Desengañémonos, la etapa del carrito y los primeros meses de silleta son los más tranquilos con un bebé. Meses de poco dormir, de tomas a todas horas y de lloros, pero también son tiempos de paseos en paz.
Esa paz se acabó. La pequeña se ha destapado con el carácter y la rebeldía que achacan a los segundos hijos, y que desde ya confirmo. El primero, a su lado, fue un bendito.
Todo lo tranquila que fue los primeros meses, lo es ahora de mujer de genio y figura. Cómo nos tenía de engañados. Suelo repetirme eso de que me quiten lo bailao, pero ya no reconforta mucho más.
La pequeña reina de la casa es tan simpática y zalamera como geñuda y sargentona. Exige brazos a todas horas y ya no aguanta sentada en la silleta. Sabe quedarse tiesa como un palo y más dura que una viga para evitar que nadie la siente en la trona o en la silla. Desde las alturas, patalea y bracea para llegar a ver todo y estar omnipresente. Es más salsera que el perejil y única en convertir las noches en fiestas de tomas a demanda y gritos sobreactuados.
Dormir es para ella perder un valioso tiempo de exploración y descubrimiento. Así que no, dormir no es una opción voluntaria.
Con este cambio de personalidad, le ha dado una vuelta más al significado de ser madre de dos. Los primeros meses de bimaternidad descubrí para mi asombro que más o menos llegaba a lo importante (no vamos a decir que a todo) y que, a veces, todo fluía y funcionaba incluso mejor que con un hijo.
Me retracto. Tener dos hijos es complicado, mucho. Bonito y delicioso, eso no lo niego, pero difícil, de esos difíciles que te hacen sudar de agobio, correr más que de costumbre y levantar la voz demasiado a menudo.
Conste que escribo esto después de varios intentos de tardes sola en la piscina con los dos y de procurar, sin éxito, convertirme en un monstruo de dos cabezas y cuatro ojos para vigilar a la vez los pasos del mayor tras sus amigos y los salpicones de la pequeña. Después de lamentar no poder dedicarle tiempo al mayor para meterme con él y hacerle perder su miedo al agua y de sentirme culpable por no poder tener tiempo suficiente para estimular más a la pequeña en el suelo para que ruede.
Nos espera un verano guerrero y luchador, de brazadas en la piscina, de aprender a andar en bici y de pasar por fin las dichosas anillas, de clases de apoyo, de limpiar muchas camisetas, de perseguirla en sus primeros gateos, de abrir y cerrar cajones a escondidas y de celebrar un primer cumpleaños.
Bendita paz la de los primeros meses.
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