Resulta que durante las clases de preparación al parto, alguna mamá preguntó una cuestión en apariencia intrascendente. Fue algo así como si era aconsejable evitar los centros comerciales y supermercados con los recién nacidos. La matrona dijo que ella aconsejaba que sí, que los evitásemos. Y nos argumentó que las luces y el exceso de gente y bullicio podrían trastocar la tranquilidad que requería un bebé de apenas unos días/semanas de vida. Eso por no hablar de los virus que andan por ahí acechando. Pero bueno, sólo era un consejo. A nuestros bebés no les tenía que pasar nada por ir algún día de forma puntual a comprar al súper o al centro comercial. Tampoco había que dramatizar.
En fin, que esa respuesta de la matrona, especialmente la primera parte, la más dramática, se quedó flotando por nuestro cerebro. En aquel momento no lo sabíamos, ni siquiera le dimos importancia, pero nuestra mente interiorizó los peligros de ir al súper y al centro comercial con Mara recién nacida. Fue un miedo que se quedó escondido, indetectable, y que vio la luz cuando Mara llegó al mundo y nos dimos cuenta de dos cosas:
a) Necesitábamos comer, así que era necesario hacer la compra.
y b) Lamentablemente habíamos hecho caso a las abuelas y no teníamos ropa de 0-1 mes que ponerle a nuestra pequeña saltamontes.
El primer escollo lo salvamos saliendo yo al súper. Como veis, somos unos genios cuando se presentan problemas. Siempre encontramos una solución. Orgulloso estoy de nosotros. El segundo podría haber sido igual de fácil, pero tampoco era plan que la mamá se quedase todo el día en casa con la teta fuera. La cosa es que había que ir al centro comercial sí o sí en busca de pijamas, bodis y algún conjuntito cómodo para Maramoto. El problema: Que a los dos, aunque muy especialmente a la mamá jefa, se nos metió en la cabeza la paranoia de que nuestra bebé no debía entrar en el centro comercial, no fuese a ser que con tantas luces y bullicio su pequeño cerebro colapsase produciendo insospechados daños colaterales. Así de mal estábamos. Fatal. Para encerrarnos, las cosas como son.
Al final fuimos, pero en pleno mes de octubre, ya con el frío calando en Madrid, para evitar a toda costa que Maramoto entrase en un centro comercial, tomamos una última decisión para ahondar en nuestro ridículo. Sería la mamá la que entraría. Sola. Mientras nuestra recién nacida y un servidor, mucho más papá en prácticas que ahora, esperaban fuera dando paseos por el parking o sentados aprovechando los rayos de sol que aún nos regalaba el otoño. Como sabéis los que seguís este blog, nuestra pequeña saltamontes es muy demandante, así que tengo que reconocer que me quedé con ella temiendo tener que llamar a la mamá jefa a los dos minutos. Por suerte, paseo arriba, paseo abajo, se durmió en mis brazos, así que pude sentarme en un banco a calentarnos al sol (al “caloret” en el dialecto de Rita Barberá), con ella (qué pequeñita era) extendida en mi pecho. La mamá jefa debía de estar igual de temerosa, porque compró la ropa en un tiempo récord y salió a buscarnos con la lengua fuera y descompuesta por las carreras por los pasillos de H&M
Y así nos fuimos a casa tan contentos. Lo habíamos conseguido, teníamos la ropa y Mara no había entrado en el satánico centro comercial. Nuestra matrona estaría orgullosa de nosotros. Qué equipo, qué saber hacer, que compenetración… Qué ridículos