¿Cuántos sentidos tenemos? ¿Cinco? ¡Eso pensaba yo!
Hace tiempo que estoy investigando sobre la teoría de los 12 sentidos del ser humano de los que habla la pedagogía Waldorf y a medida que voy profundizando en ella, más voy entendiendo la importancia de acompañar a los niños y niñas para que puedan descubrirlos y cultivarlos.
Uno de los primeros sentidos basales de gran relevancia es el sentido del tacto, que por otra parte creo que es uno de los grandes olvidados en un mundo en el que todo lo que prima es puramente visual y auditivo.
El sentido del tacto abarca mucho más que la mera facultad de sentir con las manos si un objeto es duro o blando, rugoso o liso.
Esto es solo una ínfima parte.
Basta darse cuenta que el órgano de percepción del tacto es toooda la superficie del cuerpo, es decir toda la piel, para entender su magnitud.
La piel nos permite vivencias táctiles absolutamente todo el tiempo:
Cuando nos bañamos, tenemos en el agua una vivencia táctil de todo el cuerpo.
Cuando nos vestimos, y los tejidos rozan nuestra piel, aparecen unas sensaciones.
Cuando el aire sopla en nuestro rostro y nos agita el cabello.
Cuando estamos de pie o caminamos, lo notamos en la planta de los pies.
Tenemos también vivencias táctiles cuando hablamos, al hacer que la lengua chasquee todo el tiempo contra el paladar o los dientes.
Incluso hasta en el movimiento de nuestros párpados podemos percibirlo.
Siendo un poco conscientes de ello es fácil ver que nuestra vida entera está entretejida con vivencias táctiles por doquier.
Y esto me lleva a la pregunta, ¿cómo nos sentiríamos si, de repente, nos desconectaran del sentido del tacto?
La pérdida de orientación sería mayúscula. A la mayoría nos cuesta imaginarnos algo así.
Cómo sería que al tocar un objeto o al darle la mano a alguien no sintiéramos absolutamente nada, que no pudiésemos distinguir si lo que tenemos en la boca es líquido o sólido, no sentir nada bajo los pies al andar,…
Es casi imposible suponerlo, tan solo podemos medio intuirlo ¿verdad?
El sentido del tacto en los bebés
Se ha escrito mucho acerca de la importancia de la “estimulación” de los sentidos de los bebés. La psicología popular y en mayor medida los intereses comerciales han interpretado la estimulación infantil de tal modo que parece que se tenga que estar estimulando constantemente al bebé con trozos de plástico de colores y tarjetas con dibujos llamativos.
Pero el bebé no necesita cosas artificiales, lo que necesita es que lo cojan, que lo mezan, que le hablen, que pasen momentos a solas con él, que se preocupen por él y que especialmente su madre, o su padre u otro cuidador/a principal le ofrezca su disponibilidad física y emocional permanente y amorosa.
Es muy importante entender que el bebé llega al mundo esperando encontrar la misma calidad de bienestar, placer, movimientos, alimento, olores, miradas y presencia que experimentó en el vientre de su madre. Y solo podrá recibir todo este torrente de experiencias agradables en un entorno maternal y acogedor de presencia continua.
Siendo así, parece lógico afirmar que los bebés son especialmente sensibles al tacto.
Ya todo el proceso de nacimiento es como un masaje profundo para el bebé: le estimula los sentidos de la piel y le prepara para la respiración. El golpe de aire frío que siente en la piel al nacer le proporciona su primera sensación de definición corporal, la noción del interior y del exterior. Es un contraste respecto a la vida dentro del útero, que es como estar inmerso en un baño caliente.
Por eso es tan importante fomentar siempre que sea posible el contacto piel con piel, por las sensaciones táctiles que tranquilizan al bebé, pero también por el olor de la piel y el latido del corazón de los padres, algo que muchas madres tienen en cuenta de forma instintiva y sostienen a sus hijos en el lado izquierdo, donde puede escuchar los latidos que ha estado escuchando durante toda su gestación.
Llegados a este punto conviene saber que el tacto no pierde importancia a lo largo de la vida del niño/a. Pero, ¿por qué es tan importante?
Descubriendo el sentido de la percepción del tacto
La piel es un órgano de percepción muy delicado que va más allá de captar los matices y las cualidades de los fenómenos del mundo, si bien esto por sí solo ya es muy importante, pues nos permite familiarizarnos con ellos, poder distinguir la diversidad de cosas del mundo y atribuirles propiedades.
Pero la otra parte, más profunda y muy significativa, es que cuando tenemos una impresión táctil provocada por un contacto, esa impresión la experimentamos en nosotros mismos, interiormente. La experimentamos como una alteración interior de nuestro estado de ánimo (nuestra esfera emocional), para después volverla a proyectar hacia el exterior.
Por eso Rudolf Steiner daba mucha importancia al tacto, consideraba que la percepción táctil es la resonancia interior del contacto con el mundo físico exterior inmediato.
Por medio del sentido táctil constatamos primero el sentirnos tocados, la “colisión” con el mundo material, que la vivenciamos como una frontera. A este lado de la frontera estoy yo. Al otro lado de la frontera está el otro. Es en la piel donde lo otro me toca.
Pero de forma sutil, todo el organismo reacciona como un cuerpo de resonancia a los diferentes matices del tacto y, esto es lo más interesante, compartimos anímicamente las “vibraciones” que atraviesan nuestro organismo de manera distinta dependiendo de si el objeto que nos causa la impresión es áspero o liso, puntiagudo o chato, duro o blando.
Es como si con el tacto, el alma escuchara la música que el mundo exterior interpreta al tocar el instrumento del cuerpo. Y esta no sucede en ninguna otra vivencia sensorial de la misma manera que en la experiencia del tacto.
Para acabar de entender esto hay que tener claro que nuestra vida anímica, emocional, está conectada con nuestra esfera corporal. El cuerpo nos conecta con la emoción, también la inconsciente (aunque esto da para otra larga explicación).
Pero podemos darnos cuenta del poder del tacto cuando son otros sentidos los que fallan, de ahí que una persona sorda pueda escuchar y disfrutar de la música con el tacto, o una persona ciega puede ver el mundo, palpando.
Dice Henning Köhler, conocido pedagogo waldorf, que los contactos o roces muy intensos (los que no nos gustan) generan acordes roncos, provocando resonancias estridentes, mientras que con los roces o contactos cuidadosos sentimos que podrían prolongarse resonando agradablemente hacia nuestro interior, y esto después lo proyectamos hacia el exterior.
¿No te parece algo para tener en cuenta, especialmente con los niños?
Aunque claro, esta sensibilidad de nada sirve si las cosas que tocamos carecen de propiedades.
La importancia de los materiales
Sé que hoy en día es impensable considerar una vida sin plástico (aunque aquí te ofrecí algunas ideas para intentarlo), es práctico, barato y se adapta a casi cualquier uso. No podemos tampoco permitirnos procurar ser tan naturales que todo lo tengamos de madera, nuestros bosques tampoco lo resistirían, pero conviene saber que para un niño/a, el plástico no es necesario.
El plástico no genera vibraciones, ni positivas ni negativas, simplemente es un material frío e inerte que provoca un vacío oprimente, una impresión que aunque la procesemos de manera inconsciente, sigue teniendo su efecto. Es como si esperamos oír sonar las cuerdas de un arpa y no se oyera nada.
Algunos autores afirman que si a un niño le damos sólo, o casi siempre, juguetes de plástico y le obligamos a vestir con fibras artificiales, estamos preparándolo para un trastorno del sentido del tacto. Algo que puede derivar en niños inseguros, tristes o temerosos, con dificultades de adaptación social,…
Por eso en la pedagogía waldorf se da mucha importancia a que los niños tengan sobradas oportunidades de desarrollar intensamente su sentido del tacto estando en contacto con materiales y sustancias nobles, vivas, naturales.
Ya desde bebés podemos ofrecerles materiales con propiedades para explorar y tocar. Esta cesta de pelotas de texturas naturales la preparé como regalo para mi sobrino Nil que tiene pocos meses con materiales de nuestro Atelier, y me fascina ver cómo interactúa con la seda, la madera, la lana, el algodón.
Palpando, tocando, chupando, quiere identificar en el contacto directo lo ajeno como ajeno, sentirlo plenamente, y aún así, en ese descubrir capta cuidadosamente su ser, su propiedad esencial. Es fascinante.
Cómo cultivar el sentido del tacto en la infancia
Debemos ayudar el máximo posible al niño/a, desde bebé, a hacerse consciente de su piel para que pueda desarrollar una nítida imagen de su cuerpo. Necesita sentirse arropado por los brazos maternos o paternos, para percibirse a sí mismo en su individualidad y delimitación corporal y que esto le permita sentir seguridad y cercanía.
En la manera en que tocamos al niño podemos ayudarle a que tome conciencia de los límites de su piel. A modo de juego y cuidado, pero sin ser vacilantes, pues si tememos al contacto, ejercemos un efecto de inseguridad que desencadenará las respectivas sensaciones en el niño.
Se trata de un tacto amoroso, con presencia, no solo delimitándonos a lo puramente pragmático, como podría ser si le hacemos el baño, porque si no participamos interiormente, el niño lo vivencia como indiferencia.
Y es que no es lo mismo lavar al niño porque tiene que estar limpio que lavarlo partiendo de la necesidad interior de proporcionarle envoltura, de fortalecer su confianza en la existencia. Hay una gran diferencia entre ambas actitudes, que si bien no se percibe desde fuera, el niño sí que las experimenta.
Por eso para los niños que ya son temerosos, inseguros y tímidos, es tan conveniente dirigir nuestra atención al sentido del tacto, si queremos ayudarlos.
Y hay muchos recursos y posibilidades, como los de ¿Te acaricio el alma? que ya te presenté hace tiempo.
Y ahora cuéntame,
¿Te habías planteado alguna vez que el tacto fuese tan importante?
¿En casa tenéis materiales naturales disponibles para que tus hijos puedan explorarlos y manipularlos?
Mediante el sentido del tacto nos vivenciamos como un yo corporal delimitado en el espacio. – R. Steiner
Aguamarina