El viernes 8 fue mi cumpleaños, 35 castañas que me caen ya sobre las espaldas. Que no son muchos y ojalá sean muchos más, que en esta vida lo jodido es dejar de cumplir.
Era la crónica de un cumpleaños anunciado. Esto es, desde el uno de noviembre viví una cuenta atrás diaria, entre risas y emoción, tengo un niño que además de ser un amor tiene una memoria prodigiosa y sabe perfectamente qué día cumple años su madre. El día uno ya me anunció con su cara de ratoncito travieso "Mamá, ¿sabes en qué mes estamos? En noviembre, ¿Y sabes qué pasa en noviembre? Que el día 8 es tu cumpleaaaaañoooooooosssss". Y todos los días me recordaba "Mamá, ya queda un día menos para el viernes, que es tu cumpleeeeeeeeee". No voy a decir que le hiciera más ilusión a él que a mi, eso seguro, pero casi puedo afirmar que casi le hacía más ilusión que su propio cumpleaños, y yo estaba ahí entre incrédula, sorprendida y orgullosa, pensando que si me recuerda así cada cumpleaños de mi vida, tengo asegurados muchos felices cumpleaños.
La noche antes me recordó, como no, que al día siguiente sería mi cumpleaños y que vendría a cantarme cumpleaños feliz a la cama, con el desayuno. Me lo como. Así que esa mañana, dicho y hecho, me despertó la vocecita de mi hijo cantando cumpelaños feliz a tono -una que está pendiente a todo-, con abrazos y besos mil... pero sin desayuno. Que me lo quiso traer, pero dada la contingencia mañanera de colegio y guardería, me conformaba con sus felicitaciones. La hermanita no podía ser menos, y aunque no canta porque no habla, pero se dedicó a saltar, aplaudir, tirarse encima mía y darme muchos muchos besos. Un gran comienzo del día.
Mi idea era pasar un día traquilo y en familia, de hecho me tomé la libertad de cogérmelo libre -o al menos intentarlo- para recoger un poco la casa, preparar una pequeña tarta y soplar las velas con mis tesoros después de comer.
Pero, como suele pasar, de lo que esperas a lo que sucede va un trecho. Al final por motivos varios estuve toda la mañana ocupadísima, tuve que recibir y asesorar -encantada de la vida- a varias parejas de papás que venían a ver portabebés, hacer alguna que otra gestión que surgió de improvisto, y al final casi ni tiempo de hacer de comer tuve.
Como cumpleañera decidí elegir el menú, saltarme las bases de la alimentación sana y equilibrada y permitirme un pecadito, que también lo merezco. Así que nuestro plato del día fueron, ni más ni menos, unos ricos y apetecibles huevos con patatas fritas, delicatessen que en mi casa se come de Pascuas a Ramos porque servidora no tolera demasiado bien los fritos -gracias a mi amigo el Sr. Colon Irritable, pero un día es un día-, y bien ricos que estaban. Como es una comida rápida de hacer, mientras Papá iba a recoger a los niños preparé un bizcocho rapidito, que dejé horneando mientras preparaba y nos comíamos nuestro menú especial.
Como no hubo tiempo de soplar las velas después de comer, porque los viernes tenemos extraescolares con Iván - música y movimiento y ajedrez -, tuvimos que posponerlo para la noche. Así que, cuando por fin volvimos después de pasar la tarde de actividad en actividad y en la reunión del grupo de lactancia, saqué el mantel de Peppa Pig del cumpleaños de los peques, puse unas velas sobre el bizcocho de chocolate intenso, y a soplar con mis tesoros, que apagaron las velas como si fueran el lobo feroz intentando derribar la casa de los tres cerditos.
Y nos comimos el bizcocho que estaba la mar de rico, solo dejamos un poquito para desayunar al día siguiente, esas cosas duran poco en mi casa.
El sábado me fui de cena con dos buenas amigas, y entre pizzas, parpadelle y una copita de Malibú con piña y granadina echamos un ratito estupenda, de esos ratos que solo se disfrutan si la compañía es excelente.
El domingo lo celebré con la familia en el campo, una pequeña barbacoa, una pequeña tarta casera que compartí con mi hermano que cumplía 20 años al día siguiente, y todo el día al aire libre en plena libertad, donde los peques podían corretear a placer, sin miedos ni límites. De estos días de llegar a casa reventados después de haber disfrutado de lo lindo.
Y después de un fin de semana de festejos aquí estoy yo, con mis 35 castañas, sintiéndome igual que hace una semana, o hace un mes. Bueno no, peor, que además de los fastos he entrado en los 35 con un ataque de alergia del copón, que ahora que lo pienso... ¿Será alergia a cumplir años? ¡Lo que me faltaba!. Pues eso, 35 castañas y que sean como mínimo el doble, y con mis hijos a mi lado.