De San Expedito a San Jorge
Nos quedamos con la enfermera entrando por la ropa del bebé y sentenciando “¿Sólo has traído esto? ¿Esto tan pequeño?” con voz confusa atajo “en el fondo de la bolsa hay pijamas talla 3 meses”. Y con ellos y un pañal se marchó. Al rato apareció mi marido por la puerta y charlamos hasta que llegó el bebé. Entraban y salían enfermeros y enfermeras dando explicaciones, tocando, pinchando, dándome medicación. Sin embargo yo solo veía a mi bebé. Me dormía y me despertaba ansiosa de seguir mirándolo. Estaba en shock. Pero no quería separarme de él. El cuerpo no me respondía; no obstante, lo protegía.
A las 7 de la mañana del lunes, mi marido mandó un mensaje informativo a familiares y amigos. Yo llamé a mi padre. “Papá eres abuelo. Estoy en el hospital” Respuesta abatida al otro lado del teléfono “Sí hija, yo también estoy en el hospital. Tu abuela se está muriendo” Pausa dramática. “Papá dile a la abuela que se muera tranquila, su deseo de ser bisabuela se ha cumplido. Déjala marchar” Mi padre con un nudo en la garganta se despide lamentándose por no estar a mi lado. Mientras, mi marido ya ha hablado con su padre. Rompo a llorar. Desde aquí TODO se torna confuso. Personal del hospital entra y sale de la habitación: la tensión, la pastilla, el desayuno. El peor momento cada vez que se llevaban al niño para bañarlo, pincharlo o hacerle la revisión. Se me rasgaba el alma en su ausencia. Pero no me podía mover. Cuando Gini entró y me vió rompió a llorar. Sentía todo lo que me había pasado y me preguntó cómo estaba.
Le pedí que me quitaran la sonda. Quería levantarme por mi misma para hacer pis. Y empezó mi calvario personal. Las piernas no me funcionaba, sangraba irremediablemente, me dolía TODO. Había tenido una infección de orina durante la mayor parte del embarazo pero no había sentido la vejiga ardiendo como ahora. Llegó mi madre y salió el sol. Me trajo los dulces que me gustan. Me peinó y se sentó a escucharme mientras mi marido salía del hospital a comer a un restaurante cercano y a despejarse. Entonces sucedió.
Se presentó el neonatólogo de la clínica en mi habitación. Altivo, omnipotente. “Fírmame esta autorización” me dijo sin mirar. “¡Cómo? ¡autorización?¡De qué? Para que?!” Le interrogué. Contestó rotundo que tenía que hacerle pruebas en la cabeza. Dijo que el niño estaba lesionado. Gini apareció por detrás, lloraba desconsolada. El neonatólogo la acusaba de machacar la cabeza de mi hijo. Estaba aterrada; se me llevaba a mi hijo para hacerle pruebas que requerían sedación y cuyos efectos secundarios eran nefastos. Desbordada por la presión miré a mi madre entre sollozos descontrolados. Se levantó y dijo con autoridad de su nueva condición de abuela “soy su abuela y yo autorizaré lo que nos convenga siempre y cuando yo esté con el bebé” Y así fue.
De nuevo me encontraba sola en la habitación, sin poderme mover. Mi pensamiento en estado catatónico. Entra mi marido de su merecido receso, y con solo verme la cara desencajada se da cuenta que algo no va bien y pregunta alarmado “¡Donde está el niño?”
Drama.
Entra mi madre con el niño. Lo ha resuelto todo favorablemente. El bebé está bien, las pruebas perfectas. El cráneo del bebé no está dañado, y las lesiones exteriores se absorberán en unos días. Se terminó la pesadilla.
Llegan las visitas, los hermanos, los sobrinos, los primos, los amigos, las llamadas, los mensajes. Todo es alegría y alborozo. No obstante, yo no puedo andar, una enfermera me trae un andador. Me mira a los ojos y me dice “un paso detrás de otro” Hoy pasillo arriba, pasillo abajo y mañana sin andador.
Desde ese momento hasta la actualidad, eso he hecho. Un paso detrás de otro. Primero con el andador, llorando a moco tendido a causa de la auto compasión. Al día siguiente sin andador. Al otro igual. Así un día y otro, y otro. Con el carro del bebé, calle arriba y calle abajo. Luego fueron dos calles, después tres. Constante en mi recuperación no he cesado en mi empeño de volver a ser quien era.
El día de San Jorge nos fuimos a casa. San Jorge, el día de las rosas y los libros nos devolvió a casa con una nueva vida. Mi marido con su permiso de paternidad y yo con un bebé al que apenas podía sostener ni física ni emocionalmente. Estaba destruida.
La próxima semana, el capítulo 4, sobre la Lactancia
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