Y llegaron los 36 otoños

El sábado pasado fue mi 36 cumpleaños. No tenía pensado escribir una entrada pero ha sido una tónica general en este blog hablar de mi natalicio, así que no quería dejar pasarlo, no sea que en un futuro lejano o cercano me de por echar la vista atrás y me arrepienta de no haber dejado testimonio de este día.


La verdad es que, con lo que me gusta a mi celebrar mi cumpleaños, con la ilusión que me hace este día, este año no tenía ganas de nada. En realidad es algo que me viene pasando desde hace años. El día antes me desahogué por facebook y contaba por qué me pasa esto.
Soy una persona detallista. Además, me ilusiono con las fechas especiales de mi gente cercana y querida. No permito que mi marido, mi madre, mi hermano, mi mejor amiga y etc... pasen este día como si nada. No quiero pensar que algún día me falten y además del dolor por su pérdida me sienta culpable por no haber hecho grandes los pequeños momentos, no me valdría de nada recordar cada año sus fechas importantes si en vida no me puse todo mi empeño en disfrutarlas con ellos.
Han sido muchos los años que he organizado fiestas sorpresas a mi marido, bien con los amigos, bien con la familia, bien un fiestón a lo grande, bien una pequeña reunión. Nunca le ha faltado un regalo, por muy jodida que estuviera la economía, ni unas velas para soplar. Lo importante era hacer ese día especial y sorprenderle. No permito que mi madre cumpla años sin soplar las velas, ella vive con 3 hombres poco nada detallistas, por lo que si yo no tengo la iniciativa de hacer algo, nadie lo hace. Comer en familia, una tarta o un bizcocho con velas y un regalo, aunque sea el detalle, pero que al menos un día al año se sienta especial. Mi hermano idem, aunque él tiene a sus amigos para celebrar y recibir regalos, pero hasta que fui madre era mi niño, así que, como además cumple años 3 días después que yo, era pura necesidad celebrar nuestro cumpleaños juntos, en familia.
Una no hace estas cosas para recibir recompensa. La recompensa es la felicidad del momento de la persona que recibe tales antenciones. Lo hago porque quiero, porque los quiero y porque quiero verles felices.
Pero sí, reconozco que llegada a este punto, me entristece mucho sentirme sola en mi cumpleaños. Entended por soledad el hecho de que a nadie le ilusione mi cumpleaños, a nadie le importo si lo paso bien o mal, nadie se tome la mínima molestia en hacer que ese día sea diferente, especial. Soy yo la que tira del carro. En mi cumpleaños soy Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. Si no organizo una fiesta no tengo fiesta, si no me compro o me hago una tarta no tengo tarta ni soplo velas.  Hace años que no recibo un regalo de cumpleaños por parte de mis cercanos. Es lo que tiene el exceso de confianza, la crisis es la excusa perfecta y no tienen en cuenta que a veces para hacer un regalo no hay que gastarse un duro. En fin.
Todo esto me causa mucho dolor porque me hace sentirme poco querida, poco cuidada. No dudo que mi familia me quiera, faltaría más, pero bueno, como yo siempre estoy alegre, sonriente, no hago reproches, pues oye, que parece que me da igual.
Y no, no me da igual y esta vez ya me he cansado de poner buena cara y fingir como que no me importa. Este año me he sentido muy triste y comencé el día llorando bajo la manta de mi cama mientras mis hijos me decían "¡feliz cumpleaños, mamá!" con sus caritas de ilusión. Mis niños, que son lo mejor de mi vida, son la luz en un día gris, son mi vida.


Sí, mi marido me hizo un bizcocho para soplar las velas. De algo valió mi pataleo en facebook, aunque me entristece más pensar que ha sido por eso. Que de otra manera me hubiera levantado como un día más. Pero no, no he tenido regalo de cumpleaños, una excusa por otra. Y no es materialismo, es que a mi también me hace ilusión recibir regalos, pasan los años y veo como en mi cumpleaños nadie (salvo mi comadre del alma) se molesta en ello, y quien dice cumpleaños dice otras fechas como reyes, que el año pasado me tuve que poner mi propio regalo bajo el árbol, cuando yo tenía regalos para todos, para que mis hijos no preguntaran por qué mamá no le traían nada los reyes.
A pesar de todo, no quise ser la responsable de estropear mi día. Durante la semana me había creado expectativas al pensar que comeríamos con mis padres y mi hermano, todos juntos, para celebrar mi cumpleaños, pero mi madre me dijo el día anterior que no le apetecía pero que no me preocupara, me llamaría para felicitarme. Y yo, que quiero mucho a mi madre, por eso mismo no la mandé lo más lejos que se me ocurre. Así que si ya me quedaba en casa era para hundime más en la tristeza y no quería.
Me dejé llevar por mi marido y fuimos a comer a un restaurante que a él le gusta mucho (barato-asiático-buffet libre), mis niños se lo pasaron en grande porque el restaurante tiene, acertadamente, un parque de bolas y un castillo hinchable, yo al menos no cociné, y al salir volvimos a casa porque había partido (que se note que soy la protagonista, que no me libro del puto fútbol ni el día de mi cumpleaños).
Luego vinieron a verme mis compadres para echar un ratito conmigo y darme una noticia que me hizo muy feliz (¡¡¡voy a ser madrina en julio!!!) y por la noche tocaba el plan que yo había organizado semanas antes (ya sabéis, si no lo organizo yo me quedo en mi casa en plan pijama-mantita-sofa) así que me puse guapa para salir a disfrutar de una cena y unas copas con mis otros compadres y amigos añejos (más de 15 años de amistad, que se dice pronto).
Fue una noche estupenda. Cenamos bien, entre tapas de diseño fusión cocina tradicional-moderna, copas de vino, conversación y risas, y luego nos fuimos a tomar una copaa un "bar de puretas". Y estuve hasta las 3 de la mañana bailando como si no hubiera un mañana música de los 70, 80, 90, Mecano, Earth, Wind and Fire, Alaska, Stevie Wonder, Michael Jackson, Tequila... Y no exagero si os digo que ese bar a las 12 de la noche estaba petado hasta las trancas, que no cabía un alfiler.
Al final a mi marido le salió caro no hacerme un regalo poque se hizo cargo de la cuenta del mediodía y de la noche. Y es que tenía que vengarme por su dejadez y su falta de interés. Además de que él, que no le gusta salir y menos bailar, tuvo que aguantar hasta las 3 de la mañana que mis pies dijeron "oye, una cosita, estos taconazos me están destrozando", aunque me hubiera quedado más tiempo bailando, pero la cara de acelga de mi marido empezaba a ser una puñeta. Lo mismo otro año valora la posibilida de hacerme un regalo en condiciones por la cuenta que le trae ("te jodes por no haberte currado un regalo"), que la juerga ya me la apaño yo solita.
En resumen, siendo positiva y optimista, a pesar de tener la tristeza ahí encallada, disfruté del día. Fue mucha la gente que se acordó de mi por teléfono, por redes sociales, el teléfono no paró de sonar y no me daban las manos para responder. Eso alegra el día al más muermo necesariamente. Es un regalo saber que hay tanta gente que te tiene en estima. Disfruté del plan familiar y del plan en pareja, disfruté viendo a mis hijos jugar y disfruté bailando como si tuviera 20 años.
Y con 36 años, llamadme tonta, pero lo único que pienso es que estoy más cerca de los 40 que de los 30, cosa que llevo fatal. Para eso, nada como pensar que los 40 son los nuevos 20, pero con experiencia.


PD: Me he hartado de llorar escribiendo este puto post pero gracias, porque me he desahogado y, al menos, me pesa menos la pena.
Fuente: este post proviene de La Aventura de mi Embarazo, donde puedes consultar el contenido original.
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