Lai reflexionaba no hace mucho sobre diversos tipos de miedos, como a las atracciones (que digo yo que no habrá para tanto) y luego la tía va y se tira en paracaídas, Oh My God! (Eso sí que no lo hago yo ni loca). A las arañas, miedo frecuente y extendido ¿será por tantas patas?, debería ir al Guggenheim de Bilbao y escuchar la historia de la escultura de araña gigante situada en una de sus fachadas, a lo primero impresiona y repugna a partes iguales, te descoloca porque no es Halloween, sin embargo, a mi me cambió la percepción de tan distinguido bichejo aunque sigue sin gustarme encontrármelas campando a sus anchas por lugares que acostumbro frecuentar como por ejemplo el dormitorio. El típico miedo de madre a que el niño se haga daño con TODO. Cosa que cada día comprendo más… PERO ¿y el miedo a ser madre cuando ya lo has sido? Parece una locura ¿verdad? pero no lo es, es miedo es el reflejo de un estrés, de un shock post traumático, de una vivencia difícil de superar. De ese miedo quiero tratar.
El miedo en general, en abstracto, como sentimiento arrebatador no emplea lógica, el miedo surge, te invade, se apodera de tí, te nubla la vista y el entendimiento, te hace desvariar, te enloquece, te desquicia, te inhabilita, te trastorna, se apodera de tu vida, de tu credo, de tu razón y te limita.
El miedo específico, en concreto, como sentimiento arrebatador hacia la maternidad es además de lo anterior, FRUSTRANTE.
Podría hablar de casos de los que de tenido conocimiento de primera mano sobre madre primerizas que embarazadas tuvieron un aborto espontáneo a los pocos días de saber que esperaban un bebé para su disgusto y desconcierto. El miedo a perder un segundo hijo les aterroriza durante todo el embarazo y les sigue aterrorizando cuando años después de haber parido un hijo sano se plantean tener otro bebé. O por el contrario, podría hablar de madres que viendo la maternidad ajena desde la distancia y el confort de su soledad tranquila deciden seguir sin hijos por terror a los dolores del embarazo o del parto o por la responsabilidad de tener seres dependientes a su cargo.
No obstante, a pesar de ser situaciones fascinantes y dignas de comentario y análisis, voy a hablar de mi, de mi sentimiento incapacitante, de mi situación concreta, de lo que conozco a ciencia cierta, porque es más sincero y honesto hablar en primera persona de lo que me recorre las entrañas que subjetivar la vida de los demás. Y también porque Lai me lo ha pedido de esa manera en la que es imposible decirle que NO.
Mi relato paradójicamente empieza el día antes de que mi niño precioso cumpliera 13 meses. Fui a ver a Gini, para lo que no sepan quién es brevemente les resumo, amiga mía ginecóloga, me acompañó durante el embarazo de Mini Thor, en el momento del parto y posteriormente durante el puerperio. Me tocaba la revisión anual para mi pesar, no sé vosotras pero a mí la visita al especialista de la fontanería femenina no me causa alegría alguna. Hacía 3 meses que no nos veíamos así que rápidamente nos pusimos al día con los chismes.
Charlando animadamente de nuestras cosas y de cómo me encontraba, entró mi marido con el peque para sorpresa y jolgorio de los allí presentes. Tras los comentarios ya clásicos de qué grande está, se nota que come, qué talla de ropa le pones, cómo va el tema de los pañales, etc, me hizo pasar al potro de tortura ese que tienen los ginecólogos para la revisión y tras el chequeo, con videocámara incluía cual documental del National Geographic, me felicitó porque todo estaba funcionando estupendamente.
La cicatriz estaba limpia y curada, ni rastro de desperfectos, y los ovarios listos para engendrar de nuevo. A su comentario jocoso de ya puedes tener muchos, MUCHOS niños, mi marido le contestó sarcástico, que le dejaba a Mini Thor en consulta para irnos a practicar. Arrancando su carcajada y la mía (bueno, más o menos).
De nuevo me acomodé frente a su mesa escritorio, algo incómoda tras haber estado con el culo al aire y revuelta cual lavadora, mientras ella rellenaba la pantalla del ordenador con datos médicos ininteligibles para el resto de mortales. Sin apenas desplazar la mirada de la pantalla y de modo rutinario me dijo esta vez ya más seria y con voz de profesional aplicada que a pesar de que la recomendación era esperar otro año más antes de embarazarme de nuevo, si me quedaba en breve no había demasiado riesgo o al menos no muy alto. Y sin más, ahí apareció el MIEDO. De golpe, sin saber cómo ni porqué. Me puse a llorar súper agobiada.
Rápidamente Gini reaccionó diciendo que no me agobiara, que tras un trance tan duro como el mío y siendo que Mini Thor aún era muy chiquito y dependiente no tenía obligación de repetir maternidad, que me tomara mi tiempo y cuando estuviera preparada me pusiera a ello. Me calmé aguantando el tipo aunque sólo de modo superficial.
Ahí está, el miedo alojado en mi mente, acechándome. Con pensamientos torturadores del estilo, ¿cómo voy a tener otro si casi no puedo con éste? ¿Y si ahora que puedo no quiero y cuando quiera tener un segundo hijo mi biología ha caducado? ¿Y si me sale tan grande o más? ¿Me programarán una cesárea seguro? y entonces me pasaré otros 9 meses postrada en cama sin poder andar ni atender a mis hijos. (Lloros mentales, autocompasión, sentimiento de imposibilidad, frustración, culpabilidad). He compartido mis miedos, lloros y emociones contenidas con mi madre y amigas y todas responden similar: No tiene porqué, tómate tu tiempo, aún estás muy afectada…
TOOOODOOOOO cierto, SIN EMBARGO, lo que no imaginaba y me bloquea aún más, es que una buena noticia como es el hecho de que mi cuerpo ya está a pleno rendimiento para tener un segundo niño motivo de alegría (bueno, quizá con un par o tres kilos de más para mi gusto pues soy presumida pero como tampoco tengo ganas de ponerme a dieta con el estrés que llevo), pueda causarme tanto pesar y zozobra. Y este pensamiento todavía me causa más tristeza. Mi miedo se retroalimenta así mismo de manera absurda. No obstante, mi miedo no termina aquí, a este miedo se le añade otro sinsentido, ¿y si me embarazo de una niña? ¡No sé tener niñas!
Otro miedo aún más absurdo.
Absurdo porque la razón desmonta todos y cada uno de los argumentos que lo alimentan. Y lo sé, entonces ¿por qué sigue derrotándome? Como decía no emplea lógica, sólo aparece de golpe, sin pedir permiso y atormenta. Mi trabajo mental actual pasa por pacificar está guerra interna que me desborda para poder disfrutar de mi hijo. Cuando se me enfría la cabeza después de la ardua batalla, entiendo que el tiempo me situará en el punto de saber cuándo llegará el momento de una segunda maternidad ¡al igual que sucedió con la primera! (¡pero qué cosas tengo tan incomprensibles!). Hasta entonces seguiré el consejo de mi fiel compañero y mejor amigo, mi amado marido que AFIRMA con gesto divertido, tierno y serio: ERES DIFÍCIL. Y me apuntaré de nuevo a yoga. Me fue muy bien durante el primer embarazo cuando apenas podía moverme y mi cabeza hervía de dudas ante la inminente maternidad. Entiendo que ahora es oportuno recuperar ese espacio físico y espiritual para reequilibrar mi ser ante tanta novedad.
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