Hace bastante que me ronda este gran debate: ¿es mejor “más cantidad de tiempo” con nuestros hijos, o menos cantidad pero de “mejor calidad? Seguro que habréis visto mil artículos al respecto, foros, conversaciones que se crean a partir de fotos en las redes sociales…
Nosotros como pareja nos lo hemos planteado muchísimas veces, y últimamente en nuestros dos últimos viajes han habido situaciones que nos han hecho pulsar el botón de alarma, que nos han llamado especialmente la atención. Antes de empezar con mis relatos de reflexión, quiero dejar claro que esto no es ningún ataque hacia nadie, ni lo es ni lo pretende ser. Son, sin más, reflexiones que como cualquier madre se hace, y quizás con un punto reivindicativo, no a las familias si no a los que están un poquito más arriba. Así que sólo espero que quien lea esto lo perciba así, y no como un ataque, ya que partimos todas de la base qua cada madre/padre da lo mejor de sí ( y siempre un poquito más).
Allá voy
Cuando decidimos que dejara de trabajar como maestra fue, por encima de todo, para que uno de los dos pudiera estar al 100% con Valentina. Creemos que el acompañamiento presente de uno de los dos era esencial para los primeros años de su vida. Con el tiempo, las necesidades de Valentina (y de cualquier bebé) van cambiado, y con ella nuestro rol/acompañamiento como padres. La sociedad, los familiares, los amigos, que conocen nuestra situación, y que con la más grande de las intenciones a menudo nos preguntan: ¿no es mejor que vaya a la escuela? que se socialice, que esté con más niños, que se vaya acostumbrado a la escuela… (lo de acostumbrar a un niño a algo que pasará de aquí dos años, me da para escribir otro post, pero no es el caso de hoy)
Hasta el momento los dos veíamos que no, que con nosotros Valentina podía satisfacer sus necesidades básicas y esenciales de un modo que (físicamente) la escuela tal y como está organizada, no podía hacer. Pero la cosa ha ido cambiado, Valentina se ha hecho más mayor, está entrando en la famosa etapa conocida como “los terribles 2” y con ella, millones de situaciones divertidisimas, anécdotas dignas de ser escritas en un libro, descubrimientos que para ella son importantísimos y la rabietas.
Y en este punto fue en el que cuando viajamos por el norte hubo algo que nos llamó la atención. Que importante que es viajar… Y no quiero dar a entender que toooooda nuestra sociedad sea mala malísima, y toooooda la sociedad nórdica sea súper buena, lista y digna de un premio Nobel. No, por supuesto hay casos, excepciones y situaciones excepcionales que puede vivir cualquier persona y afectar a su comportamiento. Pero me refiero a algo que se respiraba en el ambiente, a algo que se palpaba cuando ibas paseando por las calles, en los parques, en los restaurantes…
¿Sabéis a qué me refiero? Me explicaré un poco mejor.
Aquí, hemos normalizado situaciones que vemos A DIARIO: un madre agobiadísima en el súper con un niño en plena rabieta y que al final peta y chilla, un padre que grita en el parque diciendo que “no, que es hora de irse y punto”, a otro que se le escapa un cachete porque el niño quiere un cruasán como su amigo y no el bocadillo de jamón que le ha traído, una madre corriendo por las calles con su hijo llorando atado en el carrito, un “me tienes harta, te quedas ahí y me voy”… Sí, por supuesto que todos estos casos no son dignos de señalar con el dedo. Quién sabe, quizás la pobre mujer que corría con su bebé llorando atado en el carro tenía una urgencia que no podía esperar. Pero seguro que estáis conmigo cuando os digo que ver estas situaciones en nuestro día a día, es terriblemente normal.
Pues nosotros allí vivimos cosas completamente distintas. Ahí, los niños también hacen rabietas (es una etapa más del desarrollo, y todos tienen que pasar por ellas), pero vimos a un padre que cogía a su hija enrabiadísima, la llevaba fuera del restaurante, la calmaba, hablaban y volvían a entrar. Vimos a una madre con 3 hijos muy pequeños, en bici, parándose en todas y cada una de las plantas en la que su hijo mayor encontraba un caracol. Vimos a padres tranquilos en los parques, sentados y mirando a sus hijos, en unas estructuras adaptadas para ellos en los que no necesitaban tener a un guarda jurado que dijera: ahora tu, no, él estaba antes, no, que aquí te puedes caer, no, no, no… Vimos tranquilidad. Y sí, por supuesto que eso no debe de ser su día a día, (¡dios, no se puede ser tan perfecto!) pero sí que fue el clima que nos acompañó en todo el viaje.
Nuestra explicación a todo esto: EL TIEMPO. Cuando tu tienes tiempo, cuando no tiene prisa; cuando tu único objetivo, tarea, cosa pendiente es estar con tu hijo la calma y la paciencia son armas muy valiosas para hacer frente de manera respetuosa a las mil y una batallas que se libran cada día con un niño pequeño. Cuando tu puedes salir 40 minutos antes de que empiece el cole, puedes hacer frente a la rabieta de “no quiero ponerme la chaqueta”. Puedes decirle tranquilamente que no puede salir sin ella porque estamos a 10 grados, puedes proponerle alternativas o puedes sencillamente sentarte a su lado a esperar. Por que pasan, las rabietas pasan. Pero si en vez de ello, vamos con el tiempo justo, cronometrado, para no tener que pagar la acogida en el cole y no llegar tarde al trabajo (aunque comas muy deprisa para salir después a recogerlos), cuando el tiempo te aprieta tan fuerte, lo único que te sale es un “se acabó te pones la chaqueta y punto”, y lo coges, se la pones, el llora y tu te sientes fatal viendo cómo has tenido que solucionar “la tontería de la rabieta”.
Los ejemplos son infinitos, el tiempo nos aprieta demasiado. Hay tardes que solo tenemos 2 horas de “calidad” en las que hay que llevarlos a la extra escolar, hacer la compra, recoger cualquier recado, e ir corriendo a casa a hacer deberes, cenas y baños. Siempre esperando que no haya ningún imprevisto, que no tengas dos hijos más e intentando no pensar en las mil y una historias que como mujer, trabajadora o esposa tienes en la cabeza.
Todo esto me hace plantearme mucho si realmente es mejor la “calidad” que la “cantidad”. ¿Es posible tener calidad de tiempo con poca cantidad? Seguro que hay mil respuestas, para mil i una situaciones. Pero considero que en general, vivimos asfixiados (y sobre todo las mujeres) por llegar a todo, con la sensación de no llegar a nada. ¿Por qué no replantearnos la manera que hacemos las cosas? Despertarnos un poco antes para desayunar juntos, dejar algunas extra escolares, dejar tareas para el fin de semana…
Está claro que aquí detrás hay muchos factores que intervienen, desde políticas de conciliación nefastas, necesidades económicas de cada familia o (permitírmelo decir) cierta sociedad que no respeta la infancia. Pero por favor, POR FAVOR, no me gustaría que todo este post se leyera y se sentenciara con un “que fácil es decirlo para ella que puede permitirse no trabajar”.
Por favor, seamos respetuosas entre nosotras, empezando porque nadie lleva los zapatos del otro y no sabemos del cierto cual es la realidad de cada familia. Y sí, soy muy afortunada de poder estar con mi hija, pero nuestro sudor nos cuesta. Algún día quizás prepararé un post explicándolo, aunque siempre me frenan los pensamientos de que no me tengo que justificar ante nadie. Ser madre las 24 horas del día es agotador, acompañar respetando y transmitiendo calma es lo más agotador que he hecho en mi vida. Estar en los buenos momentos es lo mejor del mundo, sí, pero estar en los duros… Cuántas veces he tenido que escuchar después de una mala noche “Bueno, pero como tu no trabajas puedes descansar luego”. Claro, porque mi hija a partir de las 8 de la mañana se desconecta no te jode. Y cuando por fin duerme…mmmm no? hay millones de cosas por hacer que esperan a que precisamente ella se haya dormido. Cuantas veces habré deseado que al sonarle el despertador al amore para ir a trabajar, pudiera haber ido yo y el quedarse con Valentina. A todas esas personas que juzgan sin saber, les pido por favor, que dediquen una semana a estar con sus hijos 24h. Y no, no cuenta estar de vacaciones o dejarlos con los abuelos. 24 horas non stop. Dedicarte al 100% a tus hijos, entregarte, acompañarles, ser un buen modelo sin interponerte es muy difícil, es lo más difícil que he hecho en mi vida. Han habido épocas en las que incluso he llegado a sentirme anulada como persona en beneficio de ese pequeño ser. Pero como siempre os digo, es lo más maravilloso y duro que he vivido jamás.
Mi mensaje era sencillamente el de mostrar la reflexión de que a veces nos dejamos llevar tanto por las prisas del momento, lo que toca hacer, lo que debemos hacer (extra escolares, la casa impoluta, las piernas depiladas, la nevera llena, ascender en el trabajo, conseguir más y más…) y realmente perdemos de vista lo esencial, lo que realmente importa. Pienso que el regalo más grande que podemos hacerles a nuestro hijos es TIEMPO, y cuanto más mejor. Dentro de las posibilidades de cada uno, por supuesto, y siempre conformándonos con que no es suficiente.
Y por otro lado pienso, que ser conscientes de que es el tiempo el que nos aprieta, de que son las prisas las que nos hacen estar de mal humor… Creo que siendo conscientes de ello nuestra actitud puede cambiar muchísimo. Darnos cuenta de que no es la rabieta lo que nos está poniendo de mal humor, si no la ansiedad de todo lo que viene después, de que nuestro hijo no tiene la culpa, de que forma parte de su desarrollo y que lo único que nos está diciendo es: “mamá estoy aquí, acompáñame“. Y por supuesto que podemos fallar, pueden haber días que podamos más, somos humanos. Pero pienso que está bien verlo y decirlo: “cariño, hoy estoy muy cansada, llegamos muy tarde y nos tenemos que ir ya”, y tener siempre presente que ésa debe de ser la excepción que confirma la regla.
Cada vez tengo más claro que lo mejor que puedo regalarle a Valentina es tiempo. Tiempo de rabietas, de escucharla, de bailar por la calle, de contarle 10 veces seguidas el mismo cuento, de despertarnos de la siesta y quedarnos media hora remoloneando en la cama, tiempo de acompañar su dolor cuando se hace daño, de involucrarla en todo nuestro día a día, en definitiva, tiempo de que crezca sin prisas.
Quizás por eso el tiempo no me pasa tan rápido como todos dicen.