El cumpleaños en diferido de Mini Thor
Érase una vez un niño grande, un Sansón, un Hércules, un Mini OSI, un Thor. Un bebé de cabellos dorados e incipientes rizos, de ojos avellana, celeste o esmeralda según el día. De tierna sonrisa y carnosos mofletes.
Un bebé de poderosa anatomía, de grandes manos, grandes pies y de piel rosada de terciopelo. Un bebote hermoso a los ojos de su madre con sus casi 90 cm de altura y 15 kilos de peso a sus 12 meses. Pero qué triste es celebrar un cumpleaños en martes!!!
Llevaba días pensando en bucle: 12 meses, qué largo y qué corto se me ha hecho. ¿Lo celebro o no? ¿Es el día del niño o como se escribe por ahí me tienen que felicitar a mi por el sacrificio del parto? ¿Qué debo esperar?
El fin de semana inmediatamente anterior al día del primer cumpleaños de mi niñito le digo a mi marido: ayúdame, no sé qué hacer. Y le expongo la situación. Respuesta: ¡Es verdad! ¡Es el primer cumpleaños del niño habrá que celebrarlo! Entonces le recuerdo que precisamente ese día martes él empieza un curso obligado por exigencias de la empresa. Su semblante se torna serio. Resolutivamente determina que lo celebraremos en sábado. Pero también le recuerdo que trabaja por circunstancias concretas derivadas de la empresa.
Le comento que mi madre va a venir el martes por la tarde porque le hace una ilusión tremenda compartir esos momentos tan especiales con su primer nieto y que traerá bizcocho elaborado por ella. Que mi estimada vecina vendrá con su niño de 4 años porque oficialmente Mini Thor es su tato. Y que aunque él tenga curso comeremos juntos y cortaremos el pastel antes de que se vaya.
Así fue, según lo previsto e inexorablemente llegó el martes del primer cumpleaños de Mini Thor. Desperté pensando que había llegado el otrora lejano pero ansiado momento de celebrar los 12 meses: de primera maternidad y de primer año de vida de mi angelote.
Tampoco era momento de hacer balance, me pongo perezosa para generar según qué pensamientos de recopilación para posterior análisis y valoración… Tenía demasiados quehaceres rutinarios y varios mensajes de felicitación que me incluían a mi.
El día transcurrió entre la rutina monótona de la compra de los martes en la plaza del mercado, lavar y recoger la ropa, recoger la casa, preparar comilonas en la cocina… y la alegría contenida de saber que había llegado el día del primer cumpleaños y que el cambio de etapa se aproximaba. Rutina salpicada con cantos de felicitación entre las vecinas en la plaza, llamadas de felicitación, mensajes escritos y de voz de familiares y amigos para que Mini Thor los pudiera escuchar para su sorpresa, curiosidad y alegría.
A la hora de comer comimos mi marido, el niño y yo, vino mi madre con el pastel recubierto de chocolate (que desapareció en un visto y no visto, ¡qué rico estaba!, a pesar de su considerable dimensión), cantamos el archiconocido CUMPLEAÑOS FELIZ, soplamos las velas, estiramos las orejas como es costumbre, hicimos fotos de familia para inmortalizar el gran día y mi marido se marchó para su disgusto. Entraron los amigos, festejamos, charlamos, jugamos y a última hora de la tarde cuando todo el mundo se marchó me sentí satisfecha por haber hecho del martes un día especial tanto para el niño como para mi dentro del orden semanal.
El regalo estrella del primer cumple, un lote de instrumentos dentro de un tambor de juguete, cortesía de la abuela musical. La etiqueta del regalo reza: mi primera banda de música. Tengo la extraña sensación de que a mi hijo se le está predisponiendo para ser músico…. ¿¿Tendrá que ver con el hecho de que mi marido es aficionado a la música, toca la trompeta en la banda municipal y en una charanga?? ¿O con el hecho de que la abuela musical además de tocar el piano canta semi-profesional en una Zarzuela? Jajaja. Sea como fuere, la mayor parte de juguetes que inundan y decoran nuestro hogar son musicales, cosa que me satisface inmensamente porque ambienta felizmente el otrora silencioso hogar familiar.
El motivo del título viene dado por el hecho de que durante la misma semana, el sábado, celebramos de nuevo el primer cumpleaños de Mini Thor, esta vez con la familia de mi marido, el yayo, las tías, algunos primos. Mi cuñada hizo bizcocho casero, delicioso, tampocó sobró, y de nuevo fotos, cantamos y celebramos. Nada espectacular, NADA rimbombante, nada barroco. Quizá porque yo todavía no estoy de humor, quizá porque bastante excitación le supone al niño ir a casa del abuelo y encontrarse con tanta gente que le dice cosas y lo estimula.
Quizá por los propios recuerdos, no de mi primer año evidentemente, pero sí de los posteriores… Parece mentira cómo se remueven las vivencias pasadas y cómo pueden afectarte tantos años después. Quizá porque con el paso del tiempo el cumplir años deja de ser tan ilusionante como antaño… Sea como fuere celebramos dos días, de momento, y digo de momento porque mi hermano y mi padre que están a 300 kilómetros entiendo que también querrán celebrar. Eso quiere decir que a pesar de mis quebraderos de cabeza aún puede que me encuentre con alguna otra celebración estrambótica el día menos esperado, o al menos eso me gustaría y si no es así pues tampoco pasa nada porque mi precioso niño con independencia de la decisiones ajenas YA TIENE SU PRIMER AÑO.
En conclusión, no sabía qué esperar, no sabía qué hacer, desconocía qué quería, cómo me sentiría y lo más importante cómo reaccionaría el niño, sin embargo, el martes del cumpleaños se pasó de manera agradable y cómoda, el sábado fue más festivo y bullicioso y si en algún otro momento se festeja ya no dudo que el niño lo disfrutará.
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