No hay una fórmula mágica, ¡ojalá!. Pero en estos años de crianza, tanto la experiencia personal, como lo aprendido en la literatura al respecto o en las experiencias que otras madres comparten, me han ayudado a tomar cierta perspectiva en las situaciones que pueden provocar que pierda la paciencia con mis hijos. Que no son pocas.
Porque los niños, son niños. Y como niños, tienen una concepción de la vida, de las cosas, de las acciones, muy diferente a la nuestra. Es inevitable, están aprendiendo a vivir, a convivir, y qué mejor manera de aprender que a base de equivocarse, de hacer lo "no correcto", de probar y hasta de retarnos.
Pero eso no significa que sean malos, ¡odio esa creencia!, porque no hay niños malos, o yo al menos me niego a creerlo, más bien sus acciones son fruto de lo que aprenden, lo que ven, y en eso la sociedad en general y los padres en especial somos parte responsable.
Ellos no son perfectos como hijos pero nosotros tampoco somos perfectos como padres - o yo al menos no lo soy, eso lo tengo clarísimo-. Por eso me pregunto cuántas de las veces que perdemos los nervios con ellos, nos enfadamos, es culpa de ellos, o culpa nuestra. Porque el estrés, el cansancio, la presión laboral, económica, familiar... Hay tantos motivos que nos llevan a no estar 100% receptiv@s o a tener la susceptibilidad a flor de piel, que basta una pequeña acción de nuestros hijos que sea la gota que colma el vaso a algo que probablemente ellos no han iniciado.
O sí, pero ¿y qué importa?. Lo importante es poder evitar llegar a ese momento, y si llegamos, evitar una reacción final que no deseamos y que nos hace sentir mal.
Por eso comparto estos recursos que pueden ayudar a no perder la paciencia y arrepentirnos de algo que no queríamos hacer.
1. No dar mayor importancia de la que tiene. Creo firmamente que la mayoría de las veces damos mayor importancia a las cosas que nos cabrean de nuestros hijos de la que tienen. Por eso creo -e intento aplicarme- que, llegado el momento, merece la pena pararme a pensar unos minutos si de verdad es tan importante eso que provoca la situación del conflicto, si merece la pena que se me lleven los demonios. Porque luego en frío me doy cuenta de que no era para tanto. Muy socorrido para cuando, por ejemplo, derraman el colacao en la mesa y me dan ganas de matarlos. Pero ni lo han hecho a propósito ni arreglo nada llevándoseme los demonios. Un dos tres, balleta otra vez y se acabó.
2. Elegir las batallas a librar. Hay batallas que no merecen la pena, y evitándolas viviremos todos más tranquilos, seguro. Yo no discuto si una noche se quieren ir a la cama sin cenar porque no tienen hambre, por ejemplo. Prefiero que se vayan a dormir tranquilos a hacerles la cena, obligarlos a comer, perder tiempo, energía y paciencia intentando que den un par de bocados, aguantar llantos y reproches para acabar al rato todos encabronados. No merece la pena. Sin embargo, en el coche tienen que ir sentados en sus sillas y con sus cinturones puestos, o no arranco. No hay discusión al respecto.
3. Evitar las situaciones conflictivas. Como se suele decir, quien evita la tentación, evita el peligro. En ocasiones confiamos mucho en nuestros hijos, pensamos que van a saber comportarse en cierto lugar, o no nos planteamos alternativas (dejarlos a cargo de alguien mientras hacemos los recados pertinentes). Soy de las que, por ejemplo, no deja de ir a un centro comercial o a una tienda con mis hijos si necesito hacer una compra. Pero valoro el momento y si se que están cansados, revoltosos o que se van a aburrir, me van a amargar el momento de la compra -no se qué tienen las tiendas de ropa que para mis hijos son como parques de bolas, les encanta corren entre los percheros como si no hubiera un mañana - y además de no comprar voy a acabar de mala leche, o soy yo la que está cansada o no en el momento de mayor paciencia, prefiero no llevarlos, o ir en otro momento, que hacerlo sabiendo lo que me espera.
4. La distracción funciona. Vaya que si funciona. Y es que a veces los niños se empecinan en algo sin saber muy bien por qué pero en cuanto llamas su atención se olvidan completamente de aquello que los tiene emberrenchinados. Recuerdo que embarazada de la peque el mayor se negaba a sentarse en la silla del coche. Obligarle a hacerlo no funcionaba, llantos, gritos, se ponía tieso como un palo haciendo fuerza para evitar sentarse... seguro que visualizáis el momento. Sucedía además cuando más prisa tenía, o sea, cuando me tenía que ir a trabajar. Hasta que descubrí que llamando su atención con algo que le gustaba, dígase una galleta, una canción, un juguete, conseguía que se sentara tranquilo. Y siempre llevaba guardado en el bolso ese "as" que me salvaba en estas situaciones.
5. No hacer las cosas por narices. Esto es muy de nuestras madres, o al menos de la mía. Empeñarnos en que nuestros hijos hagan algo porque sí, sin motivo. Empeñarme en ponerle una prenda, unos zapatos en concreto, que meriende lo que yo quiero o ir a donde a mi me apetece. A veces pienso que, en el fondo, qué más dará que salga a la calle con unos zapatos o con otros, o que salga con un juguete que a mi no me parezca apropiado en ese momento. A veces hay que ceder y dejarles que participen, tomen decisiones y elijan por sí mismos. Con ello no estamos perdiendo una batalla ni nuestra autoridad, sino valorando la capacidad de decisión de nuestros hijos.
6. Usar la empatía. Es infalible. En ese momento en el que no entiendo por qué alguno de mis hijos está actuando de tal o cual manera pienso en cómo me sentía yo cuando era niña y me encontraba en esa misma situación. Ejemplo típico, hijos que te la lían en un restaurante. Recuerdo cuánto me aburría cuando salía a comer con mi familia y todos eran adultos, no me dejaban hablar porque "están hablando los mayores", lo mucho que me aburría y el por saco que daba. No es que me portara mal, simplemente no estaba en el lugar ideal para un niño. La empatía nos ayuda a entender las reacciones de nuestros hijos a través de nuestra propia infancia, nuestras vivencias, nuestros recuerdos.
7. Ponerte a su altura. Si con la empatía nos ponemos en su piel a nivel emocional, aquí hablo de pura física. Agacharme, ponerme a su altura, mirarles a los ojos. El poco tiempo que tardo en hacerlo me da lugar a una pequeña reflexión, o al menos a perder un poco de fuelle. Cuando miro a mis hijos a los ojos me desarmo. Y ello me da lugar a, en lugar de enfadada o violentada por el momento, hablarles de otra manera, más tranquila, sabiendo que lo que tengo delante es un niño, es mi hijo, o mi hija.
8. Decirle cómo te sientes. Esta es de las que no falla. También de las que más cuesta ejecutar. Porque es muy difícil quitarnos la coraza de madre fuerte, firme y protectora y mostrar nuestra vulnerabilidad a nuestros hijos. Es quizás el recurso que más uso con mi hijo mayor en determinadas situaciones, porque le ayuda a entender qué me remueve por dentro. Por ejemplo, cuando tiene un día revuelto en el cole y su seño me dice que ha estado imposible. No le riño, ni le culpo, pero sí le digo que escuchar eso me pone muy triste porque me duele mucho que le tengan que llamar la atención. Creo que es justo que nuestros hijos entiendan nuestros sentimientos y que hacerlo nos acerca a ellos.
9. Desahogarsecon otras madres. Muchas veces tenemos rabia, frustración, culpa contenida, nos sentimos mal por actual de tal o cual manera y lo peor es que nos lo guardamos porque nos hacemos únicas responsables de ello. Nada como hablar de cómo me siento en ciertos momentos con mis hijos, las situaciones que me me irritan, que me llevan a desesperar, para darme cuenta de que no soy la única que se siente así. Y no es "mal de much@s, consuelo de tont@s" -odio esta frase, de verdad- ni mucho menos. Es saber que lo que te pasa es completamente normal. Desahogarte. Escuchar otras experiencias. Y aprender de las experincias ajenas, porque entre lo que le va bien a una, mal a otra y así sucesivamente, puedes hacerte con un buen arsenal de trucos y consejos para capear las situaciones complicadas. Y si no al menos has logrado soltar toda la carga que llevas dentro, que pesa y que te satura más si cabe.
No se si os serán útiles estos consejos. También diré que infalibles son en la medida en la que logremos aplicarlos. Y que no es fácil, quizás no funcionen a la primera o a la segunda, pero al menos merece la pena intentarlo.
Esta exposición no significa que yo sea la mamá perfecta que logra no perder la paciencia con mis hijos. Lo hago más veces de las que me gustaría, es la pura realidad, pero asumo que es así cuando no intento utilizar algún recurso para no llegar a ese extremo y en ese momento me siento fracasada. Así que este post es una especie de propósito de enmienda para recordarme a mi misma que hay muchas maneras de no llegar a ese extremo que tan poco me gusta con mis hijos.
Por supuesto, no es que sean infalibles todos ellos aplicados uno por uno en orden consecutivo o alternante. Cada uno se adapta a una situación, o puedes aplicar varios, puedes probar qué te funciona en un caso y qué te funciona en otro. El caso es intentar que la falta de paciencia no nos lleve a actuar de una manera que luego nos suponga culpa o arrepentimiento, hacer algo que no queremos.
Y tú, ¿qué recursos utilizas para evitar estos momentos?, ¿te sientes identificad@ con alguno de los que planteo?, ¿cuáles te funcionan?. Seguro que hay más trucos a aplicar que desconozco y me encantaría conocer tu experiencia.