En este artículo abordaremos el bálsamo que los espacios naturales suponen en el desarrollo de los más pequeños: la naturaleza y sus ritmos son una fuente inagotable de belleza, crecimiento y bienestar.
El papel de la naturaleza en el desarrollo humano
Sus hijos necesitan contacto con la naturaleza. La naturaleza es una fuente inagotable de estímulos que respetan y favirecen un desarrollo saludable. Sin embargo, el tipo de estímulos al que las niñas y niños están expuestos actualmente dista mucho de proporcionarles el alimento intelectual, emocional y rítmico que necesitan.
Uno de los más visibles efectos de la sobreestimulación es término que los expertos han denominado "tolerancia". De acuerdo a él, el organismo se acostumbra a un determinado nivel de estímulos, demandando cada vez más de lo mismo puesto que su plasticidad se ve mermada. Se trata, para usar una palabra más fácilmente reconocible, de una adicción. Los niños terminan por hacerse cada vez menos sensibles a ciertos estímulos y demandan otros con mayor intensidad. Esta tendencia aumenta exponencialmente hasta que surgen problemas tan actuales como la hiperactividad o el TDA (trastorno por déficit de atención), entre otros.
La tecnología ha agravado en los últimos años este riesgo al que los infantes deben enfrentarse desde sus más tempranas fases de desarrollo. Pero no es el único factor. La publicidad y propaganda extiende sus alas también por canales analógicos, de modo que un paseo por la ciudad, a pesar de todos el cuidado que como padres pongamos, es generador de estímulos nocivos.
Otro de los factores que dañan el desarrollo saludable de los niños lo encontramos en el mismo sistema educativo convencional, que propone elevar la intensidad académica desde edades muy tempranas. En palabras de la psicobióloga Milagros Gallo, "el entrenamiento en tareas demasiado complejas, antes de que el sistema esté preparado para llevarlas a cabo, puede producir deficiencias permanentes en la capacidad de aprendizaje a lo largo de la vida".
La madre naturaleza concilia esta problemática dándole una solución armónica. Pasar tiempo en ella reviste nuestras actividades de belleza, ritmo y conexión consciente con nuestras necesidades. Jugar en la naturaleza, además, favorece y refuerza el aprendizaje generativo, que tendrá mayor incidencia en los niños. La pedagogía Waldorf, consciente de esta realidad, propone un curriculum que establece actividades de complejidad ajustada a la fase de desarrollo del niño y llenas de los estímulos saludables que tan sabiamente proporciona la Madre Tierra.
En su libro El Último Niño en los Bosques, Richard Louv habla de un fenómeno que él ha denominado "trastorno por déficit de naturaleza". En sus investigaciones científicas ha documentado los beneficios del contacto diario con la naturaleza, entre los que destacan la creatividad, la resolución de problemas, la capacidad cognitiva, el rendimiento académico, la salud física, la nutrición, la visión, la autodisciplina, las relaciones sociales y la reducción de los niveles de estrés, por nombrar solamente algunos. La ciencia, por lo tanto, también avala la conexión con la naturaleza.
"¡Pero no hay naturaleza cerca de mi hogar!"
Desgraciadamente, esto sucede con demasiada frecuencia. Los entornos urbanos no ofrecen muchas oportunidades para conectar con la naturaleza que tanto favorece el proceso pedagógico. ¿Solución? La naturalización de los espacios desnaturalizados. Debemos fomentar los espacios de aprendizaje al aire libre y dotarlos de árboles, plantas y flores. Se trata de favorecer un desarrollo saludable (a nivel intelectual, emocional, social, físico y espiritual) y de apelar al gozo y disfrute de conectar con la naturaleza que todos somos.
Podemos también naturalizar los espacios interiores para evocar la naturaleza, sus cambios, sus ritmos y su belleza. Las mesas de estación (de las que hablaremos en otro post) son una alternativa perfecta, aunque no la única. La creatividad de los padres puede dar otras muchas soluciones a esta problemática, e involucrar a nuestros hijos en este proceso de naturalización de los espacios será para ellos una delicia.
"¡Pero me aburre estar en la naturaleza!"
Otro “pero” cada vez más común, sobre todo si el espacio natural no cuenta con señal de internet (algo no muy habitual, por cierto). No se alarmen. El aburrimiento es bueno. Nos lleva a lugares tan tediosos que no tenemos más remedio que usar lo que tenemos a nuestro alcance para salir de ese estado. La creatividad sale reforzada de este aburrimiento, y las cosas más sencillas de nuestro alrededor se convierten en elementos a nuestra disposición para aprender jugando.
Si no tenemos un huerto y no disponemos del espacio para crearlo, siempre podemos fabricar un nido, jugando a ser pájaros que tejen su hogar con pequeñas ramas; podemos crear muñecos de nieve y espantapájaros, o figuras de barro y castillos de arena. Podemos pasear y contar historias, cuentos de hadas, adivinanzas o lindas canciones. Podemos recoger elementos que la estación del año nos proporciona, o hasta podemos jugar al escondite entre los árboles. Es más divertido, provechoso y saludable para toda la familia que mirar a la pantalla del Smartphone. ¡Garantizado!
Autor: Jorge Benito