Fuente pixabay
Uno de los momentos más temidos cuando somos padres es cuando por h o por b te montan una pataleta en medio de la calle con un montón de gente mirando. Lo que agobia eso, ¿verdad?
¿A que os ha pasado? Estoy segura que sí. Os cuento como salí airosa el otro día. Para ser sincera casi ni yo misma me lo creía pero sí, así fue.
Primero tengo que contaros lo que pasó el día anterior, que probablemente eso fue lo que me sirvió de experiencia y aprendizaje para poder afrontar la pataleta de la que os hablaré luego.
Al salir del cole, el mayor (5 años) salió un poco regular, había tenido una mañana un poco complicada. Me contó que había llorado porque le habían echado la culpa por algo que él no había hecho. El caso es que no estaba bien, pero yo no supe verlo. Aunque os pueda parecer una tontería ellos tienen sus propios problemas, no solo tenemos problemas y malos días los adultos. No lo vi porque yo no me encontraba tampoco muy bien. Había pasado toda la mañana con el pequeño en casa que tenía fiebre y no estaba muy de buen humor, por decirlo suavemente, así que mi paciencia estaba un poco al límite.
Os resumo, como mi peque el de 5 años estaba mal y yo también, él actuó de la forma más normal que pudo actuar, expresando su enfado comportándose de forma negativa e ignorando lo que yo le decía. Yo me lo tomé a mal en vez de empatizar con él y entender que su enfado estaba motivado por una situación que había vivido en el cole y por eso estaba así. Así que caí y me enfadé también, regañándole sin motivo a la vez que se lo decía gritándole. Así fue, no lo evité, no me contuve y no hice lo que tenía que haber hecho. La historia era que no quería sentarse en su silla del coche. Fijaros por la tontería que yo me enfadé. Al final acabamos los dos enfadados y tanto él como yo gritamos. Cuando él estaba mejor y yo también, nos pusimos a hablar. Le pedí perdón por gritarle, le explique que me había puesto muy nerviosa y que no había conseguido entenderle, que me había equivocado. Él también me pidió perdón a mi y estuvo un rato llorando y desahogándose, que era lo que necesitaba. No le oculté mi enfado, ni que estaba triste por lo sucedido. Reconocí mi error y pedí perdón. Con esto, creo que él ha aprendido a que nos podemos equivocar, que no pasa nada por expresar que estamos tristes o enfadados porque es normal y que cuando uno se equivoca hay que pedir perdón y también perdonarse. Puedes leer aquí lo que hizo una vez después de un momento de conflicto en el que sí supe como actuar de una forma respetuosa, te vas a sorprender con su reacción.
Somos un ejemplo para ellos, aunque creamos que no nos escuchen, sí nos ven y copian todo lo que hacemos.
Como os contaba antes creo que esta situación me preparó para la que se me iba a venir encima al día siguiente.
El pequeño (casi ya los 4 años), fue al cole después de más de una semana con fiebre. Esa noche había dormido bien y parecía que todo estaba bien. Pero solo lo parecía. Estaba todavía muy cansado, de hecho al salir del cole su profe dijo que se había dormido. Es un niño de alta demanda que necesita de mi una gran cantidad de "atención", su carácter es bastante complicado y cuando está cansado al igual que todos los niños, la cosa se puede volver complicada. No voy a hablar de los niños de alta demanda pero sí os dejo las experiencias de 2 mamás en el blog desvarios de una madre y en el blog baberos y claquetas que lo cuentan a la perfección.
Su rabieta empezó porque no le había llevado un muñeco a la salida del cole. Fue por eso, pero podía haber ocurrido igualmente por una mosca que le hubiera pasado por su lado. Estaba tan cansado que cualquier cosa le hubiera hecho explotar. Fueron más de 40 minutos de pataleta en la puerta del colegio. No sé como fui capaz, pero aguanté a su lado. No quería ni andar, ni moverse, se quitó la chaqueta (hacía un frío que pelaba), tiró su mochila y en cuanto veía que me movía o alguien le decía algo se tiraba hacia mi para empujarme, darme una patada o lo que mejor le viniera en ese momento.¿Te suena?. Yo ahí, aguantando el chaparrón, esquivando como podía, pero sin gritar ni regañar. Intentaba abrazarle cuando encontraba una oportunidad y hubo un momento en plena rabieta en el que me decía "no me abraces mamá" pero que sin embargo se aferraba a mí con auténtica necesidad. Poco a poco fue relajándose hasta que esa pataleta y ese llanto de rabía fueron cambiando a un llanto de desconsuelo y de "mamá ayúdame que no puedo más". Y ahí estaba yo, sin enfados, esperándole, después de 40 minutos, sí, y con su hermano harto de esperar y pinchándome por otro lado diciendo "pero mamá cogelé ya y vámonos". Pero no, no lo hice, le estuve acompañando hasta que se calmó. Hasta que buscó mi ayuda. Pero en ningún momento lo ignoré y aunque no lo aceptaba o hacía como que no me escuchaba, yo le decía que estaba ahí a su lado esperándole para cuando quisiera.
Fue largo, una eternidad y creí que al final iba a tener que cogerle en volandas como fuera y llevarlo a la fuerza al coche, pero no. Eso sí, me toco aguantar hasta el comentario de un señor que pasaba, que amenazó al niño con herramienta incluida (creo que era el de mantenimiento), diciéndole que le iba a cortar un dedo y a mi dicíéndo "pero no aguantes eso que luego va a ser peor", todo esto a voces con el niño. Y digo yo, ¿qué tenía que haber hecho?, ¿cogerle por la fuerza, pero por la fuerza eh, tenía que haberle hecho daño para que cediera, y ponerme a darle voces como una loca para que se le pasara?. Sí seguro que sí, así se le hubiera pasado. En vez de estar allí 40 minutos, hubieran sido 5 minutos. Pero ¿qué le habría enseñado con eso?. Nada, excepto que no te estoy respetando por lo tanto tu puedes hacer lo mismo conmigo, que si estás cansado te aguantas y que me da igual lo que sientas. Yo soy la adulta, soy superior a ti, por lo que tu eres inferior a mí, y como yo mando tu obedeces. Todo lo contrario a lo que de verdad queremos enseñar a nuestros hijos.
Si te respeto, aprenderás a respetar
Si te escucho, aprenderás a escuchar
Si te trato con igualdad aprenderás a tratar con igualdad .
Pues aunque acabó con todas las energías de mi día, mereció la pena. Si hubiera perdido la calma con él, lo único que habría conseguido es acortar el tiempo de llanto en la calle, pero él se hubiera sentido mal y también yo.
Con esto no quiere decir que ya no vaya a tener rabietas y pataletas, porque las va a seguir teniendo. Está creciendo, evolucionando, madurando y aprendiendo, yo voy a acompañarle y darle la mano en el camino de la mejor forma que pueda.
Por lo tanto y aunque no existan fórmulas mágicas sí hay algo que podemos hacer:
Cuidarnos para estar bien nosotros y actuar mejor con ellos. Si nosotros estamos al límite será más fácil que explotemos.
Empatizar con ellos al máximo, se están portando así no para amargarte a tí la vida, no, porque tiene algún motivo, cansancio, rabia, falta de atención..... Da igual el motivo, pero no te lo tomes como algo personal, tu hijo no es el peor de este mundo, es un proceso natural. Ponte en su lugar.
Cambiar el chip, una rabieta es normal, no luches contra ella, ayúdale a pasarla.
Olvídate de las miradas de la gente al pasar, tu sabes lo que haces.
Mantén la calma, merece la pena.Todo esto te lo digo como madre, te lo cuento como experiencia por si te puede ayudar. Son los pasos que voy dando de lo que aprendo de la disciplina positiva, pero no soy ninguna experta. Si quieres hablar con una educadora en disciplina positiva puedes hacerlo aquí.
Puedes leer la parte 3 de este diario en el que voy contando mis experiencias aquí
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