Una de las dimensiones donde se vive y se despierta a esa calidad de energía que es el amor a uno mismo (Parte 1 de Yo me amo) es en aquella en la que construimos nuestra representación del mundo.
Una vez más, estamos hablando de nuestros pensamientos, concepciones y creencias los cuales, todos juntos, conforman nuestros modelos mentales.
Estos, a su vez y como veremos más adelante, subyacen a todas las decisiones y acciones que tomamos en nuestra vida y son el caldo de cultivo para nuestras emociones.
Los modelos mentales son las imágenes, supuestos y relatos que llevamos en la mente acerca de nosotras, los demás, las instituciones y todos los aspectos del mundo.
Son un conjunto de historias profundamente arraigadas que funcionan como como unos “anteojos” que distorsionan sutilmente nuestra visión y lo que creemos obvio.
Como existen por debajo de la conciencia, nos resultan invisibles hasta que los podemos hacer conscientes, lo que dificulta que nos demos cuenta de cómo nos condicionan y, por lo tanto, que los sometamos a cuestionamiento.
Vivimos en ese mundo de creencias que se autogeneran y cuestan examinar. Adoptamos esas creencias porque se basan en conclusiones, las cuales inferimos de lo que observamos, las ideas que tomamos de nuestro entorno y de nuestras experiencias en el pasado.
Llegamos rápidamente a convencernos de que esas creencias que adoptamos son la verdad, y que esa verdad es evidente.
Pensamos, “como no va a serlo si para llegar a ellas nos basamos en datos reales, o sea en hechos, que obtenemos del mundo externo”.
Es así que sobre esta elaboración mental, pasamos rápidamente a la acción, seguros de que estamos avanzando basándonos en la verdad.
Todo sucede con tanta rapidez, lo transitamos con tanta naturalidad y el proceso proyecta en nosotras tanta convicción, que la mayoría de las veces no es posible entrever que se trata de una construcción mental totalmente personal condicionada por las historias que acarreamos sobre el mundo, nosotras y los demás y que eso fue lo que hizo que tomemos determinada acción y no otra.
Por ejemplo, una persona (que llamaremos persona A) nota un gesto de incomodidad de parte de otra (que llamaremos persona B) cuando empieza a plantear una situación que le genera malestar. Entonces elije cambiar de tema y se queda callada y distante.
La persona A tomó datos o hechos de la realidad e ignoró otros: se fijó en un gesto de la persona B y no notó otros. Asumió cosas en función de los significados que agregó al hecho: “ese gesto significa incomodidad”. Llegó a conclusiones: “Le molestan mis planteos. No le gusta hablar de lo que para mí es importante. No recibo la consideración que deseo”. Adoptó creencias: “No es posible comunicarse bien en las relaciones”. Tomó acción basado en esas creencias: Quedarse callado y distante.
Para el mundo, sólo hay dos momentos visibles de toda esta cadena: el gesto de la persona B y la reacción de la persona A. El resto sucede dentro de la persona A. Este fenómeno se conoce como escalera de inferencias.
Conocer este fenómeno es importante ya que nos ayuda a reflexionar sobre los pasos que siguen nuestras escaleras, indagar sobre las escaleras de los demás y hacer visible para los demás la nuestra.
En el ejemplo anterior, la reacción de la persona A se basa en sus propias conclusiones y asunciones. No sabemos si tal gesto significó incomodidad y, si lo fuera, nada impide que una plantee con entereza y respeto aquello que nos resulta tan importante. Dicho en otras palabras, la escalera de inferencias nos puede ayudar a hacernos cargo de nuestras propias inferencias para, cuando sea posible, validarlas además de dejar de reaccionar en función de las actitudes de los demás y accionar en función de lo que son nuestros propósitos.
De allí la importancia de reflexionar sobre cómo vive este proceso cada una de nosotras, conocerlo (y conocernos), observarlo, examinar el trayecto en reversa, buscar las creencias-madre que traccionan nuestras acciones y emociones, analizar de quien o de donde las tomamos, para que las sostenemos en nuestra vida, si nos abren o nos cierran posibilidades y, en este último caso, cuáles podrían ser aquellas que las reemplacen y que sí nos ayuden a acercarnos al ser humano que queremos ser.
¿Qué hay debajo de aquel comportamiento impulsivo?
¿Cuáles son las emociones que siento cada vez que pienso en mí y en mis necesidades? ¿A qué obedecen estas emociones?
¿Qué creencia aparece cuando tengo que pedir algo para mí?
¿Qué me pasa cuando hay una situación que requiere que me defienda?
¿Qué hay detrás de la desolación de estar solo?
¿Para qué le doy lugar a personas, relaciones, cosas y hábitos no saludables en mi vida?
¿Qué necesidad interna no estoy pudiendo atender amorosamente?
¿Qué hay detrás de esta necesidad de demostrar que soy bueno/a?
Este tipo de preguntas ayudan a pensarnos, a conocernos, a vencer la ceguera que no nos deja hacer conscientes nuestros modelos mentales.
Hacerlo requiere un firme compromiso para vencer nuestras propias barreras pero nos acerca a quienes queremos ser. Amarnos con honradez y entereza nos transforma, desde ya, en aquello que amamos.
* Gabriela Berta
Correntina, vivió la mitad de su vida en Buenos Aires. Enamorada de su pueblo natal desde donde intenta acomodarse en lo laboral (“volví hace poco y estoy descubriendo formas independientes e innovadoras de trabajar que me ayuden a seguir creciendo profesionalmente y me permitan tener la calidad de vida que busco”) y sueña que le vaya bien para poder brindarle el mejor futuro a su familia, cuando llegue.
Lic. En Relaciones del Trabajo –UBA, Formación en Coaching Ontológico – EFL
Fundadora de Tauro_ Recursos Humanos
Fundadora de Acción de Gracias, productos de taller que próximamente hará su lanzamiento.
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