Mis hijos me educan

Mucho hablamos de la labor como padres de educar a nuestros hijos, pilar básico para que se formen como personas de bien, en el presente y en el futuro. Pero no caemos en la cuenta de que a veces, seguramente más de las que quisiéramos, son los hijos quienes en cierta manera nos educan, o eso siento yo con los míos.



Por lo general los educamos en normas de conductas cotidianas con el fin de convivir en sociedad y respetar a quienes nos rodean, tanto en casa y nuestro entorno cercano como fuera de ellos. Somos animales sociales y es primordial enseñarles a vivir y a convivir, a respetar y a ser respetado. Y ponemos énfasis hasta en lo más simple, que no por ello es menos importante.

Como padres, además, somos ejemplo, lo que hagamos o digamos, para bien o para mal, será lo que ellos imiten, por eso parte de esa educación reside en darles buen ejemplo, que salga de nosotros. Pero a veces nos pensamos que no nos están escuchando, que no nos miran y caemos en la trampa de pecar en aquello que les predicamos. Entono el mea culpa la primera.

Voy a poner unos ejemplos muy ilustrativos y la mar de reales, vamos, vividos en carnes propias, para que entendáis bien a que viene todo este rollo. Son lo que vienen siendo -valga la redundancia -  un zas en toda la boca, para que nos entendamos.

Una de las cosas que más les insisto a mis peques es el tema palabrotas. En realidad no he tenido que insistir mucho, cuando alguna vez han dicho alguna me ha bastado decir "eso no se dice, que es una palabra muy fea", no son niños de decirlas por diversión. Más bien todo lo contrario, han asumido bien que son palabras que no se deben decir y en cuanto las oyen les falta tiempo para decirme "mamá, fulanit@ ha dicho una palabrota", ni siquiera la repiten ni dicen que empieza por X y acaba por Y.  Durante un tiempo hice propósito de enmienda no diciendo tacos para no dar mal ejemplo pero, obvio, una se relaja y al final, como los niños saben que no las pueden decir, se me escapan igual o peor.

Recuerdo cuando escuché la primera vez al mayor imitarme fielmente cuanto tuve que pitar a uno que casi me embiste en una rotonda, se ve que ya conocía mi reacción y antes de abrir la boca ya estaba repitiendo él mi letanía habítual. Lo contaba en este post en el que precisamente hablaba de predicar con el ejemplo.

Pues bien, son unos jodxxxx inquisidores porque si recriminan a cualquiera que diga palabrotas, ya no os digo a mi. Me sorprende sobre todo la peque, que para hablar desde hace relativamente pronto lo ha aprendido muy bien, cuándo me dice "mamá, has disho una padabota mu fea y eso no se hase". Me río, porque me tengo que reír, pero no me excuso en el típico argumento que utilizaba mi madre "pero yo soy mayor  y puedo decirlo" sino que le digo "tienes razón cariño, he dicho una palabra que no se debe y prometo no hacerlo más". Doy fe que no me perdonan una.

Un ejemplo claro de confiarme cuando creo que no me están escuchando. Hace no mucho iba con ellos en el coche, ya era de noche y buscaba aparcamiento en mi calle, que no tiene salida. Así que iba marcha atrás para salir a la principal cuando se me cruzó por detrás un hombre que había salido de entre dos coches - no había paso de peatones ni similar - y tuve que frenar, suerte que iba muy despacito. Confieso que cuando conduzco sale el monstruo que habita en mi. Juro que, hablando para el cuello de mi camisa (o sea, para escucharme solo yo), voy y digo "venga ya payaso, que debes tener ganas de que te atropeye cruzándote en plena noche mientras voy marcha atrás". Y en esto que mi hijo, muy serio me dice:

- "Mamá, por qué le has dicho eso a ese señor"

Y le respondo:

- "cariño, porque ha cruzado sin mirar y casi lo atropello marcha atrás".

Su respuesta aún martillea en mi cabeza no solo por lo que me dijo sino por la seriedad y madurez que demostró en ese momento.

"Pues no me gusta que le hables así a la gente. Es muy feo lo que le has dicho, yo no quiero tener una mamá que dice esas cosas y habla mal a las personas porque me da vergüenza, y no quiero avergonzarme de mi madre. Debes prometerme que no lo harás nunca más, ¿vale, mamá? y que sepas que te estaré vigilando para que no lo hagas".

Ojiplática, avergonzada y orgullosa, todo eso en uno. Ojiplática porque no me esperaba esa reacción, avergonzada porque tenía toda la razón del mundo y más y orgullosa porque lo decía con pleno convencimiento. Y yo no tuve otra que decirle, también con pleno convencimiento, que tenía razón, que no tenía que haberle hablado así, que no tengo justificación, y le prometí no volver a hacerlo porque yo no quiero que mi hijo se avergüence de tener una madre mal hablada y mal educada.

No puedo olvidar ese momento, y cada vez que me dan ganas de soltar algún improperio similar - muy habitual cuando voy conduciendo y tropiezo con algún/a capull@, cosa que por desgracia sucede a diario- me muerdo la lengua y juro en arameo mentalmente. Si voy con ellos, porque si voy sola me despacho bien a gusto, eso sí, con la ventanita subida, que no me escuche nadie.

En resumen, con mis herederos más me vale cuidarme de aquello que les predico que no deben hacer o decir porque, si bien se que se lo van a tomar muy en serio, también se que serán los primeros en recriminarme si me pillan en un renuncio. Y que no deja de ser una verdad como un templo que somos su fiel espejo, para lo bueno y para lo malo, así que debemos tomárnoslo muy en serio y no pensar que por ser niños son sordos, ciegos, tontos o solo se enteran de lo que nosotros creemos o queremos que se enteren. Son más listos que nosotros, de eso no me cabe la menor duda, así que saquémosles partido.

En el fondo me alegro de que mis hijos me eduquen y me enseñen a ser mejor persona, al menos cuando estoy con ellos, sin duda es un feedback muy positivo.

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