Esta mañana nos hemos levantado con el día gris y la niebla amenazando con entrar en casa y con mi neurona totalmente apagada. Estaba sentada en el sofá con mi taza de café soluble en la mano, intentando que mis ojos se abrieran de una vez por todas cuando veo aparecer a mi pequeño gran hombre por el pasillo con cara de absoluta indignación.
¡No ha venido! Me dice con una ojeras hasta el suelo y la cara roja de pura ira. ¿Quién no ha venido? Le pregunto yo con cara de alucinada. No he terminado la frase cuando, por fin, mi neurona se ha despertado. ¡¡¡¡El Ratón Pérez!!!! Y unos cuantos tacos he tenido que autocensurarme. Todo hay que decirlo.
La noche antes su padre le había arrancado un diente que tenía colgando de un hilillo y era de lo más desagradable, por muy hijo mío que fuera, qué queréis que os diga. El tercero en menos de dos semanas. En previsión ya había hecho el encargo al Sr. Pérez pero cuando se durmió se me fue el santo al cielo o más lejos aún. Como alguien vuelva a criticarme o cachondearse de mis constantes listas y notitas en la pizarrita remona que tengo en la nevera me lo como. Esto no lo apunté y las consecuencias, ya os la podéis imaginar.
En ese momento he querido morirme o conseguir una máquina del tiempo para rebobinarlo ni que fuera unas horitas. Medio sobada, con mi hijo fulminándome con la mirada, aun no sé cómo he reaccionado.
Gracias a esa niebla que minutos antes estaba maldiciendo (más que nada trae humedad y joroba mi pelo ultra-liso) se me ha ocurrido decirle que volviera a la cama, que aun era de noche, que cerrara los ojos muy fuerte muy fuerte y que a ver qué pasaba. Corriendo me he puesto bajo el brazo y tapándolo con la bata el regalo que, precisamente hoy era grandecito (ni hecho expresamente) y he entrado sigilosamente en su habitación inventándome la milonga de que iba a abrir la ventana no fuera que no hubiera podido entrar por la puerta. Tan angustiada estaba que me he acabo creyendo que el ratón de marras entraba por la ventana y dejaba la pizarrita de notas (ironías de la vida) que le había preparado. Conseguido el objetivo me he puesto a gritar como una posesa por la ventana diciendo que lo había visto derrapar hacia la esquina. Los vecinos ya me deben haber etiquetado como "La loca". Pero lo importante es que mi hijo se ha levantado escopeteado, se ha abocado a la ventana y se ha puesto a gritar ¡Gracias! ¡Gracias! Mamá, ¿no has oído un motor? Seguro que ha venido en coche. Seguro, y conducía Topo Yiyo.
Esta claro que mi hijo aun conserva intacta su inocencia aunque ha peligrado por unos segundos por mi gran despiste. Ni que decir tiene que en esos momentos me he sentido la peor madre del mundo.
Madre mía lo que una madre tiene que hacer. Esto no me lo explicaron en las clases preparto.
Lo bueno, siempre hay que sacar algo bueno de todo, es que el próximo no se me olvida. Seguro.