Voy al colegio sin ilusión y con la sensación de no aprender nada

El otro día, paseando con mi vecino y sus padres a nuestros perros, el niño que ha empezado sexto de primaria me confesó: “Mel, tengo la sensación de que en el colegio no me están enseñando nada que merezca la pena. Me parece que estoy perdiendo el tiempo”. Sinceramente, me quedé de piedra. No me esperaba en absoluto lo que me dijo. Sabía que había tenido sus más y sus menos en las clases, pero no tenía ni idea de que se sintiera así.

Sus padres habían tenido muchas reuniones con el tutor y el director, y había estado a punto de cambiar de centro educativo. Que un alumno empiece su etapa escolar con la mayor de las ilusiones, emoción y motivación, y que acabe educación primaria con pensamientos negativos, malas experiencias y triste, quiere decir que hay algo que falla. Personalmente, “me rompe el corazón” que alguien tan joven exprese esos sentimientos. Y lo peor de todo es que tiene razón y que no es el único que lo piensa.

Hablando con sus padres, me contaron que a excepción de primero y segundo de primaria, su hijo no había tenido maestros de vocación. Me comentaron que concretamente en el último curso todos los días el niño decía que no quería ir a clase, que se aburría, que prefería quedarse en casa haciendo cualquier cosa. Pero, ¿qué puede ocurrir en el colegio para que provoquen estos pensamientos y sentimientos en los alumnos? Desgraciadamente, bastantes cosas. Podemos hablar de un colegio tradicional en el que aplican metodologías anticuadas y que no se adaptan realmente a los alumnos.

Puede pasar que den excesiva importancia al intelecto y al contenido académico, y que se olviden completamente del lado emocional, de la sorpresa, de la inspiración, de la ilusión, de la felicidad y de la motivación. Y podemos hablar, de maestros que no deberían llamarse así bajo ningún concepto que lo único que hacen es entrar por la puerta, sentarse en la silla e impartir la lección. Algunos de vosotros pensaréis lo siguiente: “quizás el niño tenga algún tipo de problema personal”. Os puedo asegurar que no es así. Al menos en los casos que yo conozco.

He podido comprobar casos cercanos de niños que acuden a actividades extraescolares: de inglés, de pintura, de música o de algún deporte, y se transforman totalmente. Y se transforman porque ahí sí se sienten motivados, se emocionan con lo que hacen, se divierten, se ilusionan, y tienen a monitores que realmente merecen la pena y dan lo mejor de sí mismos. A mí por ejemplo, niños a los que cuidaba y tenía que ir a recogerlos al colegio me han llegado a decir: “¡tengo muchas ganas de ir a la academia de inglés, pero en el colegio no me lo paso tan bien y no aprendo tanto”.

Pero, ¿los centros educativos no deberían transmitir esa misma emoción y motivación? Los alumnos pasan toda la mañana (y algunos parte de la tarde), en las aulas. ¿No se merecen que al menos disfruten y salgan con una sonrisa en la cara después de la jornada? Definitivamente sí. Desgraciadamente, muchos niños se levantan tristes, decaídos e incluso llorando cuando tienen que ir al colegio. Para ellos no es más que un lugar donde se sientan en las sillas, copian en los cuadernos, atienden al maestro de turno y están callados. Un sitio donde simplemente les ponen notas y realizan exámenes.

La educación no es preparación para la vida; la educación es la vida en si misma.-John Dewey.

Desde hace mucho tiempo, nos han enseñado precisamente eso. Nos han convencido de que lo correcto es asistir a la escuela, estarse sentado y callado, escuchar al profesor sin abrir la boca, estudiar para los exámenes y hacer los deberes que se mandan. Pero eso, eso está muy lejos de ser lo adecuado. Estoy de acuerdo en que tenemos un sistema educativo obsoleto y anticuado. Comparto la idea de que es increíblemente rígido en cuanto a objetivos y contenidos. Pero, la forma de conseguirlos, la forma de cómo enseñar a los alumnos, debería ser completamente libre.

Entiendo que los maestros tengan que hablar de diferentes contenidos académicos en clase. Pero hay muchas metodologías para que se de un proceso de aprendizaje real y significativo. Se puede aplicar el aprendizaje por proyectos para hablar de un tema de lengua castellana, de un hecho en la historia, de algo que tenga que ver con ciencias sociales o ciencias naturales. Se pueden llevar al aula juegos educativos o realizar actividades lúdicas. Porque sí, jugando también se aprende. Y puede aplicarse el aprendizaje cooperativo donde los estudiantes colaboran entre todos para investigar, buscar información, y para debatir la mejor idea.

Hay docentes que ya están aplicando nuevas formas de enseñanza. Hay docentes que están investigando sobre metodologías innovadoras y adaptadas a los alumnos. Hay docentes que inspiran, que emocionan, que motivan, y que involucran a los estudiantes en su propio aprendizaje. Y hay docentes que alegran la jornada con su buena energía, ilusión y motivación. Por supuesto que sí. Pero también, he tenido que escuchar a padres decir: “Jo, Mel, pues a ver si le toca a mi hijo uno de esos maestros de los que hablas” y “¡yo quiero ese maestro para mi niña!”.

Sí, poco a poco la educación se va transformando, va cambiando. Pero, se tiene que llegar al punto en el que ningún alumno diga “no quiero ir al colegio porque me aburro y no aprendo nada”. Entonces, y únicamente entonces, se estará produciendo ese cambio real que todos estamos esperando con ansia. Porque ir a todos los centros educativos, sean privados, concertados o públicos, debería ser motivo de ilusión, de emoción y de felicidad.  ¿Qué sentido tiene que los niños y jóvenes vayan a colegios e institutos por obligación? Se debería cambiar esos pensamientos de “voy a clase porque toca” a “voy a clase porque me gusta, me siento bien y aprendo muchísimas cosas”. ¿Cuándo llegaremos hasta ahí?

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