando todo el rato… Y también como en el primer día de trabajo de todo buen becario, siempre se cometen tonterías propias de la inexperiencia y la ignorancia. En nuestro caso, la más gorda (porque seguro que hubo muchas otras que hemos olvidado), tuvo lugar la mañana del segundo día de ingreso hospitalario, horas antes de que nos diesen el alta. Maramoto quiso empezar a demostrar que iba a ser una experta en el arte de cagar (ya hemos hablado largo y tendido sobre este tema en el blog) y, no contenta con poner a prueba los límites del pañal, decidió sobrepasarlos y llenarse de mierda toda la espalda.
La mamá jefa y yo nos miramos sin saber qué hacer ni por dónde cogerla para que aquello no acabase peor que una tomatina fecal. Al final conseguimos quitarle el pijama (lleno de caca hasta el cuello) y limpiarla como buenamente pudimos. La duda, a escasas horas de volver a casa, nos entró con el pijama pringado.
Mamá jefa: ¿Y ahora qué hacemos con esto?
Papá en prácticas: ¿¿¿¿¡¡¡!!!????
Mamá jefa: Madre mía cómo ha puesto el pijama nuevo…
Papá en prácticas: Ya lo tengo… ¡Lo tiramos! Total, si tenemos muchos en casa y éste en dos días se le va a quedar pequeño…
Y señoras y señores, sí, lo tiramos. Tal y como os lo cuento. Sin el más mínimo remordimiento. Ni se nos pasó por la cabeza limpiarlo o meterlo en una bolsa para hacerlo en casa. A la basura, como si fuésemos ricos y tuviésemos un millón de pijamas esperándonos en nuestro regreso al pisito. Era tan aparatosa la suciedad que imagino que pensamos que eso era imposible de que volviese a estar limpio algún día. Si hubiésemos sabido entonces la de veces que íbamos a tener que pasar por situaciones similares… Menos mal que luego descubrimos que aunque pareciese imposible y diese mucho asco, la ropa se recupera de eso y de cosas peores. De lo contrario creo que me hubiese tenido que buscar un trabajo de fin de semana sólo para reponer pijamas…
¿Cuál fue vuestra palurdez más grande en los primeros días como padres primerizos? No tengáis vergüenza y contad, que así nos reímos todos